Peregrinaje a la meca del beisbol

 

 Por Elga Castro Ramos/ Especial para En Rojo

A Papi, que siempre quiso ir. Además de llevarlo en mi pensamiento, me puse la gorra del Festival de Claridad que le dedicaron y cada vez que vi algo de los Yankees, de Peruchín o algo que aprendí con él, lo recordé

Como persona no creyente no tengo una lista de lugares sacros donde peregrinar antes de morirme, pero sí tengo una lista larga de lugares donde me gustaría ir, muchos de ellos ciudades, estructuras históricas, lugares naturales y muchos estadios y estructuras deportivas, mis “templos”. He tenido la fortuna de visitar muchos de ellos, como La Bombonera, el Maracaná, Fenway Park, el Camp Nou, entre otros. En esta lista estaba el Salón de la Fama del Béisbol en Cooperstown, Nueva York, que aún no siendo un estadio, siempre quería ir por su historia, no solo la sala donde cada año se añaden las placas de los nuevos exaltados al Salón de la Fama, sino visitar el museo de béisbol que tiene. Y el fin de semana pasado logré este sueño. 

El medio de la nada

El azar existe y por ello el sitio “sacro” del pasatiempo por excelencia estadounidense se encuentra en un pequeño pueblo en el estado de Nueva York, a unas cuatro horas al norte de la ciudad manejando. Este pueblito rural en el cual la población no supera las 2,000 personas es por una combinación de elementos, mezcla de suerte, error, vanidad y nacionalismo, la casa del Salón de la Fama. A comienzos del Siglo XX, el magnate deportivo Albert Spalding en su afán de demostrar que el béisbol era un deporte inventado y desarrollado en Estados Unidos creó una comisión con estos fines, la Comisión Mills. De acuerdo con uno de los entrevistados, el juego lo había inventado Abner Doubleday, en un pastizal dentro del pueblo en 1839. Esto ha sido desmentido por los historiadores posteriormente. Aún así, en el 1939 se creó el Salón de la Fama y el Museo del Béisbol, justo al lado de donde está el Doubleday Field, en Cooperstown. 

Realmente que sea donde es le añade magia a algo que ya de por sí es mágico para los que amamos este deporte. Sin duda el escenario ayuda, pues el pueblo pequeño y rural, que mantiene mucha de su arquitectura antigua, le añade la sensación de un viaje en el tiempo. Y es que el béisbol muchas veces se le atribuyen estas características-curiosamente en ocasiones como crítica-de deporte del pasado, “lento”, “de viejos”, “chapado a la antigua”, en oposición al baloncesto y el fútbol americano que son vistos como más “joviales”, “rápidos” y que han logrado adaptarse a nuestros tiempos. Así, Cooperstown el pueblo es casi una postal, si no fuera por el follaje hermoso que pintaba de amarillo ocre, naranja, rojo y morado todo (por este espectáculo otoñal), parecía una película en blanco y negro. 

Peregrinaje

Es evidente que la cantidad de hoteles que hay en las afueras del pueblo están hechos para servir a la población que viene a visitar el museo anualmente (aproximadamente 260,000 al año) y alrededor del día de la exaltación (aproximadamente 30,000 el verano pasado). Dentro de los mismos hay una especie de cofradía, esa sensación colectiva de que todos sabemos por qué estamos allí y a dónde vamos, aunque no sea necesario abrir la boca para expresarlo. El desayuno era un desfile de uniformes de las Grandes Ligas, donde resaltaba la camisa de Clemente de los Cangrejeros que tenía mi esposo y la del equipo nacional de Puerto Rico de mi hija. Y se sentía como un peregrinaje, todos los fieles representando su equipo pero con las miras puestas en ir al templo mayor. Y la complicidad en las miradas lo confirmaba. 

Museo

Desde fuera la estructura se ve pequeña, un edificio lindo y antiguo. Dentro, en el vestíbulo, uno se da cuenta de su grandeza, tanto física, pues es un edificio de tres pisos, como de lo que incluye. De frente, en una sala que le falta tener un áurea, si es que no la tiene, están todas las placas de los (y la-más sobre esto luego) exaltados y justo antes de entrar tres estatuas: Willie Mays, Jackie Robinson y Roberto Clemente, bum, 10 AM y ya el corazón se quiere salir, sin duda promete un día largo e inolvidable. 

