Juan Antonio Corretjer Montes nació en Ciales, Puerto Rico, en 1908. Gran ensayista, periodista y poeta esencial. Con Alabanza en la torre de Ciales ya tendríamos que agradecerle.
Pero añade desde Ulises a Yerba Bruja, poema tras poema, un modo minucioso y lírico de historiar a Puerto Rico.
Vivió para la independencia y por la poesía, como si ambas cosas no pudieran separarse. Él mismo lo resumió:
Para este oficio de amor, nací poeta.
Para mostrar, a la luz del cielo amado,
cuando la maldición mancha la tierra
y el crímen va por montes desatado,
Icómo llama a mi pecho la poesía y
yo canto y pólvora contesto.
El canto pongo a repicar la ira,
pólvora en cada sílaba del verso.
—Juan Antonio Corretjer
POR SEGUIR LA ESTRELLA
AHORA ME DESPIDO,
CON MUCHA TRISTEZA;
¡DIOS TE SALVE, LIRIO!
Me lo dejé todo
en la lejanía.
Hasta a la poesía
le di con el codo,
viviéndola a modo
de trueno o centella.
La mañana bella
me encontró despierto
y hasta hubiera muerto
¡POR SEGUIR LA ESTRELLA!
En el horizonte
otra vez asoma.
Me voy a la loma.
Me vuelvo a mi monte.
Pues soy el sinsonte
que siempre yo he sido.
Canto al estallido
de un tiro en la palma.
Lo llevo en el alma…
Y AHORA ME DESPIDO.
La flor del destino
la llevo en la oreja
y es flor que no deja
torcer el camino.
Yo soy peregrino
por roca y maleza.
De una sola pieza
me hicieron de ausubo.
La cuchilla subo
CON MUCHA TRISTEZA.
¿Qué será en el mundo
lo que va a pasar?
¿Qué me hace la mar
si en ella me hundo?
Siento en lo más profundo,
como ardiente cirio,
ajeno martirio.
La pluma quemaba
y el libro se acaba.
¡DIOS TE SALVE, LIRIO!
ASÓMATE A ESA VERGÜENZA
CARA DE POCA VENTANA,
Y DAME UN JARRO DE SED
QUE ME ESTOY MURIENDO DE AGUA.
De tu casa en el solar
hay de vergüenza una mata,
y ya, del sol escarlata
estoy, de tanto rondar.
El día ha vuelto a fugar.
Los saúcos de tu trenza
ya la luna los destrenza
sobre mi mayo florido.
¡Vuela, corazón sin nido,
ASÓMATE A ESA VERGÜENZA!
Bien lo sé. Tu ánima es fría
y la noche te acobarda.
Mas yo soy un’ espingarda
que al amor te desafía.
Eres pura en demasía.
Tienes vocación de hermana
del Coro de Santa Ana.
Pero, ¡vaya! ¡eres tan linda!,
¡grosella boca de guinda!,
¡CARA DE POCA VENTANA!
Tanto apuraste el recato
que te me he puesto mohoso,
y me veo tan borroso
que más parezco un retrato.
¡Huy! ¡Lo que es amor de gato
que no alcanza la pared!
Hazme, chica, una merced
que me traiga al cuerpo el alma:
¡vuélvete coco en la palma
Y DAME UN JARRO DE SED!
¡Diantre! Invéntate alguna
manera de brujería,
hecha con la menta del día
y yerbaluisa de luna.
Añade nieve de tuna
a una menguante de jagua.
Échala todo en la fragua
de San Telmo trotifoco,
¡y vuelve, vuélveme loco,
QUE ME ESTOY MURIENDO DE AGUA!
BORICUA EN LA LUNA
Desde las ondas del mar
que son besos a su orilla,
una mujer de Aguadilla
vino a New York a cantar
pero no sólo a llorar
un largo llanto y morir.
De ese llanto yo nací
como en la lluvia una fiera.
Y vivo en la larga espera
de cobrar lo que perdí.
Por un cielo que se hacia
más feo que mas más volaba
a Nueva York se acercaba
un peón de Las Marías.
Con la esperanza, decía,
de un largo día volver.
Pero antes me hizo nacer
y de tanto trabajar
se quedó sin regresar:
reventó en un taller.
De una lágrima soy hijo
y soy hijo del sudor
y fue mi abuelo el amor
único en mi regocijo
del recuerdo siempre fijo
en aquel cristal de llanto
como quimera en el canto
de un Puerto Rico de ensueño
y yo soy puertorriqueño,
sin ná, pero sin quebranto.
Y el echón que me desmienta
que se ande muy derecho
no sea en lo más estrecho
de un zaguán pague la afrenta.
Pues según alguien me cuenta:
dicen que la luna es una
sea del mar o sea montuna.
Y así le grito al villano:
yo sería borincano
aunque naciera en la luna.
Yerba bruja
Caminando por el monte
ví acercándose una estrella.
Yerba bruja me ató al pie.
Sentí pesada la lengua.
Debajo de los anones
un arco lanzó su flecha
que era rastro luminoso
de cucubano o luciérnaga.
Seguí andando, seguí andando
sin saber rumbo ni senda.
A un clamor de seboruco
llegué al fin.
Froté la muesca
y aspiré el humo sagrado
que hace la boca profeta.
¡Bateyes del Otuao
para la danza guerrera!
Tú gritaste, ¡Manicato!
Y yo, encima de la puerta,
cuando la noche acababa
colgué mi collar de piedra.
Guanín
Porque me pusiste al pecho
este guanín relumbrante,
he de andar, el hacha en mano,
y la muerte por delante.
Mano que unciste a mi cuello
el guanín del batallar:
con mi cemí, con mi flecha,
¡conmigo te enterrarán!