Para Retamar

 

Por Jorge Lefevre Tavárez / Especial para En Rojo

No sabía quién era Roberto Fernández Retamar previo a mi primer viaje a Cuba en el 2010. En las distintas librerías de La Habana, me encontraba a menudo con su nombre. Cuando me enteré de que el Centro de Estudios Martianos le celebraría sus 80 años, ya yo había adquirido dos de sus libros: su tesis La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953) y el tomo reciente Poesía nuevamente reunida, dos extremos cronológicos en su obra. Retamar, para mí, era todavía “solo” poeta. 

Ya en la celebración en el Centro, entre lauros y elogios, voy aprendiendo mucho más. Lo primero: la imagen. Un hombre con boina, que se deja crecer el bigote y la barba alrededor de la quijada (no se desparrama por el cuello ni llega a unirse a las patillas). Da lo mismo si se refiere al octogenario que tenía de frente o a las fotografías que proyectaban en aquella sala. Retamar era una imagen memorable. 

Ahí, también, poco a poco, me entero de la vida multifacética de aquel poeta, que llegó a dirigir el Centro de Estudios Martianos desde el 1977 (año de su fundación) hasta el 1986, quien dirigió la Revista Casa de las Américas y, luego de la muerte de Haydée Santamaría, la institución entera hasta su propia muerte, el 20 de julio de este año. 

Sentí, confieso, cierta vergüenza al ir hacia él al final de la actividad para pedirle que me firmara los libros. Su edad era un factor; lo era también el pensar en aquella extraña y un poco ridícula tradición de que el autor firme libros. Pero sobre todo me inquietaba el que nada más tuviera su obra poética y su tesis para que firmara. El problema no era la cantidad; hubiera preferido que mis libros fueran más representativos de toda una vida cultural intensa y prolifera como la que tuvo. No me preparé para aquel momento.

“Para Jorge, con un saludo cubano-puertorriqueño”, firmó su tesis. El temblor de su mano no me permite descifrar la dedicatoria de su obra poética. Reconocer esta impotencia en ocasiones me produce la misma sensación extraña, nostálgica y triste que leer su poesía. “Para Jorge, esta vida en la poesía, ______ la mejor”.

Tan pronto llegué a Puerto Rico, compré la versión de Ediciones Callejón de Todo Caliban. (Elizardo Martínez me llegó a comentar que colegas le habían aconsejado no publicar aquella colección. En el 2001, año en que salió aquella edición, ¿quién estaría leyendo a un cubano fidelista que todavía creía en la revolución? ¿Quién se interesaría por una mirada, no a favor de la figura domada de Próspero, sino desde el salvaje Caliban? Resulta que, silenciosamente, ya se han vendido varias ediciones de Todo Caliban, aunque no se suela discutir ni asignar en las universidades.) Poco después, en el Seminario Federico Onís me devoré la colección Para una teoría de la literatura hispanoamericana. Todavía hoy no hay una clase de literatura hispanoamericana o caribeña que imparta en la que no haga referencia a lo aprendido en aquel libro: la necesidad de historizar el concepto “literatura”, de pensar en aquello que deviene literatura, de reconocer toda aquella literatura “ancilar” latinoamericana, aquellas páginas que solo con el tiempo se les reconoce su inmenso valor literario: las crónicas de la conquista, los textos políticos de Bolívar, las crónicas martianas y – por supuesto – los discursos de Fidel y los diarios del Che. 

Han pasado 9 años desde aquel verano en La Habana. Fue hablando con Cristina, en Arecibo descansando, entre protestas y protestas, que me entero de su muerte. Le recité “El otro”, y me respondió que justo ese día, por primera vez, leyó ese poema en una publicación cibernética. Cuando me enseña la publicación que anunciaba su muerte, ella suponía que ya yo lo sabía, que no podía haber tanta coincidencia. 

(Apenas meses antes, Retamar y yo habíamos intercambiado correos electrónicos. El viejo seguía dirigiendo y yendo a Casa de las Américas. Más de una vez me lo encontré en agosto del 2015. Cuando me comuniqué meses después con Casa de las Américas por correo electrónico para que me ayudaran con un proyecto de investigación que comparto con Jackqueline Frost y que versa sobre el único viaje de Aimé Césaire a Cuba – en el 1968 – contestó personalmente. Su mensaje empezó con sus disculpas – por no haber respondido antes.)

A Cristina le recité el verso, ni recuerdo por qué. Ahora, me pregunto yo, nacido 60 años después del poeta: “Nosotros los sobrevivientes, ¿a quiénes debemos la sobrevida?”. Si bien a Retamar no le debo una revolución, reconozco que todavía le debo mucho de mi mirada a la literatura y al oficio de la crítica literaria, el pensar la relación entre política y crítica, le debo su actitud polémica y comparto con él, todavía, a pesar de todo, de manera testaruda, la esperanza en que un mundo mejor es posible, que ese mundo será obra de las grandes mayorías y que como único se logra es derrocando la lógica del capital y transformando esta sociedad por una que ponga el humano y la vida sobre la ganancia privada. (La crítica literaria, a su manera extraña, no es ajena a esta lucha.)

En el prólogo suyo a la edición puertorriqueña de Todo Caliban, termina: “Es deber nuestro insistir en que, si la humanidad no es otro experimento fallido de la Naturaleza, solo saldrá a flote (en caso de hacerlo) con la rosa náutica toda en las comunes manos constructoras”.

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