“Al otro lado de la ventana”
Las hojas que caen a la tierra
impulsadas por los vientos
de tormenta tropical
esperaron tres estaciones
para ser el alimento de las hormigas.
Pronto llegará la revoada,
ese vuelo nupcial en el que participan
las hormigas con alas
cuando abandonan sus colonias en masa.
“Navidad 2019”
A nuestro árbol de Navidad familiar
había que ponerle las luces de colores
primero que todo.
Esas eran las directrices de mi madre.
Luego iban las guirnaldas y los adornos.
Al final ella esparcía
unas delgadas y brillantes lágrimas color plata
en todo el árbol, y así completaba la decoración.
Daba igual si había una estrella
o un ángel arriba del árbol.
No había ortodoxia en la iconografía celeste
que coronaría uno de tantos árboles
en nuestro barrio rural.
Esta costumbre duró durante
toda mi infancia y adolescencia.
Mis hermanos y yo salimos de casa.
Con el tiempo mi madre perdió el interés
en poner el árbol de Navidad.
Entonces, lo hacía mi padre,
quien seguía la tradición familiar
al pie de la letra.
Todo, menos colgar las lágrimas.
Muchos años después
cuando murió mi madre
fuimos sus tres hijos
quienes esparcimos todas las lágrimas de nuestros cuerpos
a lo largo y ancho de dos continentes: América y Europa.
Aún seguimos siendo fuentes inagotables.
Lo que nunca supe es si al volverse a casar nuestro padre,
pocos meses después
de la muerte de mi madre,
él seguía prescindiendo
de las lágrimas de Navidad al decorar su árbol.
Por mi parte, hace diez navidades
que no pongo uno en mi casa de ciudad.
Eso de perder el interés en encontrar
un lugar para colgar lágrimas
es herencia materna.
“Frente a la xilografía Sin título (2000) de Marta Pérez García”
Las mujeres rurales
somos más de un tercio
de la población mundial,
y el 43 porciento
de la mano de obra agrícola.
Labramos la tierra,
y plantamos las semillas
que alimentan naciones enteras.
Pero, el hombre
nos condena a la pobreza,
nos priva del mismo acceso a la tierra,
créditos, materiales agrícolas,
mercados y cadenas de productos
cultivados de alto valor.
En su lugar, nos convida
al trabajo invisible y no remunerado
llamado amor incondicional,
sacrificio de madre,
abnegación de abuela,
ejemplo de esposa.
Y, así callamos esta violencia
de vivir en peores condiciones
que los campesinos
y las mujeres urbanas.
Por eso, nuestros actos políticos
son producto del afecto.
Ayer, fui una mujer de Lares
con trenzas largas.
Enseñé a muchos hombres
a organizarse y luchar
contra los colonizadores españoles.
Pero, la historia me recuerda
porque cosí una bandera
para que un hombre diera la misa
y otros hombres declararan la República.
También fui una mujer
que criaba gallinas ponedoras
en Arecibo, Puerto Rico.
Mis hijos
se alimentaron de sus huevos
de un amarillo feroz
como el hambre.
Y con la mantequilla y la leche
de las vacas que ordeñé
todos fueron a la universidad.
Algunos dejaron la isla
para abrirse una esperanza
de otro color
el de la migración.
Su producción intelectual
es materia de estudio
en varios países.
Nadie habla de mí.
Hoy soy una de las patronas de Veracruz.
Cocino para cientos de migrantes
centroamericanos que viajan
encima de un tren
hacia los Estados Unidos.
Almaceno la comida,
la reviso, la preparo y la sirvo.
Espero a la orilla de las vías.
Cargo bolsas de comida caliente
y agua fresca
porque algunos no han comido
desde hace más de una semana.
Corro para estar lista
para el paso de La Bestia.
Y les lanzo los alimentos.
Con esta obra de afecto
desde mi cuerpo agreste
y mis manos rurales
no solucionaré el mundo.
Solucionaré la vida.
Y eso es algo.
Porque querer a la gente no cuesta,
son hermanos de la humanidad.
Graciasmadregracias,
quédioslabendiga
me gritan hondureños, salvadoreños,
guatemaltecos, y nicaragüenses,
desde La Bestia en movimiento.
Me toco el pecho desde lejos.
Este amor me pinta el vientre
de colores alucinantes.
Mira mis espigas
de un barroco antillano,
naturaleza salvaje.
Mi piel queda al relieve
tras la plancha perdida
de la versificación
que irrumpe con violencia
esta madera de donde brotan
ojos, bocas, lenguas, torsos,
animalia, destrozo
creador de la vida.
Fíjate bien,
hombre,
ahora mismo
todos los animales
se alargan como el trigo
en saludo glorioso
a las mujeres rurales
como esperanza de futuro
y entre todos ellos
hay un espacio para ti.
“Poema de luna llena”
a las niñas rurales puertorriqueñas
Una vez una niña me contó una fábula.
Me decía que la nevera
llevaba más de cuatro meses
sin usarse porque la electricidad
se había ido con el último huracán.
Con su dedo índice señalaba
las sombras de la noche.
Decía que eran los dibujos de la luna.
*Cindy Jiménez-Vera (San Sebastián del Pepino, 1978). Es autora de los libros de poemas I’ll Trade You This Island / Te cambio esta isla (2018), No lugar (2017), Islandia (2015), 400 nuevos soles (2013) y Tegucigalpa (2012), del libro de crónicas de viaje a El Salvador En San Sebastián, su pueblo y el mío: un proyecto de país desde la poesía (2015), y del libro de poesía infantil El gran cheeseburger y otros poemas con dientes (2015). Poemas suyos se han traducido al inglés, italiano, y portugués. Ha colaborado con ensayos, artículos y crónicas en la revista La ventana de Casa de las Américas de Cuba, Global de República Dominicana, Cruce de Puerto Rico, entre otras. En el 2012 fundó y desde entonces dirige Ediciones Aguadulce, una pequeña editorial independiente dedicada a difundir la literatura puertorriqueña, caribeña, latinoamericana y otras latitudes. Es bibliotecaria desde hace 19 años.