La guía nos da un tipo de “búsqueda de tesoros” para que los pequeños se entretengan en el museo, pues andamos con dos niñas. Ella nos sugiere que si es la primera vez que lo visitamos que comencemos por el segundo piso, luego el tercero y concluyamos con el primero, que es realmente el Salón de la Fama. Y así lo hacemos. 

El segundo piso comienza con las diferentes hipótesis de la historia del béisbol, incluso haciendo referencia a otros lugares donde se jugaba con una pelota y un palo para darle. Luego se adentra a la historia del béisbol en Estados Unidos y cómo desde el Siglo XIX ya se jugaba de alguna manera el béisbol de manera organizada, sobre todo en la costa Este de los Estados Unidos. Me llamó la atención una copia de un anuncio en el cual se buscaba un primera base para “el Club Nacional de Washington” en el cual se especificaba que NO fuera irlandés, además de detallar que trabajara en el Departamento del Tesoro hasta las 3 de la tarde para luego practicar béisbol hasta que oscureciera. Además del hecho del amateurismo previo a que se profesionalizara el deporte, el hecho de que específicamente excluyera irlandeses denota cómo de alguna manera la historia reciente de Estados Unidos se puede ver a través del béisbol, en específico de sus exclusiones. 

Hablando de exclusiones, en este piso hay tres salas dedicadas a tres grupos que han sufrido distintos niveles de exclusión (y posterior inclusión) en el béisbol: los afroamericanos, las mujeres y los latinos. Para mi estas tres secciones fueron las más pobres del Museo, quizás porque tengo una sensibilidad adicional con estos temas siendo mujer y latina y habiendo estudiado algo la historia de la Liga para Negros y el racismo en el béisbol. La sección sobre los afroamericanos, aún cuando explica la historia de su exclusión de las Grandes Ligas y resalta ese momento histórico en el cual se firma a Jackie Robinson, pudo haber abundado más, por ejemplo, en la merma de los afroamericanos en las Grandes Ligas y su progresiva reducción. Como suele suceder en Estados Unidos con el tema del racismo y la exclusión a los afroamericanos, se asume que una vez eliminada la traba institucional se resuelve el problema, lo cual no es cierto. La firma de Jackie Robinson sin duda fue un gran paso, pero no resolvió el problema, que no es solo a nivel de jugadores desde pequeños hasta las ligas mayores, sino en todo el andamiaje de lo que es el béisbol en Estados Unidos, entrenadores, dirigentes, personas en los medios, etc. 

En cuanto al tema de las mujeres pues realmente era una sección muy pequeña con la limitada historia de las mujeres en el béisbol y algo de memorabilia. Aún cuando señalan que la canción que tradicionalmente se canta en la séptima entrada “Take me out to the ball game” es tomada de una frase de una esposa pidiéndole a su marido que la llevara a un juego de béisbol, no detalla suficientemente cómo este deporte le ha cerrado las puertas a las mujeres durante más de un siglo. Además de la exclusión per se de no dejarlas jugar béisbol desde pequeñas, y lo más cercano usualmente es empujarlas a que jueguen sóftbol, está el hecho de limitarles su espacio en las esferas de poder en las Grandes Ligas y en los medios de comunicación. Las pocas mujeres que se resaltaban habían sido dueñas de equipos de la Liga Negra o de las Grandes Ligas, usualmente porque lo heredaron de sus esposos o familiares. Yo llevo viendo y siguiendo con detenimiento el béisbol por más de 20 años y muy pocas veces siento que hay algo dirigido a mi, desde los anuncios, la cobertura, hasta la mercancía donde hay poquísima para mujeres y la que hay, usualmente es diferente. El otro día una fanática del béisbol comentaba que sería bueno tener ropa de béisbol en tallas y entalle de mujeres pero igual que la de los hombres, que no sea ni con diamantes ni de otro color, usualmente rosa. Obviamente los estereotipos no ayudan, pues la primera promoción que vi al entrar al hotel, donde dicho sea de paso los cuartos estaban decorados con cuadros con imágenes de guantes y bolas-nunca había dormido tan bien en un hotel mirando las paredes-era una para las mujeres. La “Guía para damas para Cooperstown” detallando qué ellas pueden hacer en este pueblo, como ir de compras, spa, etc. 

