Otros Betances: la transformación de un científico y médico en un activista

 

Profesionales y próceres: un problema historiográfico

La historiografía puertorriqueña del siglo 19, desarrollada bajo el impacto de la reflexión europea moderna, le dio prioridad al aspecto político y a la vida pública de las figuras alrededor de las cuales movilizaba sus discursos. La historiografía integrista de signo liberal o conservadora, la separatista de la segunda parte del siglo 19 así como la nacionalista de la primera mitad del 20, al formular al héroe civil, lo vaciaron de contenidos no políticos. La pulcritud del héroe colectivo y de las gestas que protagonizaba eran, en consecuencia, el resultado de una amputación agresiva que reducía sus vidas a los límites de lo que una práctica historiográfica, luego rechazada como tradicional, requería. El resultado fue doble. De un lado, la invisibilización de sus vidas privadas. De otro lado, la devaluación consciente o inconsciente de ciertos aspectos de su vida pública que no eran considerados pertinentes para su representación como héroe civil.

Los modelos son numerosos. Salvador Brau Asencio (1842-1912) fue dependiente de un comercio, dominaba la contabilidad mercantil y la administración de empresas. Era un intelectual conectado al entorno social que observaba, evaluaba y criticaba. La poesía, el teatro, el periodismo, el positivismo y la historiografía de Brau serían comprendidas de manera parcial si se pasa por alto ese hecho. Román Baldorioty de Castro (1822-1889) se formó en física, matemáticas y manufacturas, un campo de la ingeniería emergente, y se dedicó al magisterio.  Segundo Ruiz Belvis (1829-1867) fue, Síndico Procurador, Juez de Paz, abogado litigante en Mayagüez y administrador de la Hacienda Josefa en la cual había nacido. Su separatismo y abolicionismo radical evolucionaron a la luz de esos aspectos de su vida. Lo mismo sucede con Ramón E. Betances Alacán (1827-1898), médico y cirujano activo en Mayagüez al lado de José Francisco Basora (1832- c. 1882), organizador de la campaña sanitaria para enfrentar el cólera morbo entre 1855 y 1856[1], fundador del Hospital San Antonio de Mayagüez y promotor de un abortado colegio privado de segunda enseñanza para la ciudad con el apoyo de Ruiz Belvis, entre otros.[2]

La evasión de esos aspectos puede explicarse de diversos modos. A veces expresa el temor de que al mirar en esa dirección se llame la atención sobre el hecho de que el “prócer” pulcro no es sino un acto de la imaginación. En ocasiones, como se ha documentado en el caso de Ruiz Belvis, los actos de la vida profesional generaron contradicciones capaces de lesionar la imagen del héroe civil. Historiográficamente la explicación es otra: el estilo elogioso de la biografía tradicional ha penetrado la reflexión impidiendo la apropiación holística de la figura. Desde mi punto de vista, el crédito que se reconoce al protagonismo social de las elites profesionales en la sociedad puertorriqueña del siglo 19 no debe limitarse al esclarecimiento de su producción intelectual o su activismo político. Su vida profesional y cotidiana son cruciales a la hora de “saberlos”.

Una revisión general del panorama decimonónico demuestra el impacto de las profesiones clásicas y modernas en la representación de “procerato”. La medicina y el médico, la farmacología y el boticario, el derecho y el letrado o abogado, la ingeniería y el ingeniero, la agronomía y el agrónomo, la administración de empresas y el empresario, el contador o tenedor de libros, las ciencias y el físico o naturalista, la educación y el maestro, dominan el perfil del intelectual y activista en el siglo 19.

Ello ha tenido sus consecuencias. Cierto dualismo maniqueo se ha impuesto: el intelectual o profesional moderno, un producto neto de la educación universitaria y un indicador de la modernidad y sus valores, ha sido proyectado como el opuesto del hacendado y el comerciante, siempre preocupado por el apetito económico y la obtención de beneficios materiales. Nada más lejos de la realidad: el llamado “procerato”, salvo contadas excepciones, provenía de aquellos sectores y las rupturas con su clase con el fin de abrazar las causas del populacho siempre nunca fueron totales. Cada vez que necesitaron apelar al poder material de las clases de las que provenían para alimentar su liberalismo lo hicieron.

En síntesis, los avances del liberalismo reformista o radical durante el siglo 19 (su cultura o capital inmaterial) con sus aspiraciones de cambio más o menos acelerado; y el crecimiento del mercado y la agricultura comercial (la riqueza o capital material) con su voluntad de controlar la velocidad del cambio en favor de la estabilidad adecuada para los negocios, poseen estrechos vínculos. La metamorfosis de sus actores en representantes legítimos de una comunidad diversa llena de carencias era predecible.

