Myrna Báez: homenaje con pieza olvidada

La muerte de Myrna Báez es muy dolorosa por representar tan gran pérdida, pero es también y sobre todo una invitación al trabajo que nos queda por hacer para entender y apreciar mejor la obra de esta importante artista. Ahora que ya de su taller no saldrán más pinturas, ni dibujos ni grabados, ahora que tendremos, más o menos, su obra completa, los estudiosos del arte y la cultura tenemos el deber, la obligación, de mirar con mayor atención, de observar con mayor detenimiento la totalidad de su obra para así intentar juntar las partes de ese rompecabezas y crear una imagen completa de su producción. Ya se ha dado un gran paso hacia ese objetivo con la publicación de Myrna Báez: una artista ante su espejo (2001), el magnífico catálogo de su gran exposición retrospectiva donde se lista y se reproduce el grueso de su labor como pintora y grabadora. Pero todavía queda mucho por hacerse, a pesar del ejemplar trabajo hecho por Margarita Fernández Zavala con dicho catálogo. Es que la muerte de la artista cierra su ciclo vital y, a la vez, abre las puertas a la toda importante labor que no queda por hacer.

La noticia de la muerte de Báez me llegó estando fuera de casa y, por ende, sin acceso a mi biblioteca, desprovisto de mis herramientas de trabajo. Por ejemplo, me hubiera gustado releer las páginas que hace años publiqué en Chile sobre sus desnudos femeninos: “Myrna Báez o las máscaras de la verdad” (2002). O, mejor, me hubiera gustado regodearme con las páginas del hermoso catálogo de Fernández Zavala. Pero eso no ha sido posible y me he tenido que conformar con pasar las páginas del libro de la memoria y de la imaginación, para reconstruir mentalmente la imagen que guardo de la obra de Báez. Y en ese paseo recordé una obra suya que no aparece en el catálogo de la exposición de 2001 que casi es lo que los historiadores del arte llaman un “catalog raisonné”, aunque no lo podía ser porque al publicarse la artista, por suerte para todos, aún estaba viva y en plena producción. Hay, pues, muchas más piezas que añadir a las recogidas por Fernández Zavala y propongo, como homenaje a Báez, fijarme en una olvidada que habrá que juntar a las otras para componer el rompecabezas de su obra completa.

Esta es el boceto para un mural sobre el polo acuático que Báez diseñó para la piscina olímpica que se construyó en 1966 en El Escambrón, al lado del Parque Sixto Escobar. (Creo recordar que en el catálogo de Fernández Zavala se incluye una foto en blanco y negro del mural, pero no del boceto. Quizás me equivoque porque no tengo el libro a mano.) La absurda y triste historia de la destrucción de ese mural y de otros cuatro –dos de Lorenzo Homar, dos de José Antonio Torres Martinó– está por escribirse. Intento, pues, ayudar a redactar esa dolorosa página de nuestra historia del arte con el recuerdo y comentario de esta pieza olvidada. Pero se hace necesario apuntar unos datos sobre la historia del proyecto de estos cinco murales, aunque estos apuntes queden incompletos.

La piscina olímpica de El Escambrón se construyó en el 1966. Un año después se instalaron allí los murales comisionados por el Instituto de Cultura Puertorriqueña a estos tres artistas. Estos eran de grandes dimensiones (11 pies y medio de alto por 24 de largo) y hechos con losas de cerámica de una paleta de colores limitados –blanco, negro, gris, azul turquesa y siena– para así darles unidad a las piezas. En sus memorias, Voz de varios registros (2006), Torres Martinó nos ofrece detalles sobre el proceso de creación, el intento de restauración y la destrucción en 1977 de los murales. Veinte años después –el 19 de octubre de 1997– el complejo deportivo fue destruido por implosión. Pero ya los murales habían desaparecido cuando primero se trató de solucionar ciertos problemas que el arquitecto no había previsto en su plan original y que fueron la razón última de la destrucción del edificio.

Muy poco nos queda de los murales. Tenemos cuatro de los bocetos hechos por los artistas. Uno de Torres Martinó forma parte de la colección del museo de la Universidad de Puerto Rico; el segundo suyo no se sabe dónde está. Tenemos los dos bocetos de Homar y el de Báez. Existe además otro de Homar para un mural en el interior del edificio, mural que no se llegó a ejecutar. Estos cuatro bocetos está en una colección privada. También en otra colección particular está un gran fragmento de uno de los murales de Homar que fue heroicamente salvado por un joven estudiante que era clavadista y que sirvió de modelo para el mismo. Este es, hasta donde tengo entendido, lo único que se salvó de los cinco murales, además de algunas losetas sueltas que se guardan como recuerdos, también en colecciones privadas.

Se hace necesario escribir la historia de este proyecto que, una vez más, es evidencia de nuestro justo reclamo de tener varias páginas en “la historia universal de la infamia”, si se me permite tomar prestado el título borgeano. Tenemos ese puesto asegurado, entre muchas otras razones, por la falta de responsabilidad del gobierno con las obras de arte que comisiona. El reciente escándalo con otro mural de Torres Martinó, este para una escuela en Carolina, sólo viene a echar sal sobre esta vieja herida de la destrucción de estos cinco murales que se pudieron haber salvado y colocados en otro lugar. Pero la ignorancia y la arrogancia son más que atrevidas.