Finalmente la parte de los hispanos, “Viva Baseball” aunque era un poquito más grande que las dos ya descritas, realmente no reflejaba el gran aporte que han hecho los hispanos al desarrollo de este deporte, ni mucho menos era comparable a lo que representan y significan hoy para el béisbol, no solo el alto porcentaje de jugadores en Grandes Ligas, sino sus seguidores dentro y fuera de Estados Unidos, los que consumen su mercancía, las transmisiones en español, etc. Pienso-y los boricuas que me acompañaban así lo comentaron también-que pudieron haber abundado más en la historia y desarrollo, no solo de cómo llegó el béisbol a los países latinoamericanos pero cómo se ha dado el proceso de los jugadores latinoamericanos llegando a las Grandes Ligas. Había muy poco de las escuelas de desarrollo en estos países, de los jugadores negros, de las historias de los que no llegan a Grandes Ligas, de algunas iniciativas como la de poner el acento en los apellidos en español en las camisetas, entre otras cosas. Aún cuando le dedican un espacio importante a Roberto Clemente, a Juan Marichal, a Pedro Martínez, pudo haber sido más completa. 

El tercer piso era más de memorabilia, curiosidades y records. Me gustó mucho la parte de los estadios, los que ya no están y algunas curiosidades de los de ahora. También estuvo bien interesante los diferentes records que habían desplegados, de todo: el juego más largo, el más corto, el tercera base con más jonrones, el lanzador con más victorias, el jugador más alto, el más bajito (poco más de tres pies y en su único turno al bate el lanzador lo embasó porque no llegaba a su “strike zone”, luego lo sustituyeron por un corredor emergente), entre muchísimas más. Claro el béisbol que es un deporte forrado de estadísticas, esta sección tenía para todos los gustos. Entre las muchas curiosidades en esta sección de estadísticas, la más que me llamó la atención fue una foto del 1946 de los Indios de Cleveland haciéndole el famoso “shift” al bateador de las Medias Rojas de Boston Ted Williams, así todos los defensores de Cleveland estaban tirados a la derecha solo dejando al jardinero izquierdo en ese lado. Hoy en día el llamado “shift” es una táctica que se usa frecuentemente contra buenísimos bateadores que como quiera tienden a batear hacia un lado en particular. Estaban todas las sortijas de campeones, algunos trofeos y una amplia sección sobre las cartas de jugadores que me trajo gratos recuerdos de mi infancia cuando andaba con mis paquetes de cartas sin saber bien cómo usarlas pero que me encantaba acumular. Aquí incluso se podían hacer unas réplicas de estas cartas con nuestros nombres y fotos y nos las hicimos. 

