¿Racismo, terrorismo?

La inmensa mayoría de las personas que han comentado sobre el terrorismo supremacista blanco del pasado fin de semana en Charlottesville sabe, perfectamente, que el racismo no es un asunto que nace con el estridente Milliorange de Casa Blanca. Parte de su base popular está compuesta, de hecho, por fascistas de ideología racista (porque no hay fascistas multiculturales) que son producto del discurso dominante sobre el que se funda esa nación. Acéptenlo de una vez: los esclavistas ganaron la guerra. La enmienda 13 de la Constitución garantizaba el triunfo de esa ideología. La longaniza legal de Jim Crow que justifica la segregación duró casi un siglo, hasta mediados de los gloriosos años ‘60. Sólo la resistencia, las organizaciones de derechos civiles y de respuesta agresiva, permitieron una serie de interpretaciones legales más laxas. Sin embargo, el odio racial y las codificaciones de la realidad hechas con y por intereses particulares con el propósito de subordinar la conciencia a las ideas fundacionales siempre ha estado ahí.

Entonces, ¿qué es el fenómeno Trump? ¿Es algo nuevo? No. Es el núcleo siniestro de esa nación mostrándose sin vergüenza ni culpa, apoyado por un presidente que utilizó ese discurso de manera clara y contundente en su campaña. Nada nuevo, sólo el resurgir de manera pública y diaria, de lo que por apenas tres o cuatro décadas se callaba o se analizaba como hechos aislados. Trump no inventa el racismo, lo exacerba, lo envalentona, lo hace, sin hipocresía, el discurso de la Presidencia.

Cuando a Dylan Roof, un asesino en masa, blanco, lo llevan a comerse algo al Burger King porque está hambriento ¿qué tenemos? Roof entró hace poco más de dos años a la Iglesia Metodista Africana Emanuel y asesinó a nueve personas negras. En sus propias palabras,quería desatar una guerra racial. Lo llevaron a cenar comida basura con chaleco a prueba de balas, por si acaso. Ahí usted tiene sólo una muestra de una sociedad cimentada sobre el racismo. Cuando una contra protesta organizada para responder a una aglomeración de protonazis es atacada por un terrorista de derecha utilizando un automóvil como arma letal y el presidente y los medios hablan de irse a casa y que los dos bandos dejen de usar la violencia…pues eso. Nada más que discutir. Cuando pichones caricaturescos, imitadores de la necedad, como Marcos Rubio o Jennifer González condenan el ataque, el presidente de Estados Unidos permanece ambiguo en su rechazo al terrorismo que, a fin de cuentas, inspira. David Duke se lo recuerda, ellos (los racistas radicales) son parte de su base de apoyo.

Lo sabemos. Trump es un fósforo lanzado a una hoguera. Lo diferente es que los que la mantienen ardiendo, ahora administran el país de manera clara y precisa, incapaces de articular una condena al terrorismo supremacista blanco porque son el combustible que les permite alimentar el fuego.

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