Poemas de Laura Wittner

 

Hilo delgado

El momento de las buenas intenciones:

Recién bañado, peinado, con ropa limpia,

el momento en que se compra la pólvora

con forma de cono y de avioncito

y se repite a conciencia “hoy es 24”.

El que se va por la ventana:

Se reparte la comida dorada y la música resuena.

Se come y se baila al mismo tiempo.

En el patio encienden estrellitas.

Uno está yéndose por la ventana:

medio culón, se atasca,

y hay un momento en que visto de atrás

es un gran culo superpuesto a una cabeza.

Delfín de aire:

El momento en que se quiere escribir,

sacar fotos, ir al cine, ir de excursión,

comprar uno de esos globos con forma de delfín.

Primaria:

El momento en que en el aula con olor a plastilina

Dina y Marta enseñaban a escribir.

Ni que hablar de buenas intenciones:

el pelo lacio peinado de mañana,

arrasado de nudos por la tarde.

 

La pantalla

 Como flechas en dirección opuesta

cruzaremos el aire. Pero eso

no significa nada.

Vamos y venimos, y vamos,

y venimos. Un día es negro,

sólo quiero alquilar una película

y volver a la nevada geografía nórdica

sentada en almohadones.

Otro día es tan ardiente

que hasta viven escarabajitos

entre las flores artificiales.

Descripción de una lámpara redonda, china

de papel con fondo celeste

que es un globo terráqueo.

Bolivia mantuvo el color del fondo

por ser país mediterráneo.

Así con ironía trabaja

el fabricante. Un territorio sin agua

a la vista, ahora

podría ser un lago.

Hay líneas meridianas, cada cuatro

la línea gruesa del papel

empastado, y en una coincidencia genial

los paralelos son los aros de alambre que

aseguran la tensión de la lámpara abierta.

Llorar en verano: con calor y con tiempo.

Sin fragmento. El verano es ancho

y largo. Por suerte

hace mucho que no pasa.

Uno va y reacciona igual que todos.

Por ejemplo en el subte: pero bueno.

Todas las ideas que se me ocurren

no sólo se le ocurrieron a alguien antes:

también fueron llevadas al cine.

El riesgo de vivir

en la misma casa mucho tiempo

es que ya pasó el verano en que

al volver en mitad de la noche

se sorprendía en el comedor a una

colonia de insectos, liderada

por una gigantesca langosta

que bajo la luz del velador

se daba la cabeza

contra la pared

una vez y otra, repelente y lenta,

enarbolando el poste

de la desazón y el movimiento.

Se dice de los insectos que son duros

y opacos, se dice: “en los caminos del bosque

hay mariposas que flotan a

siete metros de altura”. Pero yo y una chica

que había salido vestida en camisón

vimos que todas esas especies juntas

formaban un vapor, y a la langosta

la tuvimos que sacar a escobazos.

Descripción de un cuarto cuadrado

cuyas paredes ya fueron pintadas

cuatro veces porque con el tiempo,

se sabe, se agrisan. Se sabe que

se agrisan, con el tiempo.

Vos por ejemplo:

dejaste la mirada

en un punto incierto

entre la tele y yo. Allí no hay lo que hay

aquí. Aquí no hay lo que hay allí.

La tele era la intersección.

¿Cuántas veces en la vida

se puede estar en un planetario?

Y sin embargo la sensación planetario

te acompaña para siempre.

La tensión mínima necesaria

para la música de las esferas,

los cúmulos, los cirros, la danza

de las constelaciones, la droga ligera,

el primer amor, el chico arrodillado

junto a la butaca, siseándote al oído.

Se puede hacer

una de estas listas

durante la noche, mientras

hora tras hora se agitan en el patio

hojas de las plantas silvestres, del laurel

y las agujas del pino brasilero, en la calle vibra el polen

de los plátanos, el aire va bajando, se apoya,

se prepara para la

primera luz, y con la última palabra de la lista

comienza un día de lluvia, uno duerme,

o hace listas.

La autora nació en 1967 y vive en Buenos Aires. Es licenciada en Letras por UBA. Publicó El pasillo del tren y Los Cosacos (Ediciones del Diego). Ha obtenido el segundo premio en el Concurso Hispanoamericano de Poesía organizado por la revista Vox y Diario de Poesía.

 

 

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