Ojalá el gatillo no se dispare

Por Manuel de J. González/Claridad

El sábado 23 de febrero la televisión y las redes sociales divulgaron la imagen de un camión prendido en llamas en la frontera entre Venezuela y Colombia. El locutor hablaba de que se estaba quemando “ayuda humanitaria” destinada a los venezolanos. Promotores de esa “ayuda” inmediatamente culparon a los “leales de Maduro” por quemar un camión cargado de suministros. Pocos se fijaron que el camión no estaba en territorio venezolano, sino en el lado colombiano de la frontera y que allí no había militantes ni mucho menos militares de Venezuela. En medio de la histeria, se descartaba lo obvio: que individuos desenfrenados saquearon el camión y luego lo incendiaron para armar otra historia noticiosa a conveniencia contra “el dictador” Maduro. 

¿Qué piensan los periodistas que se han tragado el cuento de la “Ayuda Humanitaria”, así con mayúsculas? Aun cuando la ONU y la Cruz Roja corrieron a desligarse de ese operativo, Puerto Rico y sus “demócratas” siguieron apoyándolo. Ojalá el gatillo no llegue a dispararse, como efectivamente busca el gobierno venezolano, porque si ocurre lo contrario, las manos de estos “demócratas” terminarán salpicadas de sangre.

Mirando las escenas de la frontera entre Venezuela y Colombia vale hacerse esta pregunta: ¿Recuerdan cuántas cuartillas y espacio televisivo se dedicó a condenar los “militantes encapuchados” durante las manifestaciones del 1 de mayo de 2017 y 2018 en San Juan? Para el discurso oficial del gobierno de Puerto Rico y sus auxiliares en la prensa, aquellos jóvenes eran la encarnación del terror. Pues desde el lado fronterizo colombiano vemos ahora mismo a cientos de “encapuchados” o descamisados lanzando bombas molotov, pero en esta ocasión se trata de “defensores de la libertad” o “luchadores contra una dictadura”, según CNN en español. 

Ahí tenemos dos pequeños ejemplos de la enorme manipulación mediática que desde casi todo el mundo se ha montado contra el actual gobierno venezolano. El primer paso, el más importante, de este último esfuerzo dirigido a imponer un cambio de mando en Venezuela fue la proclamación del diputado Juan Guaidó, como presidente de facto o “interino”. Esperaban que, tras esta proclamación, las manifestaciones populares obligaran a los militares a actuar según el libreto, derrocando a Nicolás Maduro. Una vez esa parte del plan fracasó, entró en escena la estrategia de la “Ayuda Humanitaria”. Como en Venezuela la gente “se muere de hambre”, según el libreto, es urgente llevarle ayuda por mar y tierra. En todos los pasos fronterizos almacenaron comestibles como un burda carnada dirigida a los “hambrientos”. 

Hasta ahora esa segunda parte del libreto también fracasó porque las multitudes no han forzado los pasos fronterizos para buscar la “ayuda”, mientras las fuerzas militares impidieron que las hordas movilizadas desde Colombia y Brasil la entraran a territorio venezolano. Esas mismas fuerzas militares detuvieron un barco que, enviado desde Puerto Rico, pretendía atracar a la brava en Puerto Cabello. 

Ante el fracaso de esas dos partes del libreto queda la tercera sobre el tapete. Recientemente el presidente estadounidense Donald Trump dijo que, en cuento a Venezuela, además de un plan A, también tenía “un plan B y un C”. Esa tercera fase, que el troglodita norteamericano llama “plan C”, puede ser la opción militar. La pasada semana el Miami Herald reportó que la flota del Atlántico de la Marina estadounidense estaba desplazando fuerzas hacia el Caribe, incluyendo un portaviones. También se dice que ya movilizaron cinco mil soldados a territorio colombiano. En algunas semanas sabremos si los que dirigen los hilos desde Washington se atreven a lanzar el “Plan C” del que habló Trump. 

Las consecuencias de una agresión militar serían devastadoras. Venezuela no es Granada, ni siquiera Panamá, sino un enorme país en el que una mayoría de la población ha respaldado consistentemente a su actual gobierno. Durante la actual crisis se ha demostrado que esa gran masa poblacional está muy bien organizada no solo en Caracas, sino a lo largo de todo el territorio nacional. No es tarea fácil invadir un país de esas dimensiones en el que un segmento importante de la población está dispuesto a enfrentar a los invasores.

Muchos pensamos que el barco que salió de Puerto Rico –pagado con dinero del quebrado tesoro boricua– era parte del libreto del “Plan C” trumpista. En las redes sociales algunos se refirieron al operativo como “el nuevo Maine” pensando que, como aquel navío que explotó en La Habana en 1898, el barco serviría de excusa para la intervención militar de Estados Unidos. El actual gobierno colonial de Puerto Rico es muy dado al comportamiento infantil (como cuando se inventaron la historia del avión que aterrizó en Caracas), pero cuesta trabajo concluir que pudieron haber pensado que su barco, portando una carta de Guaidó que le “autorizaba” a atracar en un puerto de su país, podía efectivamente llegar a Puerto Cabello sin ser interceptado por las fuerzas navales de Venezuela. Al momento en que escribo se indica que el barco, una vez su tripulación fue advertida por un navío de la Armada, optó por no entrar en aguas territoriales de Venezuela procediendo a llevar su carga a Curazao. Pronto se sabrá si estamos viendo un nuevo papelón del actual gobierno puertorriqueño o ante un eslabón importante de la estrategia gringa. 

Finalmente, resulta irresistible plantearse otras preguntas. Ante estos desarrollos, mientras Mike Pence y Pompeo llegan a Bogotá a trasmitir las últimas instrucciones, ¿cómo se sienten los liberales y hasta “socialistas” de todo el mundo, incluyendo algunos soberanistas puertorriqueños, que tras la autoproclamación de Guaidó corrieron a apoyarlo diciendo que con ello escogían la “democracia”? ¿Qué se siente cuando se camina al ladito de Trump, Duque y Balsonaro? ¿Qué piensan los periodistas que se han tragado el cuento de la “Ayuda Humanitaria”, así con mayúsculas? Aun cuando la ONU y la Cruz Roja corrieron a desligarse de ese operativo, Puerto Rico y sus “demócratas” siguieron apoyándolo. Ojalá el gatillo no llegue a dispararse, como efectivamente busca el gobierno venezolano, porque si ocurre lo contrario, las manos de estos “demócratas” terminarán salpicadas de sangre. 

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