Pueblo Colonizado, pueblo domesticado…

En su afamado y controversial libro La Genealogía de la Moral: Un Escrito Polémico (1887), Friedrich Nietzsche comienza su escrito con el siguiente planteamiento: “No nos conocemos a nosotros mismos, nosotros los conocedores. Pero esto tiene su razón de ser. Si nunca nos hemos buscado, ¿cómo íbamos a poder encontrarnos algún día? Con razón se ha dicho: ‘donde está vuestro tesoro, allí está también vuestro corazón’; nuestro tesoro está donde se hayan las colmenas de nuestro conocimiento.” El pensamiento de Nietzsche nos puede ayudar, como Pueblo, a reflexionar sobre los acontecimientos que durante los pasados meses abruman el presente y el futuro de nuestra realidad social y económica. La imposición de la Junta de Control Fiscal (JCF) y de la ley del Congreso imperial PROMESA constituyen la afrenta colonial más dramática desde la invasión norteamericana a Puerto Rico en 1898. Esa junta espuria junto a las funciones ejecutivas de agencias federales como FEMA, Cuerpo de Ingenieros y HUD pretenden determinar, casi unilateralmente, nuestro presente y futuro como Pueblo, en esta coyuntura tan dramática como la producida por la devastación física, emocional y moral de los huracanes Irma y María así como de la crisis económica y fiscal de nuestro País. Los americanos tienen el dinero y reclaman la autoridad legal para imponernos casi unilateralmente, su proyecto de reestructuración social y económica de este Pueblo. Y nos tratan como animales domesticados de un circo. Y muchos de nuestros dirigentes políticos y ejecutivos, así se comportan ante el amo. Así parece ser el coloniaje.

Durante las próximas semanas la JCF determinará, unilateralmente, el destino del sistema universitario público, determinará el destino de los sistemas de Retiro que sostienen materialmente a cientos de miles de puertorriqueños, determinará la estructura de todo el sistema gubernamental, incluyendo las corporaciones públicas (AAA, AEE, Carreteras, y otras), y entre otras medidas, determinará la estructura y funcionamiento del sistema de educación de nuestros niños. Desde la perspectiva de la JCF, nada o poco podemos hacer los colonizados que no sea hablar o hacer reclamos inocuos. La posibilidad de la resistencia y del enfrentamiento directo de no colaboración, de no actuación a esas imposiciones, aún no se concreta aunque parece ser que se está gestando en nuestro inconsciente colectivo.

La incertidumbre y angustia que abruma a la mayor parte de nuestro Pueblo ante los gravámenes adicionales que se avecinan a nuestras vidas, la vi reflejada en una impresionante foto de don Héctor Mercado Malavé, tomada por Ramón Tonito Zayas, frente a su dilapidada casa en un apartado sector de la Indiera Baja en Maricao. La foto de don Héctor enmarcaba una de las cuatro historias que reseñaba el periódico El Nuevo Día a finales del pasado mes de marzo bajo el título Huracán María, 6 Historias, 6 meses después. Don Héctor es un humilde trabajador de 74 años que sobrevive con parte de una pensión del seguro social de $180.00 mensuales y cuidando una finca, que no le pertenece y, que según la historia contada en el artículo, esporádicamente el propietario le suple algunos dólares por su servicio (“a veces le dan par de pesos” por cuidar). La frágil estructura de don Héctor que constituía su residencia fue destruida por el huracán María y hoy sobrevive en condiciones infrahumanas resguardado por un toldo plástico, cobijado por planchas de cinc que débilmente forman paredes y durmiendo en un duro colchón. La angustia que muestra el rostro de don Héctor, y aparentemente su resignación a aceptar su realidad apremiante, sin cuestionamiento, sin aspiraciones mayores que no sea sobrevivir los años que le queden por delante, representan la realidad de cientos de miles de compatriotas. Como don Héctor, una gran parte de nuestro país está extremadamente vulnerable a sufrir daños y penurias ante un posible nuevo huracán, así como también a una profundización de la crisis económica y social prevalente, y ya casi endémica, de nuestra sociedad. Este es el estado colonial que administra el poder imperial norteamericano en El Caribe. Nos controlan como Pueblo como si fuéramos animales de un circo. Para eso nos han ‘domesticado’ y en esa dirección de control se mueve la Junta de Control Fiscal y la elite criolla que implanta sus decisiones y determinaciones.

