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“No des tu tierra al extraño”, otra vez

 

CLARIDAD

Dios, el mundo concluido,

tiróle un beso al azar;

y el beso cayó en el mar

y es la tierra en que has nacido.

En ella formas tu nido

de amor rendido al amaño,

ella un año y otro año

te brinda con su tesoro,

ella vale más que el oro

¡No des tu tierra al extraño!

Virgilio Dávila

Cuenta Gabriel García Márquez que en el cuarto de la casona de Macondo donde se guardaban los manuscritos de Melquíades el tiempo daba vueltas en redondo y siempre era martes. Esa imagen tal vez sea la mejor metáfora, no sólo de la realidad latinoamericana que la novela del colombiano retrata, sino del colonialismo que todavía está presente en el Caribe americano. Los pueblos que aún lo padecen enfrentan una realidad circular. Sus problemas también dan vueltas en redondo, se repiten y, como en el cuarto de la casona de los Buendía, las manecillas del reloj apenas se mueven.

Los versos de Virgilio Dávila que encabezan este artículo los tomo de un poema publicado hace poco más de un siglo, en 1916, con el título “No des tu tierra al extraño”. Como toda literatura, el poema fue hijo de su tiempo y el poeta, mirando su entorno, hace un llamado bastante agónico a que los boricuas no vendan a un “extraño” la tierra que poseen y cultivan porque “el que vende su terruño”, dicen los versos finales, “vende su patria con él”.

¿Por qué el llamado? Tras la ocupación militar de Puerto Rico por Estados Unidos en el ‘98 y, sobre todo, una vez el Congreso impuso en 1900 la llamada Ley Foraker, dándole al nuevo colonialismo un marco institucional que promovía estabilidad, el capital absentista comenzó una campaña febril de compra de tierras. La mirada de las corporaciones estadounidenses se posó, en particular, sobre los llanos costeros, que eran los más aptos para el cultivo de la caña. Las tierras que no podían comprar las alquilaban buscando convertir la isla en una gran factoría azucarera.

La avalancha de compras alarmaba a tal grado que alguien como Virgilio Dávila, identificado en sus inicios con el anexionismo criollo (fue alcalde de Bayamón por el Partido Republicano), recurrió a su inspiración poética para tratar de detener la hemorragia. Vano intento. “Entre 1900 y 1910, la producción de azúcar aumentó en 331 por ciento” y algunas décadas después, “cuatro compañías azucareras administraban (ya fuera como propietarias o arrendatarias) cerca de una cuarta parte de la tierra cultivable de las fincas azucareras”. (Ayala y Bernabe).

En los tiempos del poema de Dávila, que son los de las primeras dos décadas del primer “siglo americano”, también cundía la preocupación por el desplazamiento del puertorriqueño por pobladores estadounidenses, como había ocurrido en todos los territorios conquistados o adquiridos por Estados Unidos desde 1803. Esa preocupación persistió con el tiempo y la encontramos algunas décadas después en los cuentos de Abelardo Díaz Alfaro, publicados en 1947, pero escritos años antes. En algunos de ellos (El Josco) la angustia ante el desplazamiento termina en suicidio.

Ahora, un siglo después del poema de Virgilio Dávila se discute en los medios de prensa y en las nuevas redes sociales una situación similar, con llamados muy parecidos a los del poeta. Esta vez no es la caña de azúcar ni la tierra cultivable lo que anda buscando el nuevo capital absentista, sino edificios históricos, áreas costeras y todo lo que pueda facilitar la especulación financiera. No llegan atraídos por la mano de obra barata y la productividad de la tierra agrícola, sino por las normas de paraíso fiscal que el gobierno colonial legisló en 2010.

No sé si en los tiempos del poema de Dávila ya se había inventado la palabra “gentrificación”, pero sí se sabía lo que era. En los versos del poeta y en otros escritos de la época encontramos la misma preocupación por el desplazamiento de los puertorriqueños por los recién llegados. Igual que ahora, detrás del capitalista llegó la casta de intermediarios que facilitan sus negocios, ubicándose con sus familias en las mejores áreas residenciales.

El pueblo puertorriqueño solventó con éxito aquel primer esfuerzo de desplazamiento y la aún más dañina campaña de “americanización” forzada que simultáneamente se desarrolló y se mantuvo por cuatro décadas. En medio del vendaval la nacionalidad boricua, en lugar de desaparecer, creció y un siglo después seguimos aquí hablando español y sintiendo lo que somos. Lo mismo ocurrirá con la nueva ola.

El principal problema que crean las llamadas “Leyes 20-22” no es la gentrificación, que obviamente está estimulando, pero que no tiene ni tendrá la consecuencia cataclísmica que algunos le están dando. Sus mayores efectos nocivos se dan en la economía y en la forma en que nuestro país se proyecta hacia el exterior. No se trata de un desarrollo económico normal, sino de una burbuja que afecta el mercado de bienes raíces y crea las distorsiones típicas de todo paraíso fiscal.

Como sabemos, la legislación fue creada en una de las administraciones del PNP, la de Luis Fortuño. Aunque en 2012 hubo un cambio en el partido a cargo del gobierno, con el PPD y Alejandro García Padilla, el marco legal no sufrió cambios. Todo lo contrario, fue implantado con entusiasmo, como si fuera un gran legado. Ahora mismo, con la Legislatura controlada por el PPD y la gobernación en manos del PNP, no existe ninguna probabilidad de que esa legislación se altere a pesar de los efectos nocivos que ya se ven.

Debemos intensificar la denuncia de ese marco legal nocivo y reclamar su derogación y, similar a como hizo Virgilio Dávila en 1916, llamar a no entregar nuestra tierra al extraño, pero más importante aún es ampliar la lucha por acabar con el bipartidismo que lo creó y el colonialismo que lo hace posible.

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