Oscar en Casa: El futuro es espacio

EL futuro es espacio,

espacio color de tierra,

color de nube,

color de agua, de aire…

NERUDA

0. Oscar López Rivera, luego de tres décadas y media en una cárcel, es quizás el puertorriqueño que más haya pensado en el tiempo. El tiempo como experiencia, como proceso orgánico, como reloj interno. Sin embargo, él lo resume como una vital formulación de libertad. Al atravesar las puertas de la prisión el hombre tomó una decisión: “El tiempo va a ser mío”. Así, el tiempo dejó de ser algo externo para ser memoria, atención al presente del propio Oscar y no una determinación de sus carceleros. Lo tengo frente a mí. Con los luminosos ojos negros. El rostro de quien tiene paz, de quien ha regresado de donde pocos lo han hecho así, repleto de sueños, esperanza y planes. Oscar López, fuerte como un muchacho a los 74 años, habla del futuro. Se apropió del tiempo. Es suyo.

¿Y qué puede decir del espacio un hombre que estuvo en confinamiento solitario y en paredes monocromas por tantos años? Que el espacio es una fortaleza física interior. Que en la apertura mínima de una rejilla miraba con atención un cierto color verde que se movía y sabía que era un árbol. Que en una celda muy pequeña en solitaria aprendió a hacer seis diferentes ejercicios usando su propio pantalón y los barrotes. Y entonces, décadas después, caminó por un pasillo, a una puerta de salida, a un portón principal y a una salida. Esa caminata fue su regreso al espacio del afuera. La calle fue alargándole la vista y con ello entonces los demás sentidos. Luego llegó a un aeropuerto enorme y la sensación de color de nube, de aire fue permitiéndole más sensaciones. Las conversaciones, los acentos, reconocer a los boricuas en el espacio y en la estrechez de un avión en pleno vuelo. Y ese contacto entre cuerpos en los asientos y el pasillo. Todo fue, ese primer día, redescubrir el tempo y el espacio. Agudizar libremente los sentidos.

Pero, ¿cómo pudo sortear el encierro y la ausencia de colores? Pues lo que cuenta Oscar López es una historia de supervivencia. Lo relata con rostro afable, con tono sedoso. Habla un hombre sereno y feliz.

1. Para recordar y administrar los colores se concentró en la pintura. Oscar señala que fue algo curioso.

“Yo llevaba cuatro años encerrado 22 horas 45 minutos todos los días en una celda monocromática. Estoy viendo un solo color, 24-7. Día a día, semana tras semana. Cuatro años. Cuando salí del hueco un compañero que pertenecía a una organización racista siempre me decía” “Hey, ¿por qué no te pones a pintar? Al principio le dije que no, que eso no era lo mío. Pero después lo pensé como una buena idea. Un día fui y le pregunté si la idea de enseñarme a pintar estaba disponible. Me dije que claro que sí”.

En su vida el pepiniano había pintado. Sin embargo, allí vio algo que le podría ayudar a recuperar su paisaje. Y administrar el tiempo. Hicieron una orden con el poco dinero que podían manejar, 186 dólares. Pinceles, canvas y colores. Llegó la orden. Ese mismo día me le dio unos consejos. Quince minutos. Esa misma tarde trasladaron al prisionero que iba a enseñarle algunos trucos. Así que Oscar comenzó desde cero. A practicar. Aprendiendo por su cuenta. Relata que algunos presos, tres o cuatro veían lo que estaba haciendo y hacían crítica: “coño, eso está bien feo”. El se reía o los mandaba a la mierda según la hora del día. Poco a poco las críticas fueron cambiando. En unos cuatro meses estaba pintando girasoles. Se acercaron: “Oye, eso está bueno”. El más que me relajaba vino un día a pedirme que le hiciera unas florecitas para su mamá. “Esas las vas a tener que pintar tú”. Entonces sabía que estaba mejorando y seguía practicando. “Eso fue un modo de, de algún modo, curar el impacto de la privación sensoria. Me relajaba. Me sacaba del entorno. Cada vez me gustó más”.

