Para las mujeres, organizarse y luchar es el único camino

Estuve trabajando, junto a otras compañeras, en una investigación, recientemente publicada en un libro titulado Voces de Mujeres: Estrategias de Supervivencia y de Fortalecimiento Mutuo tras el paso de los huracanes Irma y María. La investigación tuvo el propósito de conocer los impactos diferenciados por razón de género luego de los huracanes. Para conocer de primera mano los relatos de las mujeres así como sus experiencias, acciones y estrategias, nos reunimos con decenas de mujeres de diferentes pueblos y ciudades, la mayoría provenientes de las zonas montañosas de nuestro país. Revisamos, además, literatura que había examinado otros devastadores fenómenos naturales desde una perspectiva de género, sobre todo luego del huracán Mitch en cuyas inundaciones perecieron sobre 11,000 personas en Honduras y Nicaragua en 1998 y, más recientemente, las experiencias luego del huracán Katrina en New Orleans en 2005.

En nuestra investigación encontramos muchas similitudes entre los hallazgos de estas investigaciones y la nuestra pero también algunas importantes diferencias. Están discutidas en el libro de referencia que se reparte sin costo alguno gracias al apoyo que recibimos de Oxfam, entidad internacional que apoya poblaciones devastadas por hambre, guerras o eventos naturales. También puede accesarse a través de inter-mujeres.org.

En estas líneas quiero destacar la importancia, para las poblaciones marginadas y en particular para las mujeres de nuestro país, del momento en que nos encontramos. Se inicia ya pronto el proceso llamado de reconstrucción, luego del periodo inicial llamado de respuesta de emergencia y rehabilitación. Aunque en Puerto Rico éste todavía no ha culminado (de hecho, está muy lejos de estarlo), ya se han asignado fondos, públicos (federales casi todos) y privados (como fundaciones) para iniciar la reconstrucción. Es un momento crucial porque si se repiten las políticas públicas y prioridades del pasado, aquellas que crearon precisamente las grandes inequidades, éstas se intensificarán en las próximas décadas. Los pobres serán más pobres, los ricos mucho más ricos controlando aún más el poder económico y políticos y en este escenario las mujeres quedarán mucho más marginadas.

Para aclarar el escenario del que hablo les comparto unos números que no se mencionan con frecuencia pero que reflejan con meridiana claridad la realidad de la mayoría de las mujeres en Puerto Rico.

La fuerza laboral, según los números oficiales, se estima en solo 1,107,000 personas de una población de alrededor de 3.6 millones de personas. Es una cifra muy baja que se discute por economistas con preocupación porque esa falta de empleo no permite desarrollo ni crecimiento y es la que ha provocado en gran medida el aumento de la emigración. La participación de las mujeres en ese 1.1millón que trabaja oficialmente es de 41.1%, es decir, 468,000 mujeres. (En consecuencia, antes del huracán María, el 46 % de la población subsistía con ingresos bajo los niveles de pobreza. De este grupo enorme, el 61% son mujeres jefas de familia y se estima que ese número ha incrementado luego de María).

Pero la cifra a la que quiero dirigir la atención es la de que muchas más mujeres se encuentran fuera del grupo trabajador que dentro del mismo pese al continuo crecimiento de las mujeres en las cifras oficiales laborales debido, entre otras razones, al incremento en sus niveles educativos.

Aclaro que en el idioma de los informes y estadísticas oficiales sobre el mercado del trabajo hay tres categorías: las personas que laboran, las personas desempleadas, y las que se encuentran “fuera del grupo trabajador”. Dentro de esa última categoría aparecen 1,589,000 personas. Esto implica que en nuestro país la mayoría de las personas no pertenece al grupo trabajador.

Esta última categoría esconde la verdadera tragedia, sobre todo para las mujeres, pues de ese 1.59 millones que no aparecen trabajando las mujeres suman 970,000, (casi un millón!) duplicando de esa forma las que se han sumado a la fuerza trabajadora.

De mayor preocupación resulta la cifra de que de estas 970,000 mujeres, sobre 500,000 son las categorizadas como amas de casa o dedicadas a labores domésticas, lo cual implica que no generan sus propios ingresos. Se hace necesario aclarar que en Puerto Rico no se contabiliza de manera oficial el trabajo informal, aunque se estima que ese número es elevado aunque muy difícil de cuantificar. Muchas mujeres realizan trabajos que no se contabilizan en las estadísticas oficiales, pero no podemos suponer que la mayoría de ese medio millón de “amas de casa” están trabajando por su cuenta.

La tragedia mayúscula de esas cifras es que esas mujeres amas de casa, al alcanzar la vejez, NO serán elegibles para recibir los beneficios del Programa de Seguro Social, principal programa de apoyo a la población envejecida. Por ello, la mayoría de las mujeres en nuestro país enfrentan una vejez de miseria como tan claramente ha quedado demostrado tras el desnude de María. Se hace necesario destacar además que hace décadas no existen en Puerto Rico políticas públicas propias del gobierno de Puerto Rico para proveerle esa necesaria “red de seguridad” a la población envejecida dependiendo exclusivamente de los programas federales. Por ello, las personas viejas dependen para subsistir en su vejez casi exclusivamente de Seguro Social, sus ahorros, planes de retiros privados o gubernamentales a los que no son elegibles evidentemente las mujeres que han permanecido en sus casas a cargo de sus hijos e hijas.

Un informe de la Oficina de la Procuradora de las Personas de Edad Avanzada nos ofrece datos relevantes: la proporción de la población envejeciente ha crecido marcadamente en los últimos años (24% de la población tiene sobre 60 años) y el 56% está constituido por mujeres. La principal fuente de ingresos de ese grupo poblacional, el 80.9%, proviene del Programa de Seguro Social, seguido del Programa de Asistencia Nutricional (39.7%).

Ante esta realidad no debe sorprender a nadie que la tasa de fertilidad en Puerto Rico haya descendido en los últimos años y se encuentra en la actualidad en 1.24 hij@s por mujer. Ante la falta de políticas sociales que permitan balancear las responsabilidades familiares y el mundo laboral, no es de extrañar que las mujeres que quieren desarrollar sus capacidades y participar de los procesos sociales y económicos hayan establecido, como estrategia, limitar el número de hij@s.

La falta de centros para el cuidado de menores provistos por el Estado representa un obstáculo imposible de superar ya que los costos de estos centros privados son en extremo onerosos para quienes inician en la vida laboral. Igual situación aplica a los centros de cuidado de envejecientes o personas con condiciones crónicas de salud.

Entonces urge que las mujeres y las organizaciones que velan por sus intereses demanden que se abran y se garanticen espacios de participación en la elaboración de los planes de reconstrucción que actualmente se diseñan en las altas esferas gubernamentales, mediatizados por intereses privados malsanos que solo quieren incrementar sus ganancias y mantener sus opulentos estilos de vida. Si no actuamos ahora, se quedan con todo!

Les comparto una anécdota aleccionadora: Luego de Katrina, mientras miles de mujeres negras languidecían en refugios con sus hijos e hijas, se aprobaron fondos millonarios para esa etapa de reconstrucción. Los comités públicos/privados creados para diseñar los planes de uso de esos fondos recomendaron que estos fueran íntegros a la Cámara de Comercio. Enteradas de ese hecho, las mujeres se organizaron para demandar la asignación de fondos para centros de cuido que les permitieran ingresar a la fuerza laboral para proteger a sus familias y sus futuros. Tras mucho luchar lograron se les asignara el 10%. Organizarse y luchar, ese el único camino.

La autora ha trabajado en organizaciones de mujeres por muchos años.

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