Ojos que observan el silencio del horror: La passion de Jeanne d’Arc y A Quiet Place

His amused eyes looked into her horrified ones.

Agatha Christie, And Then There Were None (1939)

El cine es un arte visual. A pesar de que esta afirmación es bastante obvia, me hice consciente de esta característica por primera vez a principio de los 90 cuando Diane Accaria, una de mis mayores influencias en cómo pienso sobre el cine, me dijo: “Se puede tener una película sin sonido, pero nunca sin imagen.” En aquel entonces tenía aproximadamente veinte años y, en mi búsqueda de probar los límites del cine, me cuestionaba si funcionaría una película donde el público no vería nada pues el proyector se mantendría apagado. Y todo el concepto de espacio y reconstrucción del mundo visual dependería solamente del diálogo. Pero esto no es cine, sino radio teatro. Se necesita la presencia de luz proyectada en una pantalla para considerarse cine. Acepto que esto es algo categórico de mi parte y espero con ansias el día que algún artista desafíe mis ideas en cuanto a los límites del cine. Las dos películas que vi este fin de semana en la pantalla grande, La passion de Jeanne d’Arc (dir. Carl Theodor Dreyer, Francia, 1928) y A Quiet Place (dir. John Krasinski, EEUU, 2018), utilizan lo visual de maneras únicas para demostrarnos el horror tanto de una iglesia que condena a la hoguera todo desafío a su autoridad como el de las criaturas que acechan los pocos sobrevivientes humanos.

La passion de Jeanne d’Arc, presentada en el Quad Cinema de Nueva York como parte de una retrospectiva de Juana de Arco en el cine, está basada en la transcripción oficial del juicio en el 1431 por la iglesia católica en contubernio con Inglaterra durante la Guerra de los Cien Años. Dreyer evita las proporciones épicas de Birth of a Nation (dir. D.W. Griffith, EEUU, 1915) para contar la historia de manera más personal a través de “close-ups” o tomas de primer plano. La película no retrata los grandes momentos históricos en la vida de Juana de Arco, sino los ojos sufridos de la guerrera ante la burla del cruel patriarcado eclesiástico que la condenará a la hoguera.

El uso del primer plano permite al espectador notar las sutilezas en las expresiones de cada personaje y, más específicamente, en los ojos de Maria Falconetti, actriz que desempeña el papel de Juana. Los ojos de la Falconetti nos llevan desde el éxtasis del personaje por la conexión con su dios al terror de la tortura física que se avecina. Sus ojos son el centro de la historia y su intensidad altera todo su alrededor. Esto se hace claro por la manera en que la cámara retrata una realidad inclinada y algo torcida por la confusión (o quizás por la sicosis) de la héroe. En la escena de la tortura, Juana nota con ojos brotados de pavor un garfio, los afilados serruchos y la gran rueda con estacas de hierro que gira cada vez más rápido. Peor aún son los ojos maléficos de los oficiales de la iglesia que observan a la mujer como depredadores que esperan la caída final de su víctima. La gramática visual pasa precipitadamente de un detalle a otro siguiendo el girar de la gran rueda de dientes de hierro. La secuencia termina cuando Juana se desmaya por el miedo. El cerrar de sus ojos marca el final del episodio. Se dice que Dreyer descubrió a Falconetti (cuyo nombre real es Renée Jeanne Falconetti) mientras ella actuaba en un teatro de París. Estoy seguro que Dreyer se estremeció por la intensidad de sus ojos, desde donde se narra el alucinante ascenso de Juana de Arco a la hoguera.

Muchos cinéfilos arguyen que el cine mudo usa a la perfección el lenguaje del cine ya que depende de lo visual para contar su historia. A pesar de que estoy de acuerdo con el argumento, se me hace imposible cantar sus glorias como contraste al cine con sonido integrado. La más reciente película de horror, A Quiet Place, nos cuenta una historia a través del sonido y la imagen, pero con uso mínimo del diálogo. En esta película, una familia sobrevive ante una invasión de monstruos cuya audición es exageradamente sensitiva. El más mínimo ruido los atrae de inmediato, sumiendo a los sobrevivientes en una rutina diaria de amortiguar cada sonido que define su diario vivir. ¿Cómo podemos silenciar el grito que provoca el dolor intenso, el romper de un vaso de cristal, el crujir del piso de madera y hasta el andar descalzo por un camino campestre? Como en Swiss Family Robinson (dir. Ken Annakin, EEUU, 1960), donde una familia encuentra diferentes maneras para sobrevivir en una isla desierta, A Quiet Place se concentra en cómo la familia Abbott lucha por suprimir cada suspiro para vencer lo inimaginable.

A Quiet Place no tiene un monstruo cuya imagen impacte al espectador, como la belleza grotesca de los xenomorphs de Alien (dir. Ridley Scott, EEUU, 1979) diseñados por H. R. Giger. Aunque tienen una anatomía particular con detalles interesantes, las criaturas de A Quiet Place no son memorables. Sin embargo, la colaboración entre la dirección de Krasinski (sí, el mismo que protagonizó la versión estadounidense de la serie The Office), la cinematografía a cargo de Charlotte Bruus Christensen y el equipo de sonido supervisado por Erik Aadahl nos ha dado una película cuya textura auditiva expande en su espacio visual. No necesitamos escuchar un grito para sentir la desesperación de Evelyn Abbott (actuada magistralmente por Emily Blunt), cuyas manos la fuerzan a tragar un grito de dolor y de miedo por el monstruo que la acecha. La música de la película no entorpece la tensión ya que Krasinski nos prueba que el silencio y los sonidos de nuestro entorno son suficientemente aterradores. Al no depender del diálogo, la cámara permite que los personajes se comuniquen a través de la mirada. Los ojos de Lee Abbott (John Krasinski) al notar que uno de los suyos corre peligro son una explosión de pavor y de miseria por su impotencia ante las criaturas casi indestructibles.

Fue una coincidencia ver ambas películas en la pantalla grande este fin de semana. En Nueva York, uno enfrenta los inviernos, el prejuicio disfrazado de generosidad, las rentas prohibitivas y la lejanía de la familia isleña, porque puede tomar refugio en la diversidad de cine que se ofrece por toda la ciudad. Sé que demuestro mi obsesión con el cine. Pero es que he llegado a entender mi experiencia y la de los que me rodean a través de las imágenes proyectadas en la pantalla grande, que sigue siendo para mí la manera idónea de ver una película. Salgan y vean A Quiet Place en cualquier sala de cine de la isla. Busquen en YouTube alguna versión de La passion de Jeanne d’Arc, preferiblemente sin música. Este último detalle es crucial ya que la manipulación emotiva de la banda sonora le resta fuerza a los ojos de Falconetti. Llevé a mi hijo de doce años a ver ambas películas. Y sus ojos se abrieron como cavernas de luz ante los ojos sufridos de Juana de Arco y se asomaron horrorizados desde las profundidades de su abrigo de invierno cuando la hija mayor de los Abbott atestigua la amenaza que se aproxima. Los ojos del niño se abrieron ante el silencio de lo terrible.

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