Notas sobre Literatura fantástica en Puerto Rico (siglo XIX)

«Los términos ‘literatura fantástica’ y ‘lo fantástico’ no figuran en ninguna de las historias ni en casi ninguno de los recuentos, resúmenes o reseñas de la literatura puertorriqueña”, nos dice Héctor J. Martell Morales, autor de Literatura fantástica en Puerto Rico (siglo XIX). En algunos casos, afirma poco después, el problema es aún mayor dado que “algunos críticos aseguran que no existe” este tipo de literatura en Puerto Rico.

En gran medida, Martell Morales ha dedicado parte de sus estudios y de su trabajo crítico a rebatir estas posiciones y demostrar la clara abundancia de literatura fantástica en Puerto Rico, acto que ha llevado a cabo por lo menos desde su tesis de maestría del 1987 –que trata los cuentos fantásticos de Gustavo Agrait– y que continuó con la publicación de El cuento fantástico en Puerto Rico en el 1998. Será quizás este tema el que condujo a Martell Morales al siglo XIX, tránsito algo inusual dentro de la crítica literaria, acostumbrada a acercarse cada vez más a lo contemporáneo y alejarse de “lo viejo”. Será quizás, además, este tránsito inusual una de las razones por las que puede aproximarse a la literatura del siglo XIX puertorriqueño con una mirada novedosa, aproximación que desembocó en el libro que aquí se reseña.

Literatura fantástica en Puerto Rico –publicado por la editorial Los libros de la iguana en el 2016– es, en realidad, dos proyectos en uno, siendo el primero el estudio de este fenómeno literario en el Puerto Rico del siglo XIX y el segundo una antología de este corpus. Comienza su estudio con un breve panorama de algunas de las definiciones principales de lo fantástico y de la literatura fantástica. Acto seguido, Martell Morales propone la conceptualización de literatura fantástica que guiará su estudio. La literatura fantástica, nos dice, presenta un mundo donde se identifican elementos constitutivos de nuestra propia realidad y donde operan leyes similares a las nuestras, a la vez que nos topamos con acontecimientos insólitos e incongruentes. Lo fantástico, entonces, conjuga lo racional con lo inexplicable, creando en los lectores un sentimiento de extrañeza, miedo o terror. “Los fines de la literatura fantástica son múltiples, pero el principal de ellos, entendemos que es el ayudarnos a captar y entender mejor nuestra realidad y, por ende, a entendernos mejor”.

Luego de esta elaboración, el autor hace un breve repaso respecto al acercamiento que ha hecho la crítica literaria hacia el tema. Aunque Martell Morales inicia su libro haciendo hincapié en la carencia fantasmal de un reconocimiento sobre esta literatura en Puerto Rico, no por eso deja de marcar los distintos momentos que ha atravesado la –escasa– crítica de este corpus. Se detiene particularmente en el trabajo pionero del chileno Carlos Hamilton quien, en contraste con la crítica imperante, reconoció la existencia de la literatura fantástica puertorriqueña tan temprano como en el siglo XIX a través de la obra de Alejandro Tapia y Rivera. (El trabajo de archivo de Martell Morales, dicho sea de paso, descubre textos fantásticos previos a Tapia aunque sea él “el único que demuestra una clara conciencia de lo que es la literatura fantástica”.)

El estudio prosigue con el análisis de 15 autores distintos, en muchos casos aproximándose a más de un texto de un mismo autor. Aunque algunos son nombres conocidos, como Manuel Alonso, Salvador Brau y Alejandro Tapia y Rivera, la gran mayoría de los autores son relativamente desconocidos y en algunos casos olvidados casi por completo. La muestra de autores y textos es amplia precisamente para demostrar la proliferación de la literatura fantástica en la isla: “… los autores identificados comprueban suficientemente la tesis principal de nuestro trabajo: la existencia y el cultivo de la literatura fantástica en Puerto Rico desde los inicios de nuestra expresión escrita en el siglo XIX”. Con la excepción de Manuel Corchado y Juarbe, Cayetano Coll y Toste y Alejandro Tapia y Rivera, el estudio sigue un acercamiento cronológico; estos tres autores son analizados de manera algo independiente dado que sus obras –tanto por su importancia como por su alta producción– así lo requirieron.

Aunque una gran parte del libro consiste del resumen de los textos que Martell Morales ha seleccionado para su investigación, se puede apreciar también una mirada independiente que no repite las lecturas usuales que se hacen de gran parte de esta literatura. Para dar un ejemplo, al acercarse al Aguinaldo puertorriqueño del 1843, usualmente considerado como el inicio de la literatura puertorriqueña, aunque un inicio carente de valor estético, Martell Morales afirma que “aún no se ha dicho todo lo que de él se puede decir” y que es uno de los inicios de la literatura fantástica no sólo en Puerto Rico sino “en toda Hispanoamérica”, siendo además “el vínculo directo entre la fantástica puertorriqueño-hispanoamericana y la fantástica española”. Más aún, dado que la crítica literaria latinoamericana ha querido establecer que el cuento Gaspar Blondín del ecuatoriano Juan Montalvo, publicado en el 1858, marca el inicio de la literatura fantástica hispanoamericana, Martell Morales asevera que el cuento El astrólogo y la judía del puertorriqueño Mario Kolhman (seudónimo de Eduardo González Pedroso), que forma parte del Aguinado, es “la primera obra literaria fantástica aparecida en Hispanoamérica y, por lo tanto, el inicio de la literatura fantástica hispanoamericana”. Además de El astrólogo y la judía, Martell Morales señala que los cuentos fantásticos El pájaro malo de Manuel Alonso y El heliotropo de Alejandro Tapia y Rivera son también previos a la publicación de Gaspar Blondín.

