perí poitikís: Sabrina Ramos Rubén

Por Rafah Acevedo/En Rojo

 

El primer libro de Sabrina Ramos Rubén fue Mangle Rojo (Secta de los perros, 2016). Desde el título el texto sugiere muchas lecturas anteriores y nos sumerge en las imágenes sensoriales de la desembocadura de ríos en latitudes tropicales y subtropicales. Para los lectores puertorriqueños manglares y estuarios son la costa de la geografía poética de Palés. Uno espera arena, limo, lama. Marisma, pleamar, y sin embargo, el poemario de Sabrina es sobrio, íntimo, de ahí su fuerza. De ese libro ha dicho Marta Aponte:

El tono de sobriedad y distanciamiento como montura de imágenes poderosas es lo que me queda de varias lecturas de este libro engañosamente breve. Cada palabra carga otras palabras, cada denotación abre otras redes, y la pesca de palabras continúa en el interior de las cuevas, en los ríos cubiertos de brea, en las gargantas de las viejas que cantan boleros, en la muerte que quiebra talones, en la voz enmascarada del yo que escribe para ver y para verse, y escribe así: “En mí lo más cercano a la ceguera es la ausencia de las palabras. “ (Angélica furiosa, blogspot).

Sabrina, que es curadora y termina un postgrado en traducción, publicó Charco hondo (Alayubia, 2018) y para mí, es una extensión y desarrollo del universo de imágenes de su primer libro. La metáfora, la sinestesia, la evocación poética singular: “sorbo de agua del olvido”, parecerian, más que repetirse, complementarse como una voz poética cada vez más coherente, fuerte y cada vez más íntima. De su segundo libro ha dicho Vanessa Droz:

Lejos de esa liviandad tan frecuente hoy día en poemillas que parcen consejos de autoayuda, estos poemas breves y poderosos de 

Sabrina Ramos Rubén se yerguen aquí a partir de epígrafes de Gabriela Mistral, Olga Nolla y Jean Rhys, de alusiones eróticas (¡charco hondo puede ser tantas cosas!), de rica interacción entre los “cuatro elementos” y gracias al disciplinado ojo explorador de la autora, cuya trayectoria como curadora y crítica de arte viabiliza que sugerentes imágenes visuales le estructuren la imagen poética (Charco hondo, contraportada).

Como obcecado lector de poesía puertorriqueña puedo constatar que hay una producción lírica muy grande en el país. Podríamos mencionar media docena de poetas excelentes que además son gestoras culturales y estudiosas del género y de las artes en general. Mara Pastor, Yara Liceaga, Irizelma Robles, Margarita Pintado, Nicole Delgado, Zaira Pacheco, Sabrina Ramos Rubén, por mencionar algunas. Pero antes de tratar de presentar mi ejercicio de criterio prefiero que hable quien produce la obra. En ese espíritu le envié a la poeta cayeyana par de preguntas que funcionaran como punto de parti a una reflexión sobre su propio trabajo. Esto fue l que me respondió Ramos Rubén:

Mangle rojo surgió después de mucho tiempo sin escribir poesía. Por lo tanto, mi óptica de la escritura era una similar a la apertura de las compuertas de una represa. En aquel momento percibía que cada esquina de la vida cotidiana se desbordaba de belleza; hubo una correspondencia intensa entre la naturaleza y las experiencias de la maternidad y el erotismo que constituían mi diario vivir. También estaba sumergida en el mundo de las artes visuales y en mi labor como curadora. Los poemas del primer libro reflejan estas realidades, y por eso, abundan la calidez, los colores y las imágenes que provienen de la historia del arte. Además, mucho de mi pensamiento curatorial estaba vertido en la estética del poemario: mientras que lo que en la exhibición era limpieza del espacio y una selección fuerte pero depurada, en la página resultó en una aparente simplicidad y visceralidad similares a las del haikú.

