Otros Betances: el literato, dos relatos fantásticos y una segunda mirada

 

 

 A la memoria de Arturo Luis Dávila Toro por su pasión parisina y por viaje a Playa Rosada que nunca realizamos

 La representación historiográfica y biográfica de la existencia social de Ramón E. Betances Alacán esboza con precisión la oposición vida / historia que el vitalismo filosófico señalaba a la mirada moderna hace más de un siglo. El Betances imaginado por la clase intelectual es el de la vida pública, una figuración que, si bien suple ciertas necesidades políticas del presente desde el cual se le evoca, en el proceso de invención es despojado de una parte significativa de su humanidad. El Betances de todos los días o el de la vida privada, a pesar de las múltiples pistas que sus textos ofrecen en torno a su cotidianidad, no aparece por ninguna parte y, para algunos, resulta imposible de reconstruir. La narrativa creativa que dejó, poca en realidad, y una lectura cuidadosa de su correspondencia puede ser de utilidad para comprender ese otro Betances y sus complejidades. Lo que me propongo es dialogar con ese otro Betances a la luz de dos textos narrativos que hablan de la complejidad de su figura. Betances la persona debe estar en algún lugar detrás del artificio.

Algo que llama mi atención es el entusiasmo del autor por lo fantástico, actitud presente en ciertos ejercicios escriturales. Hay en la narrativa creativa, en la crónica periodística y en los segmentos narrativos de la correspondencia política de este escritor, una genuina necesidad de evadirse de la realidad, actitud propia del espíritu romántico. En ciertos momentos su discursividad penetra el problema de la oposición entre cotidianidad y extrañeza. La “inquietante extrañeza”, el balance entre el los familiar (Heimlich) y lo siniestro (umheimlich) ocupa una y otra vez su tiempo. Se trata de una nota común en numerosos escritores románticos que se movieron en las profundidades de los territorios de la psique. La experiencia de Betances coincidió en algunos puntos con la de Hostos narrador, periodista y memorialista.[1] Aquel procedimiento generaba una textualidad que se resistía a esclavizarse a la racionalidad de la realidad sensorial y conducía al creador a evadirse a las esferas de lo imaginario.

El Yo roto y la pasión por la extrañeza

La salida de la realidad y la apropiación de una pararealidad ansiada y consoladora fue notable en “La Virgen de Borinquen” (1859)[2], relato que detallaba el duelo por la muerte inesperada de su sobrina, protegida y prometida María del Carmen Henry Betances en el marco de Romanticismo oscuro. En aquel caso, la ruta de la fuga se alimentaba del saber de los alienistas y el imaginario de la irracionalidad y la locura. El escritor jugaba además con el recurso de la doble personalidad (doppelganger) con el fin de aclarar su lugar en medio de la aflicción que le arropaba. El personaje del doliente se liberaba de la realidad apabullante mediante el suicidio. Nada más secular y revolucionario en una cultura como la cristiana que ha condenado siempre ese pecado mayor. El suicidio no era un simple recurso literario. Betances, igual que Hostos en alguna de sus narraciones juveniles, pensó recurrir a ello según se desprende de las tensiones emocionales expuestas en su “Epistolario íntimo”, un registro de los días de duelo por la muerte de Carmelita, y una de las colecciones de correspondencia literariamente más ricas del siglo 19 puertorriqueño.

Es cierto que “La Virgen de Borinquen” recuerda dos piezas del escritor bostoniano Edgar Allan Poe (1809-1849): “The Oval Portrait” (1850) y “William Wilson” (1839)[3]. La pasión por la obra de Poe es un elemento que Betances compartió, por ejemplo, con Charles Baudelaire (1821-1867) el “poeta maldito” pensador incisivo francés quien encontraba en la obra del narrador y poeta estadounidense uno de los signos más poderosos de la llamada cultura gótica, discursividad cargada de melancolía que contenía una crítica severa a la sociedad burguesa.[4] El elemento gótico fue algo más que una técnica literaria en Betances. La descripción que elaboró Salvador Brau Asencio (1842-1912) de la experiencia mayagüezana de doliente tras la muerte de Carmelita no deja dudas al respecto: “La intensidad del dolor hizo incurrir al joven médico en extravagancias; dejóse crecer sin aliño toda la barba; caíale sobre los hombros, y envuelto en negro gabán, largo y holgado como una hopalanda, tocado con inmenso sombrero negro de cuáquero que apenas dejaba verle el semblante, pasábase días enteros en el cementerio de Mayagüez, cultivando flores en torno del sepulcro que guardaba los despojos de la mujer idolatrada”[5]. Que las notas citadas provengan de la pluma de un católico ortodoxo como Brau Asencio, quien nunca convino políticamente con Betances y satirizó sus posturas tras la invasión de 1898, no deja de llamar la atención.