Luego habían muchas micro historias, como las de la huelga, la explosión de la mercadotecnia y un sinnúmero de productos comerciales, y una sección especial dedicada a las drogas para mejorar el rendimiento. Tenía curiosidad de cómo se trataría este tema pues se que es uno delicado para el béisbol, sobre todo para los puristas. Pero en esta sección específica sobre este tema, se enumera el desarrollo de estos casos, aunque no se mencionan todos los jugadores que han sido sospechosos y/o suspendidos por su uso, solo algunos de ellos. Como el de Sammy Sosa y Mark McGwire, en su lucha por romper el record de jonrones en una misma temporada y cómo ambos usaron drogas para mejorar su rendimiento. Y en el museo, por ejemplo, aún cuando hay una sección entera dedicada a Hank Aaron, su carrera y cómo le rompió el histórico record de más jonrones que tuvo Babe Ruth por décadas, se menciona bien pequeñito que Barry Bonds le rompió el récord a Hank Aaron y explican todo lo de su caso, diciendo que aunque nunca se le probó que las usó, los alegatos de que lo hizo han nublado sus logros. Y que algunos incluso han pedido que se borre su record de los libros. “Pero hacer eso ignoraría el hecho de que cada record, cada estadística, cada momento en un juego tiene múltiples ramificaciones. Un jonrón bateado es también un jonrón permitido. Quitar un evento causaría un colapso en la casa de naipes de las estadísticas del béisbol”1. Aún con esta poética cita en la placa del record de 762 jonrones de Barry Bond que probablemente escribió un curador, la historia dos pisos más abajo es diferente y es muy poco probable que nunca una de las placas de bronce se le dediquen a uno de los bateadores más grandes que ha tenido las Grandes Ligas. Y es que las Asociación de Escritores de Béisbol, que son los que seleccionan los que entran al Salón de la Fama, son muy claros en este tema y no han seleccionado a alguien que haya sido acusado de haber usado estas drogas. 

La última rareza la encontramos, curiosamente, en la única sección dedicada a los niños y niñas, que era bien pequeña y no tenía mucho. Ahí, en una esquinita bien abajo, había una placa con la cara de Clemente en bronce igual que las que están en el Salón de la Fama, con la misma biografía, todo igual. Bueno, todo parecía igual hasta que leo al lado que indica que en la época que jugó pocos estadounidenses conocían mucho de los latinos y no sabían del uso de los dos apellidos así que asumieron que el Walker era su apellido y el Clemente su segundo nombre, y así me di cuenta que la placa decía Roberto Walker Clemente. No fue hasta el 2000 que el Museo lo corrigió cambiándola a la actual, Roberto Clemente Walker, incluyendo su apellido materno. Esto hubiera sido, por ejemplo, un gran artículo para tener en la sección dedicada a los hispanos, como muestra de algo distintivo de los latinos y como un ejemplo de la falta de conocimiento de nuestra cultura. Además que esa sección es mucho más visitada que la de los niños. 

Finalmente me sorprendió no haber visto nada de los asiáticos ni del béisbol en Asia. Aunque en términos numéricos no comparan con los latinos, las contribuciones de algunos de sus jugadores ha sido espectacular y la popularidad de este deporte en ese continente es bien alta. 

Salón de la Fama

Evidentemente fui primero cocola que fiebrúa del béisbol pues mi primera noción del Salón de la Fama eran los clásicos salseros que ponían en Z-93 los domingos. Luego me enteré de lo que era el Salón de la Fama del béisbol, que aunque no es el único deporte que tiene una sala para sus inmortales, sin duda es el más famoso en Estados Unidos. 

Y, mucha razón tenía la guía en recomendarnos terminar con el primer piso, pues obviamente es al fin y al cabo para lo que va mucha gente y su majestuosidad y sencillez es única. La sala, aunque la había visto en la televisión, me impactó. Es una sala amplia y luminosa, con luz natural que le da un techo de cristal. A su vez, es muy sencilla, en esta sencillez raya su elegancia y contundencia. Todas las placas, alineadas perfectamente dentro de secciones en su mayoría divididas cronológicamente, son iguales, hechas de bronce sobre una placa de madera, mismo tamaño y formato. Nada más, no hay fotos, no hay artefactos, nada, solo las placas de los inmortalizados y dos estatuas de Babe Ruth y Ted Williams. Y esto es suficiente para dejarte sin aire y estar por mucho tiempo leyendo sobre las glorias que conocemos y las que no conocemos, sus números impresionantes o sus hazañas, si es que no eran peloteros y eran árbitros o dirigentes o dueños (o dueña) de equipos. Luego de peregrinar hacia los cinco boricuas, entonces empecé desde el principio, que no está al principio, pues la primera clase exaltada está en el centro de todo. Al encontrar a históricos como Ted Williams o Hank Aaron, me detenía a leer detalladamente su placa. También aprendí de algunos que no conocía, como la única mujer exaltada de los 329 en esa sala, Effa Manley (clase 2006), quien fuera dueña junto con su esposo de los Águilas de Newark, de los equipos más famosos de la Liga Negra. Me encantó ver a otros hispanos que admiro mucho como Pedro Martínez, y los recién exaltados Vladimir Guerrero y Mariano Rivera, cuyos números al leerlos nuevamente plasmados impresionan. Al lado de la última clase del 2019 están las placas vacías de los próximos a ser exaltados, ahí espero ver a David Ortiz en un futuro cercano. Además nos preguntábamos quién será el próximo boricua que entre a este recinto. 