Sin embargo, una vez terminé Mangle rojo a finales del 2015, las circunstancias a mi alrededor cambiaron. Escribí Charco hondo durante eventos que transformaron irremediablemente el panorama sociopolítico de la isla: la crisis de la deuda gubernamental, la imposición dictatorial de la Junta de Control Fiscal, la expulsión masiva de puertorriqueñxs de sus tierras ancestrales y la negligencia gubernamental tras el paso de María. Era inevitable que tales circunstancias transformaran mi vida de manera profunda y que también modificaran mi relación con la poesía. En consecuencia, el segundo libro es más umbrío y doloroso. Asimismo, hay una preocupación por la geografía (incluso, el título del libro es un topónimo de un charco del río Tanamá en Arecibo) y la piedra, lo cual viene de los nexos simbólicos entre la geografía con el país mismo, mientras que relaciono, la piedra a veces con la dureza de las masculinidades violentas, a veces con la estabilidad propia; aunque durante todo el poemario ambas cosas están estrechamente interconectadas. Cuando escribía el segundo libro, pasaba mucho tiempo en norte de la isla y encontré que —con el karso, un sistema de cavernas extenso y la abundancia de ríos subterráneos— era un sitio ideal para trabajar los temas que me interesaban. Aunque hay cosas comunes que atan ambos libros (la tensión entre el amor maternal y el erótico, la flora, la fauna y los cuerpos de agua), la amargura de Charco hondo se origina en un contexto distinto: junto con la pérdida personal, la crudeza del quebranto de la pérdida colectiva de la vida y del paisaje. También entran el viento y el fuego como elementos de destrucción y muerte, pero de purificación y cambio necesario. Creo que de todas esas circunstancias viene la dureza y “cólera correcta” que me mencionaste (Se refiera a un verso de Anjelamaría Dávila).

De la misma manera, aunque preservé y hasta intensifiqué la visceralidad y el uso minimalista de la palabra, el enfoque en las artes visuales , Mangle rojo se transformó en un interés por la traducción: el segundo poemario contiene muchas instancias de canibalización de letras de canciones y poemas de otrxs autorxs que traduje, alargué, condensé o modifiqué. Igual, hay una inmediatez con el paisaje que me rodeaba que es distinta a la del primer poemario. 

Sin embargo, los paralelismos entre ambas prácticas persisten. Por ejemplo, es inevitable que las descripciones del mundo natural de Charco hondo no dialoguen con la tradición del paisaje en el arte puertorriqueño. Más aún, mis intereses como curadora están a la par a aquellos como escritora, como lo son el feminismo y la naturaleza, al igual que continuan en las equivalencias en las experiencias estéticas del visitante de la exposición y la del lector.

La intención del título de esta nota era llamar la atención por el uso del término griego (perí poitikís) que no es otra cosa que un aviso: me interesa la reflexión  de la propia escritora sobre su proceso creativo. Así que, sobre la poética, sobre el proyecto de escritura, ¿quién mejor para apalabrarlo? A mí solo me resta recomendar la lectura de ambos libros. 

 

POEMAS DE SABRINA

HACE TIEMPO HE MIRADO LA SOGA, 

cómo sus vellos

raspan la espesura de la piel.

He mirado mi rostro

en las aguas que moran lo terso y profundo

del pozo

y vuelvo a preguntar

sobre aquella oscuridad que desciende por el túnel rocoso.

Un ruido desolado

retumba suave

y desciende escaso en el albor.

TUS DEDOS MANSOS

como un gamo que se acerca

y bebe en las orillas.

Uno de sus cuernos

perturba, leve,

la corriente.

EL RÍO CRECE BAJO LA TIERRA.

Traspasa la vida perpetua de las piedras,

zanja su longitud en los peñascos.

La vejez de las cavernas crece 

como nódulos duros en mis vísceras.

Las corrientes subterráneas

inundan las arrugas de agua en mi piel.

Fluye hasta lo más profundo de las fosas.

UN OCÉANO CRECE AQUÍ.

Nuestros huesos

trocados en corriente y cal.

Prefiero el amargo de la ceniza 

a un pulmón herido de agua.

Mis pies son cántaros que corren hacia la mañana.

AGUA MARRÓN CUBRE MI CUERPO.

Doblego mi oreja ante las gotas

en la negrura de las tuberías.

Entonces, una visión de mano pequeña:

pálida ante las tumbas,

pálida ante la luna sobre el mar. 

EL AGUA SE ADUEÑA DEL PISO DE LA CASA.

Su frialdad cala la piel,

causa

arrugas momentáneas.

El  olor a marisma dice

que entre la cal, el ladrillo y la arena

urge asumir murallas. 

* De Charco hondo, de Sabrina Ramos Rubén. (Alayubia, 2018)

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