Desde una perspectiva amplia, los siglos 18 y 19, dado el respeto reverencial a la racionalidad científica y el desarrollo del capital industrial, auspiciaron la maduración de profesiones innovadoras, entre otras, la administración de empresas y la ingeniería industrial. Pero el periodo también fue testigo de la revisión y modernización de profesiones clásicas como la medicina y el derecho. Los logros científicos del químico y bacteriólogo Louis Pasteur (1822-1895), por ejemplo, revolucionaron la medicina desde 1850 en adelante. Ambos procesos influyeron en la figuración colectiva del “procerato”[3]. Betances, quien estudió y practicó disciplinas clásicas como la medicina y la cirugía en el contexto de su acelerado proceso de modernización, es un buen ejemplo de cómo la condición procera excede los límites del héroe civil.

Ser profesional en Puerto Rico

Quienes practicaron profesiones modernas y clásicas en proceso de modernización en Puerto Rico llamaron la atención tanto de las autoridades como de las comunidades de las que provenían. Empero tuvieron que enfrentar numerosos retos en medio de un régimen que evaluaba de forma ambigua la formación académica. La educación formal no era un “derecho” sino un “privilegio” de clase que sólo en ocasiones, el caso de Baldorioty es un ejemplo, admitía excepciones. Los procesos formativos debían darse como resultado de un esfuerzo privado que requería solvencia económica.

La ausencia de una universidad clásica en Puerto Rico forzaba a los aspirantes a viajar al “extranjero”, un concepto identificado con los países capitalistas avanzados de Europa y Estados Unidos, así como con algunos territorios, liberados o no, del Caribe y de Hispanoamérica. La limitación de la oferta universitaria en la colonia, Santo Domingo y La Habana poseían universidades respetables, animaba la crítica al régimen y validaba la imagen de España como el poder “retrógrado” que Betances criticaba con tanta intensidad.[4] De más está decir que aquella imagen coincidía con la que tenían numerosos observadores europeos y estadounidenses sobre ese reino antes y después de 1898.

Las reservas del poder español con la educación universitaria traducían un fuerte perjuicio político y económico. De acuerdo con las autoridades en un texto de 1866, ello “producía personas inteligentes sin empleo de ocupación inmediata en los ramos de producción” que acabarían formando un elemento peligroso para el régimen.[5] El argumento adjudicaba la inutilidad y peligrosidad de la clase profesional, pero reconocía la incapacidad del mercado para ocuparlos y domesticarlos con eficacia. El rechazo al universitario y su saber era notorio. La pregunta es ¿dónde podía trabaja un médico, un abogado, un ingeniero, un agrónomo o un físico en 1850 en Puerto Rico? Una posibilidad era que permaneciera en el circuito del azúcar al servicio del capital y las elites de las que provenía. Otra que trabajara para el Estado que lo veía como una amenaza. Y otra que trabajara privadamente en Puerto Rico o que permaneciera en el extranjero ello a pesar de las limitaciones de consumo de sus servicios en el orden colonial.

La preocupación del Estado iba más allá. Durante el régimen fernandino las autoridades controlaron el intercambio internacional de estudiantes a ciertos mercados universitarios. Un ejemplo de ello es que, entre 1808 y 1830, se prohibió a los padres de familia enviar sus hijos a universidades de Francia o Estados Unidos. Aquellos países significaban valores modernos opuestos a los del régimen de Fernando VII (1814-1833). Además, desde 1830, momento del ascenso al poder del “Rey Burgués” Luis Felipe I (1830-1848), el Reino de Francia encaminó su transformación en una potencia industrial, fenómeno que atrajo la atención de las burguesías progresistas y los profesionales universitarios de las Antillas.  El respeto al “tercer estado”, esa amalgama de sectores que traducía los intereses de la burguesía era considerable en un fragmento de las elites de la colonia.

 La cultura médico-científica de Betances

Como pensador y científico Betances sintetizó valores intelectuales de dos tradiciones de vanguardia en la Europa de su tiempo: la Ilustración, identificada con el Racionalismo y la Ciencia; y la Modernidad identificada con el Romanticismo y la Estética.  En ambos casos la tendencia a romper con una herencia autoritaria apoyada en la Fe y la Autoridad eran perceptibles. Aquellas vertientes, si bien chocaban la una con la otra, en especial a la hora de evaluar las tensiones entre la Razón y la Intuición en la producción del conocimiento, convivían en la compleja tradición occidental de la cual Betances fue resultado.