El relato también podría ubicarse como parte de una tradición criolla poco investigada con la cual guarda relación temática. La misma tiene en el cuadro costumbrista de Manuel Alonso Pacheco (1822-1889) “Los sabios y los locos en mi cuarto” (1849) un antecedente de sabor más cómico que trágico.[6] El tema del loco o el alienado en Betances también adelantaba la refrescante narración “El loco de Sanjuanópolis” (1880)[7] de Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882), una agresiva observación en torno a los dislates de la vida urbana de la capital de la colonia. La diferencia entre aquellas tres narraciones radicaba en el tono. Entre lo trágico de Betances y lo festivo de Alonso Pacheco y Tapia y Rivera, la alienación y la perturbación mental se transformaron en medio ideal para señalar las fisuras del ordenamiento moderno en el marco colonial o, en el caso de Betances, para expresar la inconformidad más cruda ante una situación que le resultaba incomprensible e inevitable. En una tradición literaria como la puertorriqueña, ausente de utopías literarias, la crítica social encontraba un medio original de expresión en aquella simbólica “nave de los locos”.

Instrucciones para evadirse de la realidad

Pero la narrativa de Betances, un intelectual poroso a las influencias de su tiempo reflejaba también el impacto de las vertientes creativas innovadoras de la última parte del siglo 19 europeo. Los veinte y tantos años vividos por el puertorriqueño en Francia en la madurez no pasaron en vano. Betances no fue ajeno al Parnasianismo (1870), el Simbolismo (1880) y el Decadentismo (1890) franceses. Todas aquellas expresiones del postromanticismo europeo representaron una reacción visceral ante los denominados valores materialistas, entiéndase deshumanizadores, y la artificialidad de la cultura capitalista burguesa que afloraba por todas partes. Dominados por la inconformidad, aquellos intelectuales se opusieron de diversos modos tanto a los excesos del Romanticismo y su subjetivismo individualista, como a los excesos de Racionalismo propio del Realismo y el Naturalismo que, entendían, podían conducir a un objetivismo obcecado y limitante. Betances, poeta y médico, estaba en una posición incómodamente privilegiada en aquel debate.

Entre la crítica política y social y el desengaño producido por el liberalismo burgués propio del capitalismo en expansión, aquellas voces disidentes mostraron un hondo recelo ante la aparente solidez de las convenciones que afirmaban la universalidad de los valores occidentales: sus agresivos textos minaban la legitimidad cultural cristiana y occidental. El discurso confirmaba los valores anticlericales y seculares que habían ido madurando, con sus altas y sus bajas, en el pensamiento antisistémico desde la histórica revolución de 1789. De otra parte, la morigeración y la templanza asociadas a la ortodoxia liberal eran barridas simbólicamente de la mano de un lenguaje capaz de la belleza y de la violencia.

Aquella actitud atrevida y experimentalista colocaba a quienes la compartían cerca de las preocupaciones de un conjunto de las ideologías antisistémicas que, identificadas como “izquierdas”, socavaban la presumida estabilidad de la sociedad liberal y del capitalismo avanzado que, en las décadas de 1880 y 1890, entraba en su fase francamente imperialista. La actitud de aquellos escritores no los hacía “izquierdistas”, pero la convergencia abría las posibilidades de cooperación entre unos y otros. La crisis de los valores occidentales se manifestaba con diafanidad en aquel periodo y Betances, al final de sus días, era parte del fenómeno. En su caso la afición a la cultura francesa no debería ser interpretada como una celebración del imperialismo francés. En Betances se trató más bien de un calculado “dejarse llevar” que le permitía insertarse en el seno de la pequeña y mediana burguesía educada de París con el fin de recabar apoyo para su proyecto antillanista.

