No pasa nada, aún[1]

 

  1. No pasa nada, la apuesta amistosa[2]

Dos amigas se sientan en una mesa a tomar café. Nada parecería más cotidiano. No nos engañemos, tomar café no es una actividad inocua. Las dos amigas son jugadoras empedernidas. El café es el pretexto para el encuentro. Un cara a cara con cafeína y mucha azúcar. La mesa es una pantalla. El juego es la escritura. Las fichas son las palabras. Cada cual va organizando sus jugadas, está de más decir que las estrategias son los cuentos. No sé a dónde han ido a parar las tazas de café en esta escena, de seguro son el aliento, corto o largo, dependiendo del escrito. El juego es también una larguísima conversación. Años de entretenido palabreo. Si se expresa así se pierde la belleza del juego. Corrijo; el diálogo es también enjundioso, político, fantasioso, poético, alegre, doloroso y necesario.

No pasa nadaes una apuesta amistosa. En el sentido de que el juego es una conversación, las jugadoras, Sofía Irene Cardona y Mari Mari Narváez, han acumulado muchas horas de juego o de viaje. También de escritura. Decir acumular no es acertado. Es una manera capitalista de concebir la amistad. ¿Podemos dejar de pensar de ese modo? Digamos mejor donación, regalo. Hablar de lo debido, de lo que se adeuda a una amiga, distorsiona la apuesta de la amistad. Y la de este libro.  A Sofía Cardona la conocemos como cuentista, poeta y columnista. A Mari Mari Narváez, para quien este es su primer libro de relatos, la conocemos como columnista y periodista. Para aclarar, la amistad o el diálogo continuo de estas dos jugadoras se estableció en la columna Fuera del quicio, hoy, Será otra cosadel semanario Claridad.

Dos amigas escritoras deciden apostar por la amistad con su escritura.  También lo contrario, apostar por la escritura con su amistad. Ese el germen de este escrito. El desafío, que implica la acción de apostar, lo es a la manera más común de concebir un libro como el producto de una sola escritora.  La publicación reta la individualidad. Claro que hay muchos antecedentes, de inmediato se me ocurren tres: Vírgenes y mártires (1981)de Ana Lydia Vega y Carmen Lugo Filipi, Lo femenino y lo sagrado (1998) de Julia Kristeva y Catherine Clemens, y Jacques Derrida(1991) de Jacques Derrida y Geoffrey Bennington. La lista anterior tiene que ver conmigo -la tercera-, la testigo de esta partida, que quiere ser parte de este juego de afectos.  En los libros mencionados una amistad se entiende en relación con la escritura. Y escribir es siempre la puesta en escena de la lectura. Entonces, el reto es leer y escribir como un diálogo amistoso. Nótese que la estructura del libro No pasa nadaconserva la de la conversación. En la organización de los trece cuentos las jugadoras se alternan, cada cual respetando su turno.

 

  1. Sobre el no pasar nada

Decimos coloquialmente “no pasa nada” para desdecir el acontecimiento, como si la frase redujera lo ocurrido. Es una forma de negar o anular lo que sucede por nimio e insignificante. A primera vista puede ser un gran consuelo, pero la frase “tranquila, no pasa nada”, que es otra forma de decir, “pichea, eso no es na”, resume cierta jerarquía sobre el acontecimiento y su registro. El título de esta reunión de relatos obliga a que nos cuestionemos: ¿Qué es algo? ¿Sobre qué debe escribirse? ¿Qué parcelas de la realidad son significativas? ¿Qué peripecias y personajes merecen relatarse? ¿Para qué contar si “no pasa nada”?

No seamos ilusos, en estos trece relatos, escritos con dos estilos narrativos diferentes, el “no pasa nada” se convierte en paso, pasillo, pasión, acontecimiento. Las escritoras agrandan la escala de lo cotidiano, que para muchos es sinónimo de lo banal. Como si leyeran lo habitual con lupa, Mari Mari Narváez y Sofía Cardona observan lo diminuto porque reconocen su trascendencia. Hay una actitud desafiante en esa mirada que agranda, sin aspavientos, más bien con la tranquilidad de una eterna montaña, elementos mínimos de la realidad.

En los cuentos de Mari Mari Narváez, una canción, una mirada, una gotera, un ritual desdeñado hacen estallar el silencio encubridor del “no pasa nada” de las relaciones humanas. El amor y la amistad, que a veces son lazos y otras veces cadenas, se revisitan para indagar en el compromiso de todo vínculo. Sus personajes, la mayoría femeninos, son sujetos vulnerables

-tan mezquinos, frágiles y obsesivos como todos nosotros-, que ponen en escena la dificultad de vivir.  Así, por ejemplo, una pareja se regodea en su reconciliación alrededor de un horrible jarrón naranja en “La irresolución” o una amiga valientemente confronta a otra por su mezquindad con palabras que son balas en “Ventimiglia”. Con un tono apretado, reflexivo, lleno de silencios, sus relatos cavilan sobre la fragilidad de nuestra humanidad, sobre cárceles de amor y encierros solidarios, sobre el desamor y el abandono que se curan con “los cafés que un trago forman el mundo”.

Por su parte, Sofía Cardona nos acerca a sucesos habituales extrañándolos con el exacto uso del humor y la sorpresa. En sus cuentos el tono intimista se distiende para cuestionarlo, para dejarlo sin efecto, con una impasibilidad difícil de lograr. Una cara de palo, una narradora imperturbable trastoca el orden de los acontecimientos. Así sus protagonistas, humanas y animales, participan de alguna revelación que destruye nuestro punto de visión humanista, y proponen nuevas escalas para mirar más allá de puertas y ventanas. Ya sea un hermoso ciervo, una viejita en su lecho de muerte, una hermana de visita o una amiga en el exilio, los personajes fisuran nuestro lente y provocan nuevas formas de ver.  De aquí que en el cuento “Everything’s Fine”, que parece traducir al inglés el título del libro, la narradora convierta en relato de horror el hastío matrimonial de su hermana Nilse, o que, en “La pecera”, un pez narre desde el cristal de su pequeño acuario. Parsimoniosas e impasibles sus narradoras, tan atentas a todo, son capaces de dejar “a un lado el lápiz…y ponerme a barrer los escombros de la hecatombe”, aunque sea el día del fin del mundo.

Tengo para mí que cuando esas dos amigas se sentaron a jugar apostaron también por el efecto de su guiño. Son tramposas,lo sé bien, como buenas jugadoras de barajas. Un mundo de cosas sucede cuando Sofía Cardona y Mari Mari Narváez nos dicen que No pasa nada. La lectora y el lector, que saben del horror y la trascendencia del “no pasa nada”, agradecen la valentía de arriesgar la amistad por la escritura.

 

[1]Esta reseña se publicó como el prólogo a la primera edición de No pasa nada. (San Juan: Ediciones Callejón, 2020).

[2]Así llaman Jacques Derrida y Geoffrey Bennington el contrato de escritura que supone su libro

Jacques Derrida(Paris: Editions du Seui, 1991).

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