Aparte de esta referencia pasajera al cuento de Montalvo, sin embargo, se abunda poco respecto a este debate histórico-crítico. Aquí, Martell Morales debió haber sido más preciso; tal como se plantea en el libro, esta afirmación no convence del todo. Partiendo de la definición de literatura fantástica que anteriormente el autor había expuesto, ¿por qué no considerar “literatura fantástica” mucha de la literatura de las guerras de la independencia, en la que los fantasmas de los antiguos reyes precolombinos constantemente aparecen para hablarle a las figuras históricas o presentarse frente a distintos espectadores? Pienso, por ejemplo, en los poemas “Las sombras” de José María Heredia o “La victoria de Junín. Canto a Bolívar” de José Joaquín de Olmedo. ¿Qué llevó a la crítica literaria latinoamericana a decir que fue “Gaspar Blondín” el primer cuento fantástico, y qué nos lleva ahora a afirmar que es “El astrólogo y la judía”? Para sostener este punto, posiblemente hubiera sido necesario que se abundara con mayor profundidad la conceptualización que se utiliza de “literatura fantástica”. Quizás la razón de ser de esta incertidumbre sea el que el marco conceptual de literatura fantástica haya sido articulado de manera muy breve en Literatura fantástica en Puerto Rico, lo que no ayuda a contestar estas interrogantes. Lo que ganaba esta decisión de sintetizar el marco conceptual en términos de la facilidad para comprender el fenómeno de lo fantástico en la literatura, pierde por otro lado en especificidades más profundas que repercuten en algunos de los planteamientos hechos por el autor, como lo es el de los inicios de esta literatura en Hispanoamérica.

De todos modos, las contribuciones de Literatura fantástica en Puerto Rico rebasan la cuestión –en mi opinión bastante secundaria– de si en Puerto Rico se inicia o no la literatura fantástica en Hispanoamérica. La fuerza del argumento y de la muestra de textos que examina el libro no se debilitan por la posible imprecisión anterior. Martell Morales, en contra de la corriente crítica, demuestra sin lugar a dudas no sólo el que existiera literatura fantástica desde los comienzos de la literatura puertorriqueña sino también que ésta se produjo en abundancia desde sus orígenes. Evidencia que la literatura fantástica se escribe en Puerto Rico a la vez que se producía en el continente. En ese sentido, mientras lo común es pensar en la literatura puertorriqueña del siglo XIX como una literatura atrasada, aquí queda demostrada su correspondencia con las que se producían en otras partes del Atlántico; nuestra literatura sigue las corrientes estéticas más avanzadas a la par que en el resto de los países latinoamericanos.

Como se adelantó, la segunda parte del libro consiste de una antología de literatura fantástica decimonónica en Puerto Rico. Con la excepción de Salvador Brau, todos los autores a quienes se les dedican acápites en la primera parte del libro aparecen representados aquí. Es de destacar que la gran mayoría de los textos que incluye no suelen encontrarse en antologías literarias, y los libros o periódicos en los que se hallan son de difícil acceso. El trabajo de archivo que Martell Morales llevó a cabo en esta investigación no sólo se aprecia en el estudio crítico de la primera parte del libro sino también en el rescate de muchos de estos textos para un público amplio. Si no fuera por esta antología, desconozco si me hubiera topado en el futuro con algunos de los cuentos que más disfruté o que estimularon nuevas preguntas sobre la literatura puertorriqueña de la época, tal como el cuento epistolar “El caso de Pepa” de Francisco del Valle Atiles, la narración de influencia modernista “Az-Zahra” de José L. González Quiara, el cuento indianista “Los conventos” de Rosendo Cordero Rodríguez y el cómico (y crítico) “Un avaro en el otro mundo” de Manuel Corchado Juarbe. Esta breve enumeración da fe de la heterogeneidad de los textos que se encuentran aquí reunidos.

Al igual que el estudio, la antología está organizada cronológicamente e incluye alguna información de cada autor y del texto en cuestión, en ocasiones con algunos comentarios críticos adicionales. Esto, aunque podría pensarse como algo repetitivo si se ha leído el estudio precedente, facilita la lectura y el disfrute de los textos sin necesariamente tener que atravesar el análisis más especializado que le precedió. En ese sentido, las dos partes que conforman Literatura fantástica en Puerto Rico, a la vez que funcionan como conjunto, pueden también leerse de manera independiente, lo que puede ser provechoso para aquellas personas que desean iniciarse en el género fantástico o en la literatura puertorriqueña del siglo XIX. Además, no hay razón para que no pueda utilizarse esta antología de manera semi-independiente como material pedagógico, formando parte de un curso de español o de literatura, suplementando currículos ya establecidos o creando clases y discusiones a partir de ella.

Una antología suele tener como objetivo el servir como puerta de entrada a un grupo particular de textos. Pero cuando verdaderamente logra y rebasa su propósito, lleva al lector por nuevos caminos. A la vez que Literatura fantástica en Puerto Rico funciona como una guía para entrar a la literatura fantástica puertorriqueña del siglo XIX, esperamos, también, que de ella surjan nuevas inquietudes, búsquedas e investigaciones. El reencuentro con autores conocidos y el descubrimiento de autores y textos olvidados pueden propiciar aquellas nuevas lecturas que tanto parece exigir la literatura del siglo XIX en Puerto Rico.

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