Emociones

Sin duda, por muchas razones, esta fue una experiencia emocionante. No solo por toda la información interesante que aprendí, y las fotos, videos y artefactos que vi, sino por todas las emociones vividas. Como es un viaje que había soñado hacer con mi Papá, lo tuve presente todo el tiempo. Así, por ejemplo, de los cinco boricuas exaltados, me emocionó particularmente la placa de Peruchín, pues además de que lo conozco bien y le tengo mucho cariño, era el favorito de Papi. Mi padre se enamoró del béisbol en parte gracias a Peruchín, por quien se hizo fanático de los Gigantes, y fue lindo que su ídolo de infancia se convirtiera luego en su amigo. Así también pensaba en lo que le hubiera gustado ver todas las cosas de los Yankees: por ejemplo la sección de Babe Ruth que era espectacular, o una sección dedicada a los 27 campeonatos obtenidos, la mayor cantidad en la historia.

Además de lo de Papi, como fanática del béisbol hubo muchas cosas que me conmovieron, como por ejemplo una película que dan de 15 minutos, los cuales estuve prácticamente llorando todo el tiempo. Y no solo cuando terminó con la victoria de los Red Sox del año pasado, sino con las entrevistas con Hank Aaron, Altuve, Big Papi, entre otros. El video realmente era una oda al béisbol, a su belleza, a su sencillez, a su pureza, a lo afianzado a sus raíces. Y es que todas estas características distinguen a el béisbol de otros deportes, pues se mantiene muy arraigado a sus orígenes y a las tradiciones. Por ejemplo lo poco que han cambiado las reglas y la cantidad de las “no escritas”. Cuando acabó mi hija de siete años me dijo que tenía “lágrimas en los ojos aguantadas” y que quería ver la película nuevamente antes de salir del Museo. Sin duda esta es una de esas pasiones que se pasan de generación en generación y aunque mi intención no era inculcarle nada fue lindo verla disfrutárselo, entretenida buscando las placas de los boricuas, contenta con las cosas que reconocía y al final lo primero que dijo era que le gustó mucho más de lo que esperaba y que quería volver a Fenway Park. 

Como Red Sox me emocionó mucho la sección dedicada al 2004 titulada “Reverse the curse” (para la maldición), volver a leer lo que pasó, ver los zapatos con los que Roberts se robó la base, los que usó Schilling con las medias ensangrentadas y las fotos me trajo gratos recuerdos. Y como Red Sox, boricua y de la UHS, me enterneció también ver el abrigo con el cual Alex Cora ganó el histórico campeonato el año pasado. 

Al salir, porque literalmente nos botaron y cerramos el Museo, lo único que pensé es que quería volver, regresar con mi Mamá, y quien sabe si pasar una pasantía en la biblioteca que se veía hermosa y que está llena de muchas historias por conocer. Salí con el ímpetu proselitista de decirle a todos y todas que conozco que aman el béisbol que vayan, que no se queden sin visitarlo. Salí con ganas de ver un juego. Salí con ganas de leerme un libro de béisbol. Salí con ganas de ir a un parque, pequeño, a ver a niños y ojalá niñas jugando. Y por suerte, como para completar la magia, a la salida está el viejo parque de Doubleday, que celebra su centenario el año que viene, y que con las gradas en madera, tiene todo el aire de antaño. Con el sol cayendo sobre el center field y un silencio sepulcral, la belleza del parque y de este deporte estaba en su máximo esplendor. Y me alegré de estar allí. 

1 Museo y Salón de la Fama del Béisbol. Tercer piso. 

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