Por Chiqui Vicioso
“Como es costumbre, en los dos últimos encuentros hoy cerraremos con una canción, quiero antes motivarlos a que esta costumbre se haga ley y que la canción tenga un papel protagónico en las clausuras de todos nuestros importantes eventos. Mostrémosle al mundo que en nuestra casa la palabra cultura se manifiesta.
Somos privilegiados como casa porque en ella convivimos con maestros, soñadores, princesas, escritores y uno que otro político aprendiendo que lo más hermoso de su profesión es servir a los demás, en nuestro caso a la humanidad.
Esta vez no cantare solo, esta vez esta sala se llenará con nuestras voces,…no tienen porque preocuparse, porque solo deben decir…nada”.
Con estas palabras, nuestro embajador ante la UNESCO, el cantautor JoséAntonio Rodríguez, volvía a encantar la gran sala de la institución, los corazones de los delegados y delegadas que representan a sus países en el organismo más fundamental para la paz, educación y cultura del universo, en la ONU: La UNESCO.
Ya lo había hecho durante su primera intervención: tomar el instrumento que lo ha acompañado toda la vida, la guitarra, y asombrar a una audiencia acostumbrada a discursos aburridos o estériles, donde precisamente las artes han brillado por su ausencia.
A diferencia de la primera vez, donde podemos observar en los videos los rostros asombrados de las delegaciones, José Antonio fue el invitado especial de los Estados Miembros para cerrar la 209ava sesión de la UNESCO; el que inauguro las intervenciones, y lo hizo, con una recomendación: Que todas las sesiones del organismo siempre se iniciaran con una canción, para que a la canción se le reconociera su lugar en el mundo.
E inició su canto…
“Para niños más escuelas.
Para muros muchas puertas
Como armas el pincel.
Más silencio al escuchar.
Contra lágrimas la risa.
Más soldados en la ciencia
Como escudo nuestra piel.
Más coraje para amar
Para amenazar,…abrazos.
Como maestra está el planeta
Como guerra Educación.
Para el hoy buscamos paz
Más amor para la tierra.
Para jóvenes espacios
Más valor para el perdón.
Que el refugio sea un hogar
¡Para la guerra nada!
¡Para la guerra nada!
Menos promesas.
Más acciones.
Enseñar más voluntad
Para el ahora más futuro
Para el mañana seriedad
Menos heridas a la tierra
Para un líder la bondad
Que la guerra sea un recuerdo
A la mujer más igualdad
¡Para la guerra nada!
Para el terror la voz en alto
Para el mal siempre el perdón
A las bombas flores verdes
Para el dolor va esta canción
Para la ciencia más recursos
Para el analfabeto letras
Entre nosotros solo paz
¡Para la guerra nada!
Para amar nuestro planeta
Aire limpio y corazón
Agua clara para todos
Mucho verde y más color
La pandemia no es excusa
El trabajo es vocación
Para la tierra más semillas
Para el mundo aquí estoy yo
¡Para la guerra nada!
Para el verano bicicletas
Y burbujas de jabón
¡Para la guerra nada!
Un abrazo para la risa
Para la vida, una canción
¡Para la guerra nada!
Para el cielo un arcoíris
Para el bosque un ruiseñor
¡Para la guerra nada!
Para el campo una amapola
Para el llanto una canción
¡Para la guerra nada!
Un buen libro para el alma
Una ventana paz soñar
¡Para la guerra nada!
Para el insomnio esta la Luna
Para calentarse el Sol
¡Para la guerra nada!
En tu rostro está el espejo
Que refleja nuestro amor
Las paredes de la Unesco
Van mostrando su valor
La unidad de los países
Es ejemplo de humildad
Entre todos el consenso
Para provocar La Paz
¡Para la guerra nada!
¡Para la guerra nada!
Y dejándose acompañar por su guitarra, José Antonio Rodríguez, dio riendas sueltas a las cuerdas de su instrumento, para interpretar el tema “Para la guerra nada”, logrando que los representantes de los países miembros acompañaran a una representación del Coro de esa institución, invitados del artista, una de las sorpresas de la noche.
Había ocurrido el milagro. La canción había puesto de pie, en conmovida ovación, a todos los delegados de la educación, ciencia y cultura, de la tierra presentes en la sesión.
Muchos con lágrimas en los ojos. Por fin, la canción había reclamado su lugar en una institución donde siempre habían predominado los burócratas, con sus discursos llenos de lugares comunes, ajenos a los propios países de donde provenían, sin brillantez.
A ninguna delegación se le había ocurrido iniciar una sesión con una danza que expresara el grito de los condenados de la tierra; con un poema (como lo hacia el colombiano Fernando Rendón, presidente del Festival de Medellín, en todas las reuniones del Consejo asesor de Telesur, del cual formábamos parte, reclamando para el poema su lugar en el mundo); con un mural, como Guernica, o El Grito, de Munch, que en silencio expresara precisamente eso: el grito.
No hay político, no hay burócrata, que haya llenado el Yankee Stadium una vez, como lo hizo Frank Sinatra. Fue un dominicano: Romeo, quien lo lleno no una sino tres veces, para asombro del New York Times, que tuvo que dedicarle un editorial.
No hay político, no hay burócrata que haya recorrido América Latina, y haya llenado los estadios de cada uno de los países con más de cien mil personas, que le haya devuelto la felicidad de cuerpo y alma a las masas irredentas del continente. Lo hicieron los Rolling Stones en su tour por América Latina, convocando en Cuba a más de un millón de jóvenes, que cantaron, danzaron y se desahogaron cantando sus estribillos.
Un vez más la canción demostraba su poder en el mundo para desatar las energías no domesticadas del ser humano, sus anhelos más profundos, su innata e irreconocida vocación para el libre albedrio.
En estas últimas semanas hemos vistos a millares de jóvenes en el mundo cantando el estribillo de “Black Lives Matters”, y hemos visto ondear en el horizonte los brazos de millones de jóvenes blancos, judíos, negros, asiáticos, latinos y caribeños haciendo coro, trascendiendo las fronteras de raza, color, idioma, que el poder establecido ha erigido como muros que separan a todos los hombres y mujeres de la humanidad. Que han convertido a los seres humanos en islas, en seres mezquinos que utilizan sus diferencias para discriminar a los demás
.Andrea Bocelli concluyó su solo concierto sobre el COVID, frente a la Catedral de Milano, con el himno de los feligreses negros de todas las denominaciones: Amazing Grace, o Asombrosa Gracia, la gracia divina que les ha permitido sobrevivir desde la esclavitud, todas las embestidas del racismo, toda la violencia del opresor, todos los esfuerzos por deshumanizarlos.
Desde Europa hasta los más recónditos rincones del África, de América Latina, del Caribe, millones de ojos observaban, obnubilados por las lágrimas, a este cantautor ciego que lograba con una canción conmocionar al mundo frente al racismo, frente a un virus que nos amenaza a todos sin discrimen.
Ese es el poder de la canción de que habla JoséAntonio Rodríguez, el que ha demostrado, precisamente frente a quienes deberían ser los primeros en reconocerla, los primeros en honrar su inmenso poder frente a las multitudes.
¡Qué maravilloso tributo a la dominicanidad!.