Por supuesto, ahora las cosas son diferentes

“Ahora puedo pintar todo el día si quiero. me levanto a las seis de la mañana y pongo el caballete ahí en el balcón. En prisión puedes estar pintando y cierran o trasladan y puedes estar tres días, dos semanas, tres, sin tocar la brocha. Tenía la pintura mojada, ahora está seca. Aquí puedo mirar, tengo acceso al sol, a este tipo de claridad. Y esa luz hace una diferencia grande. Me he dado cuenta. Puedo tener apreciación de colores.

En la prisión no sabes si vas a poder terminar algo o si te van a dejar terminar una pintura. Dos ejemplos concretos. Hace como diez años nos pusieron en cuarentena por un brote, un virus, norovirus (responable de la mitad de los casos de gastroenteritis por contaminación alimentaria en EEUU). Así que todo lo que había pintado lo rociaron con bleach (cloro). Todo lo que tenía ahí se fastidió. Las tuve que empezar de nuevo. En 2003 podíamos pintar en la celda. Llegó un alcaide nuevo y me vió. ¿Qué tú haces ahí? Pues, pintando. Se molestó mucho. A los cuatro días registraron la celda y me llevaron dos cajas de libros, casi todos con dedicatorias. Hasta dos libros que Antonio Martorell me había dedicado de una colección de 50 ejemplares.

Esa indignación que causa eso, esa molestia solo porque estabas pintando, es algo con lo que hay que batallar. Uno no puede dejar que eso se te meta debajo de la piel. Si uno permite que la prisión, los atropellos, los insultos o los abusos se te metan debajo de la piel, eso te va a afectar. En la prisión hay que mantener cierto grado de sanidad, tratar de que no te deshumanicen, que no te institucionalicen. Uno tiene que aprender a navegar. No se puede permitir que el odio o el miedo se apoderen de uno. Uno se puede envenenar con el odio del otro, o el racismo o el miedo de otro. Cuando uno está haciendo arte, algo, y te lo destruyen se pierde mucho. Pero entonces te pones a trabajar la mente y el cuerpo”

Oscar López se propuso considerar la imaginación y el arte como una potencia mayor de la naturaleza humana. A mí me da con preguntar si alguna vez pintó una casa mientras estuvo en la cárcel. Más bien lo pienso, no lo pregunto. Si alguna vez pintó una de esas casas antiguas. Uno de esos paisajes del hogar que parece una ensoñación y que son a la vez documentos biográficos. Uno puede contemplar el recuerdo como un paisaje interior. Un modo de habitar otro lugar.

Lo que sí vi, hace cuatro años, en una exhibición en el municipio de San Juan, fue un bodegón “Sabor Boricua, prieto y puya”. Lo recuerdo porque ahora lo veo con una taza de café entre las manos. Lo saborea como lo que es. Buen café. En el interior de este apartamento ahora recuerdo el interior de aquella otra casa. En primer plano hay unos bollos de pan. Y un queso de bola. Los sabores de la imaginación. El rescate del espacio íntimo lo incluyen. Ahora, libre, esos sabores están a su alcance.

“La comida. Eso es otra cosa. En la cárcel es muy difícil alimentarse saludablemente y el sabor es algo que uno no piensa mucho. Aunque uno hace sus inventos. El primer día que llegué (a Puerto Rico) me tenían arroz con gandules. Hacía tiempo que no probaba. Aguacate. Tostones. Café. Soy un gran tomador de café. Quizás demasiado. No era el café de prisión. Allí uno hace y se las inventa, pero ningún café como este.”

2. Llegó el día 9 de febrero. Oscar está en un salón de espera en la prisión. De momento le anuncian que “llegaron”. Y el camina.

“Para mí lo más importante en ese momento es el espacio. El espacio limitado. De momento, ese día, hay un espacio sin límites. No hay verjas, no hay murallas. Me monto en un carro. Me acomodo. Nada impide el movimiento del auto. Eso es un cambio grande. Miro el movimiento, las cosas pasar.