El entusiasmo por lo fantástico y la voluntad de evadirse en Betances se expresó también de otro modo. En la crónica periodística “El Perú en París” (1891)[8] firmada como “El Antillano”, se asociaba al atractivo producido por los “paraísos artificiales” producidos por el consumo, muy popular en el mercado de la época, de derivados de la hoja de coca entre otros estimulantes. Su vasta experiencia como médico conocedor de los efectos benéficos de los fármacos debió ser una ventaja para el autor. El interés no debería extrañar a nadie. La invención del jarabe del que se derivaría la moderna Coca-Cola por un farmacéutico de nombre John Sith Pemberton (1831-1888), incluía dos ingredientes principales: los extractos de la hoja de coca y la nuez de cola o nuez de Sudán de cuya combinación se obtuvo el nombre con el cual se comercializó a partir 1892 la bebida desde Atlanta, Georgia. La cocaína y la cafeína, dos poderosos estimulantes, estaban detrás de los componentes del sirope.

Un asunto que llama mi atención y que puede servir para abrir la memoria de Betances a numerosas posibilidades interpretativas, es la relación de los médicos y los farmacéuticos con el mercado capitalista en desarrollo a fines del siglo 19. Aquellos sectores buscaban obtener beneficios del objeto que mejor conocían: el cuerpo humano. Acostumbrados a imaginar a los médicos como unos seres transparentes e impolutos dedicados a la gestión de la salud, Betances ha sido comentado como “médico de los pobres”, los investigadores han pasado por alto las inquietudes materiales que también atenazaron a aquel sector en acelerado proceso de modernización. La comercialización de la protección del cuerpo y la creación de recursos que garantizaran su vitalidad es un asunto que debería investigarse con más detenimiento desde una perspectiva puertorriqueña. El filántropo y el empresario convivieron en la clase médica sin mayores problemas. Betances fue parte, no siempre con éxito, de aquel interesante esfuerzo, discusión que en su caso ha sido omitido e incluso censurado por algunos investigadores.[9]

“El Perú en París” testimonia la participación del narrador en una bohemia extravagante. Se trataba de una actividad común de las clases medias urbanas vinculadas a lo que un investigador ha identificado como la “culturas de los cafés”[10] de la cual el “Le Procope” ha sido un emblema hasta el presente. El escenario elaborado por el escritor se transformó en el más franco retrato de aquello que la academia francesa tradicional había denominado decadentismo finisecular. Para quienes lean el relato y conozcan el perfil de Betances, así como el de Ruiz Belvis, elaborado por José Pérez Moris (1840-1881) en su Historia de la Insurrección de Lares, las convergencias de la representación resultarán numerosas.[11]

Pérez Moris identificaba a aquellas figuras con los antivalores decadentistas para los cuáles la ley y el orden de la sociedad burguesa eran un engaño. Por ello y sobre la base de testimonios de primera mano de importantes informantes de Mayagüez, San Germán, Cabo Rojo y Hormigueros, entre otros, proyectaba a los cabecillas rebeldes como dos seres pecaminosos, desordenados y displicentes que se movían a margen de la racionalidad y la sociedad decente. Las acusaciones morales eran numerosas: “audacia”, “mal carácter”, “lenguaje mordaz y atrevido”, o bien “agrio y agresivo”, un “carácter intratable y altanero” característico de personas que “no se hacen amar, pero se imponen”.

El perfil elaborado por Pérez Moris y el personaje del texto “El Perú en París”, hablan de un Betances desconocido por todos que apenas aflora en su correspondencia y su textualidad. Lo que encuentra el lector es un tipo bohemio con pocas inhibiciones pigmentado con elementos de dandismo, figuraciones que ofrecen una nueva complejidad a su extraordinaria condición de rebelde con causa. La imagen, no cabe duda, lastima la sacralidad canónica del “apóstol” mesiánico con carácter de cuáquero, inventada por un fragmento del nacionalismo romántico, ateneísta decía Albizu Campos, del siglo 20. Aquí hallamos otro Betances que, para los que valoramos la mirada secular, resulta más atractiva que la del santón impoluto.

