Oscar en Casa: Distancias

Cuando me dijo el corazón: —Afuera,

frente a la reja carcelaria espera

inútilmente verte tu Consuelo,

pensé…

eso que piensa aquel que la mirada

tiene hundida en la noche de la nada

y quiere ver el cielo.

Cuando la larga ausencia

llenó con su presencia

en inhóspitas playas extranjeras

un recuerdo de infancia

(esa extraña fragancia

que suave exhalan las nocturnas eras,

o aquel manso ruido

de la avecilla que abandona el nido,

bien de la hoja al árbol desprendida,

bien del viento en los sauces del camino

o del riachuelo el paso peregrino

entre la suave arena ennegrecida,

o ese fantasma del presentimiento

que nos llega en el viento

y nos hace mirar por la ventana,

cual si una alerta el corazón sintiera

y sintiendo pudiera

ver escrita en la noche la mañana).

Mi corazón solía

gozar la epifanía

de las cosas lejanas muy cercanas

beber su poesía (1)

y no sufrir la fría

soledad de las cosas tan lejanas.

¡Suertes que juega el ágil rapacillo

al corazón sencillo

que sabe amar humilde y bravamente!

¡Nunca estaré yo preso

en enemigas manos, tan opreso

que no aspire mi pecho libremente,

e ilumine lo obscuro

y salte sobre el muro

y al campo de mi patria raudo vuele

adonde monte el potro la lomada

y en la flor rociada

el zumbador revuele!

Mas, he aquí la muralla,

la reja, la metralla

sin alma que vigila

entre tu espera inútil a la puerta

y mi rabia despierta

que hacia una fútil decisión oscila!

Nunca ocurriera al pensamiento antes

que las cosas distantes

habiendo estado otrora tan cercanas,

el dulce bien amado

tan cerca de mi lado

forzáranlo a distancias tan lejanas!

Cierto que a este presente

no remedia lo ausente,

dulce imaginación que el bien augura

y a la distancia aspira suave esencia.

No cura esta dolencia

“sino con tu presencia y tu figura”.

Estas distancias de ahora:

esa ametralladora,

el kaki sudoroso,

el fusil recostado

y hasta el sol recortado

y a ración como bálsamo precioso,

injurias son que al corazón invitan,

llaman y solicitan

hasta la irracional temperatura.

Pero a mi fe triunfante

sostiene lo que amante

tu persona a la puerta transfigura.

Y esto pienso esta noche en La Princesa:

La lucha nunca cesa.

La vida es lucha toda

por obtener la libertad ansiada.

Lo demás es la nada,

es superficie, es moda.

Patria es saber los ríos,

los valles, las montañas, los bohíos,

los pájaros, las plantas y las flores,

los caminos del monte y la llanura,

las aguas y los picos de la altura,

las sombras y los colores

con que pinta el oriente

y se despinta el occidente,

los sabores del agua y de la tierra,

los múltiples aromas,

las hierbas y las lomas

y en la noche que aterra

el trueno que retumba en la negrura,

penetrar la espesura,

ver como en un relámpago la senda,

y de un trago apurado

el soplo de huracán, entusiasmado

reconocer las bestias de la hacienda.

—La Patria es la hermosura

con que yergue su mágica escultura

la letra, el libro, el verso,

y, vestida de gloria,

verla cruzar la historia

hasta la plenitud del universo.

—Tomar su cardiograma

y ver cómo le inflama

la salud los rubores.

Besarle su bandera,

soñarle su quimera

y amarle sus amores.

—Pero en la dura prueba

cuando la Patria abreva

de nuestra propia vida en la corriente:

la Patria estremecida

que lleva por coraza nuestra vida;

esa Patria exigente

que impone su silencio o su palabra

y con sus manos labra,

en la sangrienta masa de dolores

a golpes de centella

la forma de una estrella,

un canto de fulgores,

cierto momento, un día

tras la muralla fría

de la prisión, un preso

meditará ese juego de distancia

entre su muda estancia

y el cercano embeleso

que le dice al corazón: —Afuera,

junto a la reja carcelaria espera

inútilmente verte tu Consuelo—.

Y siento como aquel que la mirada

tiene hundida en la noche de la nada

y quiere ver el cielo.

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