Llegamos al aeropuerto. Es enorme. Todo el mundo con teléfono, casi nadie habla, caminando, todos texteando. (Ríe). Nos movemos dentro del aeropuerto. Les dije que me dieran un tiempito. Tomé un minuto para sentir el espacio. Experiencia extraordinaria. Otra planta física pero espaciosa.

Entro al avión, otro espacio. Voces. En una prisión tú no quieres que se te pegue mucha gente. Pero en un avión estás junto, y muchas voces. Luego llegamos a Charlotte y escucho voces boricuas. Uno va reconociendo. Una señora que entra en el avión y se acerca. Están mi hermano (José), Luis (Gutiérrez) y (Carmen) Yulín. Una voz boricua, fuerte. Empezamos a negociar. Pero ella no quiere otro asiento. Clarisa y Jan al lado mío. Yo estoy escuchando y mirando. Voz fuerte. Entonces pasa el carrito con las bebidas. Pide un trago. Poco a poco va bajando la voz. Pasa el carrito. Se da el segundo palito y la voz se va apagando. Se va quedando dormida. (Se ríe). Las voces, eso, ver boricuas en acción. En el avión lo que yo quiero es ver el mar. La espuma. Las olas. De momento pasa eso. El avión a descender. Ya estoy viendo la patria.

Una de las azafatas me regaló unas alitas. Me dijo que había leído y que sabía quién era. Me deseó suerte. Las tres azafatas muy chéveres al salir del avión. Luego vimos otra cosa que no me gustó tanto, el periodismo basura, eso no me gustó, pero pasó. Tú sabes, empujando y eso, a Clarisa. Eso no me gustó pero eso pasa.

Me llevan cerquita del mar, Ocean park, la calle Loíza. En el clandestinaje viví como cuatro meses entre la San Jorge y la Loíza. Noté la gentrificación (aburguesamiento) que puede ser muy dañino para el pueblo puertorriqueño. Nuestra primera comunidad gentrificada fue en Chicago, Lincoln Park. Ahí se crió Luis Gutiérrez, las hermanas Rodríguez.

Entonces llegamos al apartamento con Clarisa. Esa primera noche fue espectacular. Miré las estrellas. Escuché los coquíes. Escuché gallos. Hacía tiempo que no escuchaba gallos.”

3. Sentirse libre es un proceso.

“Estar preso es saber que de un momento a otro vas a estar encerrado. Puedes estar caminando pero en algún momento no hay más. Pueden trancar la unidad. Trancar la celda. Pero al llegar acá inmediatamente sabes que esto es otra cosa. Abres esa puerta y sigues caminando. Poco a poco lo vas internalizando. Aquí está la perrita (Luna). Allá en la cárcel tenía que reportarme cada dos horas. Tenía que mirar el reloj para saberlo. Los primeros días miraba el reloj “van a dar las diez, hay que reportarse”. Pero eso duró solo los primeros días. Ya casi no miro el reloj.”

4. Clarisa

“Mi relación con mi hija es una cosa también extraordinaria. Nunca había podido compartir con ella. Cuando ella nació, a los tres meses vino a Puerto Rico. Yo no estaba listo para perjudicar la vida de nadie o para poner la vida de nadie en peligro. Había escogido un estilo de vida. Fue mi opción. Yo estaba bastante entregado a la lucha. Son cosas de la vida, pero ahora podemos compartir y es una experiencia diferente. Ella es la jefa.”

Pienso que ese ancho espacio íntimo en el que puedes abrir una puerta y salir a caminar, debe haber sido parte de la imaginación y la creatividad en la mente de Oscar López. Ahora está ahí, compartiendo vida y sueños. Por supuesto que regresará a Chicago, su espacio de adolescencia y de lucha. Por supuesto que regresará a San Sebastián donde tendrá la oportunidad de recomponer recuerdos más concretos. Recomponer esa casa del ensueño a partir de la intimidad de la familia y el agradecimiento de un pueblo. Este hombre representa a ese pueblo en sí mismo. Ha transitado por aquello que el poeta Elaurd llamaba “las geografías solemnes de los límites humanos”.

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