 

La presencia de la Ilustración en Betances ha sido discutida desde hace mucho tiempo: su respeto por Voltaire (1694-1778), es solo una de sus manifestaciones. Uno de los primeros estudiosos de la obra médica de Betances, Francisco X.  Veray (1980), lo vinculaba al Vitalismo. El Vitalismo Científico era una doctrina que se ocupaba de explorar la naturaleza o condición esencial de los organismos vivos y aclarar lo que distinguía un organismo vivo de otro que no lo era.[6] El contenido secular del vitalismo se manifestaba en su intención por dejar atrás las explicaciones animistas que caracterizaban la ciencia médica previa a la Ilustración. En cierto modo la actitud implicaba una reducción del interés en el alma y un aumento en el interés en el cuerpo, es decir, el diagnóstico giraría de lo inmaterial a lo material. La pertinencia de la pregunta del Vitalismo Científico sobre las distinciones entre lo orgánico y lo inorgánico era evidente para la fisiología y la medicina. El biólogo y anatomista francés Marie François Xavier Bichat (1771-1802) fue uno de sus pilares. La preocupación vitalista, como se sabe, desbordó el territorio de las ciencias naturales.[7] La discusión desembocó en el Vitalismo Filosófico, propuesta que tuvo en Friedrich Nietzsche (1844-1900) y Henri-Louis Bergson (1859-1941) sus apóstoles a fines del siglo 19 y principios del 20.[8]

El Vitalismo Científico y Filosófico fue un sistema de pensamiento secular que, además, elaboró una dura crítica del fisicalismo, el positivismo y el materialismo vulgar.  A lo largo del siglo 18 tradujo una reacción bien articulada a las certidumbres de la Física dominante difundida en Francia por medio de Voltaire, y a la aplicación mecánica de sus métodos al estudio de los seres orgánicos o vivos. El Vitalismo Científico insistió en la necesidad de que la vida y lo orgánico fuesen estudiados con “un lenguaje diferente” al de la teología, la filosofía y la ciencia de su tiempo. A ese fin desarrolló el concepto “Elán (o Fuerza) Vital” para referirse a ese factor que distinguía lo orgánico (vivo) de lo inorgánico (muerto). Para la fisiología o medicina ello implicaba que la “enfermedad” se interpretaba como la pérdida del equilibrio en ese “Elán (o Fuerza) Vital”. La intención parecía ser, no siempre con éxito, dejar atrás la teoría humoral de Hipócrates (c. 400 a.C.) y las concepciones animistas judío-cristianas de la enfermedad. La “salud” equivalía a la recuperación del equilibrio ese perdido. Cuando las “propiedades vitales” recobraban su “hegemonía” o “balance”, se sanaba.[9] Betances hizo suyas de manera crítica aquellas posturas a lo largo de su vida profesional.

La herencia de la Modernidad en el Betances médico ha sido más obvia. Tanto Veray como Eduardo Rodríguez Vázquez (2008) proyectan su labor como parte de la corriente de la medicina anatomo-patológica que se apoyaba en la observación macroscópica cuidadosa del paciente.[10] No solo eso: ambos comentaristas coinciden en reconocerlo como un adelantado intuitivo de la Era de Louis Pasteur (1822-1895), caracterizada por los recursos de la química y la microbiología que aquel introdujo en la práctica médica. Betances completó su carrera médica en la Universidad de París en la década de 1850 cuando la revolución de Pasteur iniciaba.

En aquella compleja intersección histórica maduró el médico y cirujano que fue Betances. De regreso a Mayagüez, no llegaba a los 30 años, le esperaba una experiencia muy retadora y peculiar. La profesionalización de la medicina y la cirugía al amparo de la racionalidad científica y las nuevas lógicas del mercado era evidente en la Europa de la cual provenía. En Puerto Rico su formación era una excepción que producía diversas impresiones. Por un lado, animaba la admiración de ciertos sectores: su apellido, su ubicación social y su manifiesto compromiso con el abajo social lo justificaban. Pero, por otro lado, en un orden que rechazaba a los profesionales universitarios por su peligrosidad la incomodidad era la orden del día. Su recepción en la colonia reflejó las profundas contradicciones de una época de cambio como se verá más adelante.

El 19 de mayo de 1855 presentó Betances su título en el Ayuntamiento de Mayagüez.  Allí fue nombrado Cirujano de Sanidad Interino.  Alguna dificultad tuvo por su condición de “prietuzco”, término con el que denominaba su ascendencia negra de sus ancestros dominicanos. Betances se reconocía moreno o “prietuzco” pero cuando aspiró a un puesto público en Mayagüez, tuvo que demostrar su pureza racial con un expediente de blancura que requirió la reclasificación de un ascendiente de los libros de pardos a los de blancos.[11] La blancura por los cuatro costados era requerida para la ocupación de cualquier puesto público.