Sumido en la reflexión de estas circunstancias recordé el viejo cuento que se hace sobre porqué un elefante adulto que trabaja en un circo no se libera a pesar de que su extraordinaria fuerza le permitiría zafarse de la cadena atada a una de sus patas y fijada a una pequeña estaca de madera enterrada a poca profundidad en el suelo. En ese cuento un niño le pregunta a su padre porqué el elefante no se libera de la relativa débil amarra que lo controla después de haberlo visto cargar con su trompa objetos muy pesados, después de haber visto su destreza para controlar y levantar dichos objetos y sabiendo, según le han contado en la escuela que, el elefante, además de ser el animal terrestre más grande, posee una inteligencia y capacidad de memoria superior a la inmensa mayoría de las especies. Es decir, es grande y pesado, muy fuerte y diestro con sus extremidades, muy inteligente y con una memoria notable. Y también observó el niño en el circo que todos los demás animales que se exhibían en los diferentes actos circenses los guardaban dentro de jaulas contenidas por barrotes o alambre eslabonado. El elefante, no obstante, lo controlan con una simple cadena atada a una de sus patas que a su vez está amarrada a una estaca clavada al suelo. En este cuento la interrogante del niño se explica por el adulto argumentando que cuando el elefante es muy pequeño, en el proceso de domesticación lo someten al mismo procedimiento del adulto atándolo de una de sus patas con una cadena que se fija con una estaca en el suelo. El pequeño elefante no tiene la fuerza suficiente para liberarse de la cadena y cualquier iniciativa para así hacerlo es suprimida violentamente por el domador. También se le dice al niño que los elefantes en la vida silvestre son gregarios y durante los primeros años de vida están muy cerca de su madre que los protege y les enseña cómo desenvolverse en la vida. Los elefantitos del circo, sin embargo, son desarraigados de sus madres a tierna edad y quedan a merced de su domador que los controla. Y como tienen tan buena memoria, la impresión que le producen estas primeras experiencias de vida, de desarraigo, de restricción de la libertad, de control de su existencia por un domador, es la imagen que siempre van a guardar y van a recordar en su vida de adulto. Por eso, cuando llegan a esa etapa de desarrollo en su vida, aún con su gran fuera y peso (de 5 -7 tonelada) el elefante del circo asume que todavía es un elefante pequeño incapaz de optar por su liberación, incapaz de optar por actuar como un adulto libre y ejercer sus prerrogativas dictadas por su naturaleza de animal silvestre. El elefante domesticado del circo es como un ser humano o como un Pueblo colonizado. Se siente subordinado, sometido a los intereses, caprichos y decisiones de su amo domesticador.

Parece ser que la metáfora del cuento del elefante domesticado del circo podría explicar nuestra realidad colonial. Si tomáramos conciencia de nuestra capacidad y posibilidad para optar por un futuro distinto, por una realidad de bienestar superior sin el yugo del coloniaje, podríamos hacerlo sin mayor dificultad. Tal como aconsejaba Nietzsche, tenemos que conocernos a nosotros mismos y esforzarnos por buscar ese conocimiento; la libertad es nuestro “tesoro”, y este tesoro no debe estar en manos ni bajo el control de una Junta Imperial de Control Fiscal ni de una elite financiera, extranjera y criolla que controla nuestras vidas y nuestro destino. Cabe recordar las enseñanzas de Gandhi: “No hay camino hacia la libertad… la libertad es el camino”. No sigamos como elefantes domesticados de un circo. Sacudámonos de este yugo y emprendamos esa marcha indispensable hacia la liberad.

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