Las pararealidades que se visitaban en “El Perú en París” tenían otra tesitura: eran generadas por los efectos alucinógenos del popular “Vin Mariani”, bebida tónica de moda que degustaban los invitados a aquella interesante “fiesta de la coca” celebrada en la casa de su creador. El “Vin Mariani” fue un producto elaborado desde 1863 por el químico y empresario ítalo francés Ángelo Mariani (1838-1914), un contertulio y amigo de la familia de Betances. La bebida, elaborada con vino de Burdeos y extracto de hojas de coca poseía, como la Coca-Cola, un componente de cocaína que, junto con el alcohol, lo convertía en un licor comparable al láudano, un analgésico compuesto de vino blanco, opio, azafrán y otras sustancias; o la absenta o ajenjo con aromas a base de artemisa, flores hinojo y anís. El láudano es un opiáceo con el que numerosos intelectuales decimonónicos enfrentaron el problema colectivo de la “crisis del siglo” o el problema individual de la melancolía, es decir, el agotamiento o la ausencia de inspiración. La evasión producida por la bebida de opio o la de coca según fuese el caso, estimulaba la creatividad en la medida en que ponía al artista en comunicación con los ansiados y retadores “paraísos artificiales” inalcanzables mediante la racionalidad. La tradición de Thomas de Quincey (1785-1859), autor de las famosas Confesiones de un comedor de opio (1821), había documentado los usos del opio y allanado el camino de la coca a mediados del siglo 19.

La cocaína había sido sintetizada de la hoja de la coca en 1859 por el farmacéutico y químico de Gotinga Albert Niemann (1834-1861), hecho que representó uno de los logros farmacológicos más importantes de su tiempo. Su aplicación comercial por Mariani en su conocida bebida embriagante era la expresión más acabada no solo del espíritu y la creatividad científica sino también de la capacidad empresarial de la clase médica. también expresaba el alma misma de la bohemia en una cultura altamente desarrollada como aquella.

En su texto, que circuló en La Revue Diplomatique del 11 de abril de 1891, Betances resumía la leyenda del origen de la coca como regalo del dios de la luz a los Incas en el lago Titij-Haca (Titicaca) en medio de una “eclipse interminable”. En el lugar de la donación se fundó Cuzco, un verdadero Dorado desde la perspectiva del autor. De inmediato elaboraba la sugerente y surrealista crónica de la “fiesta de la coca” del 4 de abril de 1891, celebrada en un recinto de la casa de Mariani. El salón estaba adornado con cuadros de Francisco Domingo Marqués (1842-1920), artista que pintó tanto a Betances como a su perro faldero Nicolás, iconos de la grandeza de los Incas e invitados vestidos con atuendos alusivos al mito de la divina coca. La fiesta descrita expresaba un poderoso sabor carnavalesco y hermosamente mundano.

La transgresión de la realidad sensorial obsedía: en el salón “todo brillaba con los destellos más dorados, desde las naranjas glaseadas, hasta la barba y los cabellos de Mariani”. Si hubiese podido mirarse desde afuera, también Betances habría estado brillando. En medio de suave frenesí del relato el autor afirma que “una hoja de coca (es) más exuberante que la hoja de la vid”. La hoja de coca no sugería otra cosa que la “rama dorada” a la que aludía en su libro de historia de la magia el antropólogo escocés James George Frazer (1854-1941). Cuando todo termina cerca del amanecer y el grupo se dispersa, Betances lamenta que no podrá asistir al centenario de la fiesta: la mortalidad asoma en el horizonte.

Se trata de un texto intrincado, lleno de alusiones a los detalles y personalidades de la época que no voy a discutir en este breve trabajo. Con posterioridad Betances, en un tono más formal, volvería sobre el tema de la coca en el interesante texto “Leyenda y ciencia”[12], artículo que dedicó al también investigador Antonio de María Gordon y Acosta (1848-1897), autor a su vez del folleto científico Medicina indígena de Cuba: su valor histórico, trabajo leído en la sesión celebrada el día 28 de octubre de 1894, publicado en La Habana por los editores Sarachaga y H. Miyares. Pero esa es una historia que compete a otro Betances, el médico, que miraré luego.