Desde el 25 de octubre de 1854 Basora, educado en Barcelona, ejercía como Médico Titular de la ciudad,[12] tarea que ejerció hasta 1858 cuando las presiones políticas lo forzaron a alejarse de la ciudad. Junto a Basora, propulsor de la anexión a Estados Unidos, y Ruiz Belvis, comprometido con la independencia, y desde la plataforma del trabajo en el ayuntamiento con un intenso contacto con la comunidad, el profesional y médico se transformó en activista y se puso en el ojo de las autoridades. Nada más normal a mediados del siglo 19. Los costos de ello fueron significativos, como se verá en otra reflexión.

[1] Mario R. Cancel (1988) “Betances y la epidemia del cólera”. Revista/Review Inter­americana 18.3-4: 133-134. Versión digital en Mario R. Cancel Sepúlveda (2010) “Betances y la epidemia del cólera” en Puerto Rico su transformación en el tiempo. URL https://historiapr.wordpress.com/2010/06/16/betances-y-la-epidemia-del-colera/

[2] Mario R. Cancel (1991) “Sobre un proyecto de Colegio de Segunda Enseñanza y el movimiento revolucionario clandestino en Mayagüez en la década de 1860”. Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña 98: 9-14.




[3] Nada más distante del orden neoliberal en el cual una parte significativa de las profesiones, con la excepción del proverbial STEM, son devaluadas. La situación era otra en el siglo 19. Muchas de las redes rebeldes que condujeron a la Insurrección de Lares se fraguaron en la práctica de profesiones y en medio de la intensa vida económica de hacendados, campesinos y comerciantes.

[4] Un modelo es Ramón E. Betances (1976) “La culta España” en Haroldo Dilla y Emilio Godínez Sosa. Ramón Emeterio Betances (La Habana: Casa de las Américas): 183-185.

[5] Mario R. Cancel (2015) “Segundo Ruiz Belvis, la educación y un proyecto de colegio para Mayagüez (1865-1867)” en Horomicos: Microhistorias URL https://horomicos.wordpress.com/2015/01/03/segundo-ruiz-belvis-colegio-mayaguez-1865-1867/

[6] El juicio está en Francisco X. Veray (1980) “Betances, el médico” en Ramón Emeterio Betances (San Juan: Casa Nacional de la Cultura / Instituto de Cultura Puertorriqueña). Sobre el Vitalismo científico revísese Mario R. Cancel Sepúlveda (2012) “El vitalismo y el pensamiento social (Parte I)” en Pensamiento social URL https://historiasociologia.wordpress.com/2012/12/06/el-vitalismo-y-el-pensamiento-social-parte-i/

[7] Para ubicar el animismo y el vitalismo en la historia de la medicina sugiero Robin Fahræus (1956) Historia de la medicina (Barcelona: Editorial Gustavo Gili): 559, 606 y 612.

[8] Véase Mario R. Cancel Sepúlveda (2012) “El vitalismo y el pensamiento social (Parte I)” en Pensamiento social URL https://historiasociologia.wordpress.com/2012/12/06/el-vitalismo-y-el-pensamiento-social-parte-ii/

[9] La lógica de Giambattista Vico (1869-1744) y Auguste Comte (1798-1857), dos precursores de la sociología tal y como se conoce hoy, refleja muy bien esa concepción del equilibrio/desequilibro del Vitalismo Científico. Vico y Comte fueron modelos de pensamiento para Eugenio María de Hostos Bonilla siempre respetuoso del balance, pero, como se sabe, Betances fue un duro crítico de Comte y, por extensión, de la idea del equilibrio necesario o forzoso que distinguía a Vico y sus discípulos.

[10] Véase Eduardo Rodríguez Vázquez (2008) “Un médico distinguido en la historia de Puerto Rico” en Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade, eds. (2008) Ramón Emeterio Betances. Obras Completas. Escritos médicos y científicos. Volumen I (San Juan: Puerto). Sobre la corriente anatomo-patológica vinculada a Giovanni Battista Morgagni (1682-1771) véase Fahræus, Op. Cit. 185, 598

[11] María del Carmen Baerga (2015) “Routes to Whiteness, or How to Scrub Out the Stain: Hegemonic Masculinity and Racialization in Nineteenth-Century Puerto Rico” en Translating the Americas 3: 109-147. URL https://horomicos.wordpress.com/documentalia-archivos/baerga-routes-whiteness/

[12]Ada Suárez Díaz (1980) “Cronología de la vida del doctor José Francisco Basora (1832-1828),” Caribe 2.2-3: 94. URL https://documentaliablog.files.wordpress.com/2018/04/suarez_basora_caribe.pdf
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