Miremos con más detenimiento la pieza olvidada que hoy nos interesa, el boceto hecho por Báez para ese mural destruido. En primer lugar hay que destacar que la comisión del mismo a la entonces joven artista era un claro voto de confianza; su mural estaría en compañía de las obras de su maestro y las de su entrañable amigo y mentor. Ya este hecho evidencia muy claramente el reconocimiento temprano de su puesto en las artes plásticas isleñas. Me imagino el gozo y orgullo que sentiría la joven artista al estar en tan notable compañía.

Tengo que apuntar que no conozco el boceto sobreviviente de Torres Martinó y que no he visto fotos de los murales que este ejecutó. Conozco los bocetos de Homar y el de Báez. Si se compara el de la joven artista con los de su maestro de inmediato se nota que el suyo tiene un gran sentido de movimiento, elemento que obviamente sirve para representar el carácter del deporte que ilustra: el polo acuático. Los de Homar, en cambio, tienden a ser más estáticos y en ellos domina un primer plano, aunque se introduce, especialmente en uno de los dos, un sentido de profundidad y se crea así un segundo plano. Estos rasgos no son negativos sino que, como los que observo en el boceto de Báez, sirven para describir el deporte que ilustra: el clavado. En los bocetos de Homar las figuras más que moverse parecen que posan, algo que ocurre en este deporte: el clavadista se detiene, se congela en postura estática antes de saltar al agua. En estas piezas el maestro emplea áreas arqueadas de color y la repetición de los cuerpos en secuencia para así describir el movimiento de los atletas. Pero sus bocetos parecen congelar las figuras en diversos planos, especialmente en el primero, lo que nos hace pensar en la solución dada por los pintores futuristas italianos al problema de cómo se representa en pintura el movimiento.

Báez, en cambio, tiene una solución mucho más cubista que le permite acercarse al mismo problema pero desde otra perspectiva y con diferentes soluciones. En su boceto hay más movimiento y las figuras aparecen fragmentadas, como en un cuadro picassiano. Estas son mucho más esquemáticas, mucho menos realistas, y por ello representan el movimiento efectivamente y con muy pocos elementos. El boceto es relativamente pequeño, pero las figuras están distribuidas de tal manera que evitan el apiñamiento, rasgo que desmerece el boceto del mismo tamaño hecho por Homar. No hay que hablar aquí de obras superiores o inferiores, sino de acercamientos y logros distintos. Pero sea como sea, la joven Báez creó una pieza que, sin competir, logra marcar su posición frente a la de su maestro.

¡Una pena que no pueda referirme al boceto de Torres Martinó! Creo que el mismo me hubiera ayudado a apreciar mejor el trabajo de Báez y hasta el de Homar. Pero la comparación de los bocetos de uno con el de la otra sirve para ver muy claramente como ya la alumna, aunque seguía al maestro, buscaba sus propias soluciones y alcanzaba sus propios y altos méritos, situación que se continuará desarrollando a lo largo del resto de su vida y hecho que prueba que su obra es un reconocimiento de sus raíces y, a la vez, un medio propio de alcanzar logros individuales. Báez parte de Homar, pero, y sin negarlo, halla sus propias soluciones y crea su propia obra.

Este breve comentario de una pieza de Báez comparada con otras de Homar, como ya apuntaba, es un tema que amerita e impone más estudio y hasta una exposición que reúna los bocetos y los fragmentos de los murales que por suerte aún tenemos. Apunto, pues, a una olvidada pero interesante pieza de Báez que habrá que colocar en el gran catálogo de su obra completa para darle sentido a la imagen de la totalidad de su producción. Muchas más habrá que colocar para llegar a tener esa importante y necesaria imagen.

Ahora que el ciclo vital de la artista se ha cerrado, se impone más que nunca esta ardua pero necesaria tarea. Pero, aún sin haber terminado esa labor, podemos asegurar que estamos ante la obra de una artistas de importancia para la historia del arte y la cultura boricuas. No cabe duda que Báez se merece un puesto destacado en ese contexto. Aunque seamos críticos con su obra –yo, por ejemplo, no aprecio tanto ciertas piezas suyas que creo pierden intensidad y efectividad por la introducción de notas demasiado dulzonas–, hay que reconocer que Báez fue una gran artista que no sólo hizo una importante contribución al arte puertorriqueño sino al latinoamericano. Su obra hay que colocarla, por ejemplo y entre otras, junto a la de la cubana Amelia Peláez, la de la mexicana María Izquierdo, la de la colombiana Beatriz González y la de la brasileña Tarsila do Amaral. Y sólo la comparo con mujeres no porque crea que no se merece compararse con maestros masculinos sino para recalcar de manera indirecta el esfuerzo que Báez y todas estas otras mujeres tuvieron que hacer para llegar a ser las grandes artistas que fueron. Por ejemplo, recordemos que Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros se opusieron a que Izquierdo pintara un mural público subvencionado por el gobierno de su país sólo porque era mujer y, para ellos, una mujer no podía pintar murales, tarea de hombres. Llegaron a boicotear su propuesta e Izquierdo nunca ejecutó su proyecto. A pesar de que, en cambio, Torres Martinó y Homar apoyaron a Báez, no cabe duda de que en otros momentos y en términos generales esta tuvo que luchar contra el machismo y otros prejuicios para convertirse en la gran artista que fue.

Por ello debemos estudiar y valorar críticamente su trabajo. También y sobre todo hoy, tras su muerte, tenemos que darle las gracias por su talento, su perseverancia, su dedicación y su compromiso, con el arte y con su pueblo.

¡Muchas gracias, Myrna! Mucho te debemos y mucho te lo agradecemos.

Tuscaloosa, Alabama,26 de septiembre de 2018

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