Recogiendo fragmentos dispersos

“La Virgen de Borinquen” y “El Perú en París” representan dos momentos de lo fantástico: uno en el cual el acercamiento se elabora desde el lugar del romanticismo lacrimoso cargado de tragedia; y otro desde el decadentismo pleno posicionado en las fronteras del más sano cinismo. El decadentismo, me parece necesario recordarlo, fue una de las expresiones más radicales del horror producido por las derivas del capitalismo moderno a fines del siglo 19, coincidiendo con el desarrollo del imperialismo europeo en África, la rapiña, cuando occidente imaginaba su proyecto colonial como la expresión genuina del cumplimiento de un deber civilizador impuesto por la Providencia o el Destino.

El 1898 puertorriqueño y cubano fue parte integrante de aquel fenómeno que agarrotó el imaginario occidental en las décadas previas a la Gran Guerra (1914-1918). Los decadentistas imaginaban a la civilización occidental como una sombra maltrecha del Imperio Romano decadente según lo había retratado Publio Cornelio Tácito ​(c. 55-c. 120) en De Germania, y auguraban su pronta disolución. En cierto modo, aquella intuición reproducía el argumento de Tácito y anticipa el decadentismo moderno de un Oswald Spengler (1880-1936), por ejemplo. Aquel pesimismo, sin duda, poseía numerosas convergencias con el vitalismo filosófico y el materialismo histórico práctico que se difundían en ciertos sectores del ámbito intelectual en el cual Betances se movía. Pero el puertorriqueño, atento marginalmente a aquellas tendencias, nunca se hizo acólito de ninguna de aquellas. En ello radicaba una parte fundamental de la complejidad de lo moderno en esta figura.

 

 

[1] He comentado la relación de Hostos con el cuento en Mario R. Cancel-Sepúlveda (25 de diciembre de 2017) “Eugenio María de Hostos literato: el cuento” en Lugares imaginarios: Literatura puertorriqueña

[2] Ramón E. Betances “La virgen de Borinquen” (1859/1981) en Ada Suárez Díaz. La virgen de Borinquen y Epistolario íntimo (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña): 2-11.

[3] Edgar Allan Poe (1971) Obras selectas. Tomo I (Barcelona: Nauta): 59-64, 215-241.

[4] Recomiendo la lectura de Charles Baudelaire (1995) Mi corazón al desnudo y otros papeles íntimos (Madrid: Visor).

[5] El texto proviene de Salvador Brau (31 de octubre de1943) “Vigilia de Difuntos” en Pica-Pica. Año XXXIII, núm. 1038 citado en Ada Suárez Díaz (1981) Op. Cit.: 166-167.

[6] Ver Manuel Alonso pacheco (1849) “Escena X. Los sabios y los locos en mi cuarto” en El Gíbaro (Barcelona: D. Juan Oliveras, Impresor de S.M.): 109-121

[7] Alejandro Tapia y Rivera (25 de noviembre de 2012) “El loco de Sanjuanópolis” en Lugares imaginarios: Literatura puertorriqueña

[8] Ramón Emeterio Betances (2008) Obras completas. Vol. III. Escritos literarios. Op. Cit.: 273-276.

[9] Una interesante excepción es Amado Martínez Lebrón (2015) Betances, un empresario sin dios en 80 Grados. Es poco lo que puedo añadir al respecto porque la investigación se realizó como requisito de un seminario sobre Betances que yo dictaba en aquel momento.

[10] Jacques Dugast (2003) La vida cultural en Europa entre los siglos XIX y XX. Barcelona: Paidós: 91-96.

[11] El perfil puede consultarse en Mario R. Cancel-Sepúlveda, notas (29 de marzo de 2011) “José Pérez Moris: la Insurrección de Lares” en Puerto Rico entre siglos

[12] Ramón Emeterio Betances (2008) Obras completas. Vol. I. Escritos médicos y científicos. San Juan: Puerto: 259-262.

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