Por Rita Zengotita/Especial para CLARIDAD
“Todos nuestros personajes nos apuntalan, nos mueven, nos mantienen vivos, nos quitan el terror a la muerte. No puede ser tan terrible ni tan fatal lo que ya les ha sucedido a quienes tanto recordamos. Tal vez no desapareceremos de repente, algunas de nuestras manías serán cómplices de otros, alguien oirá nuestra voz como un noble acertijo en mitad de un dolor. La vida no se cerrará sobre nosotros, mientras haya quien nos evoque de vez en cuando”.
—Ángeles Mastreta, Yo misma, antología
Estos son días de celebrar, honrar y dar gracias a este pitirre boricua y de la América irredenta, nuestro Rafael Cancel Miranda, que junto a un comando armado, compuesto por la heroína Lolita Lebrón y los héroes Irvin Flores y Andrés Figueroa Cordero, aquel glorioso primero de marzo de 1954 encumbraron nuestra nación con una acción nunca antes vista, al atacar al Imperio en su propio centro de poder – el Congreso de los Estados Unidos- y denunciar a nivel mundial la opresión colonial ejercida por el gobierno de ese país en nuestra isla.
Esta acción a su vez atrajo la atención hacia la Décima Conferencia Interamericana de Caracas, que para esos mismos días organizaba Estados Unidos y sus aliados en la región con el propósito de articular la política intervencionista de ese país hacia el Caribe y Latinoamérica y con el objetivo de afianzar su poder a nivel mundial frente a potencias emergentes como la Unión Soviética. En esa Conferencia Interamericana se discutieron asuntos de economía y de solidaridad hemisférica anticolonialista, y dentro de ese contexto Puerto Rico jugó un papel determinante al ser presentado bajo el ropaje del estado libre asociado como modelo de progreso y libertad. El año anterior a la toma del Congreso, los Estados Unidos, mediante artimañas y manipulaciones, había logrado que la Organización de Naciones Unidas (ONU) sacara a Puerto Rico de la lista de países que eran colonias (Resolución 748 de la ONU), de manera que la acción de nuestros patriotas se convirtió en el toque de trompeta que puso los ojos del mundo no solamente sobre nuestro país, sino también en la política de ave de rapiña de Estados Unidos en contra de los pueblos de la región y en su lucha por acaparar los espacios de poder imperialistas a nivel mundial. Pienso que, como puertorriqueños y puertorriqueñas, todavía no hemos aquilatado totalmente el verdadero significado de la acción del 1954 dentro del marco del momento histórico en que se gestó y se llevó a cabo. Esto es algo entendible en la medida en que nuestro sistema educativo, por razones ideológicas, ha invisibilizado y omitido las acciones de resistencia anticolonialista de nuestros luchadores por la libertad patria y la justicia.
Lolita, Irvin, Andrés y Rafael fueron sentenciados a cumplir largas condenas de cárcel bajo crueles condiciones de vida, que incluyeron aislamiento, vejámenes y torturas infringidas con el objetivo de violentar su dignidad y solidez revolucionaria. Su sacrificio hizo de la lucha anticolonialista de nuestro país un pasaje digno de nuestra historia y un referente para la siguiente generación, que se abrazó al quehacer revolucionario con la misma pasión, compromiso y astucia que caracterizaron a los nacionalistas.
A Rafael le impusieron 75 años de prisión; en un segundo juicio, en el que fue acusado de conspirar para derrocar el gobierno de los Estados Unidos, le impusieron 6 años adicionales; y por desacato al Tribunal tres años más: 88 años en total. Transcurrieron 61 años de la acción y 36 de haber sido excarcelados, para que estos combatientes nacionalistas fueran reivindicados. En julio de 2015, el Tribunal Supremo de Estados Unidos, en Pueblo v. Sánchez, afirmó nuestra condición colonial: Puerto Rico es un territorio no incorporado sin soberanía propia, dentro de la jurisdicción del gobierno de Estados Unidos. Rafael fue el único de los combatientes del 1954 que vivió el momento en que se reivindicó su acto de lucha anticolonial.
Nuestro amado compañero, amigo y hermano Rafael Cancel Miranda vivió de cara al sol hasta su último hálito de vida. Sereno, impresionantemente lúcido, enfrentó la muerte con la misma bravura, estoicismo, jocosidad y ternura que le caracterizaron. Esos grandes sentimientos de amor que siempre lo guiaron fueron su sello distintivo. Rafael se creció ante la adversidad, como ese Gigante Dormido que desde muy joven cautivó mi mirada cuando de Sur a Norte atravesábamos esa cordillera que parte en dos la Isla. No les hablo de esa figura lejana, nombrada héroe, que a veces asociamos con grandes hazañas y que nos parecen personas inasequibles de alcanzar, por lo perfectos. Les hablo del hombre común y corriente detrás del revolucionario, ese, que, dicho sea de paso, tenía sus propias heroínas: esas mujeres invisibilizadas por la sociedad, las que lavan y planchan, cuidan niños y niñas y madrugan para tirarse a la calle en la búsqueda del pan, esas cuyas vidas transcurren en la fábrica y que, como su madre pescadora, pierden sus vidas en pleno parto, quedando sus hijos al cuidado de quienes no tienen la capacidad de sentirlos como suyos.
Rafael sufrió en silencio dolores inimaginables pero nunca perdió su sensibilidad. Profesaba un alto sentido de familia e impartía un valor excepcional a la amistad. Nos hacía sentir a todos y todas, como únicos y únicas, pues su corazón era tan grande que tenía cabida para el que estaba y el que llegara. El pueblo lo amaba, pues era sencillo y humilde y se dejaba querer. La gente se acercaba, y él las atendía como si estuviera compartiendo en la sala de su casa. A su lado: su amada María de los Ángeles, a través de cuyos ojos identificaba los suyos y se conectaba con el mundo. A pesar de todo ese amor, la vanidad nunca fue su compañera. Nunca buscó reconocimiento alguno; por el contrario, nos abría espacios a otras y a otros, en especial a esa juventud que hacía que a sus esperanzas le nacieran alas. Poseía además la gran virtud de saber escuchar con atención y opinaba abriendo caminos del saber, para considerar alternativas sabias que emanaban de su duro caminar en la vida. Supe regocijarme de aquellas conversaciones donde María de los Ángeles y él compartían puntos de vista diferentes. La conversación fluía con respeto a las ideas de cada cual. Creo que es una de las cosas que más atesoro.
Rafael conservó toda una formación nacionalista de disciplina, discreción, integridad, solidaridad y lealtad. Dentro de ese marco político, los niveles de confianza con la gente podían variar. Era de personalidad abierta y sincera. Si bien jamás calló verdad alguna, supo separar lo personal de lo político. Por eso, pudo relacionarse con tantas personas de ideologías diferentes aunque no siempre validara la estructura organizativa a la que pertenecían, pues decía que el verdadero enemigo de los puertorriqueños no eran los puertorriqueños.
Este peregrino de la independencia patria y de las naciones víctimas del imperialismo yanqui, el 16 de febrero, postrado ya en cama, me dijo: “ Rita, en mal momento me ha tocado esto. La verdad es revolucionaria”. Le pregunté,” ¿ A qué te refieres Rafaelito?”, y me dijo: “Nuestro país vive una profunda crisis y a nuestra gente se le mantiene engañada. Se le dice que solo dependiendo de Estados Unidos podemos sobrevivir, Que somos un país pobre y sin recursos. Son posiciones a favor de Estados Unidos y en contra de los puertorriqueños, posiciones esbozadas por puertorriqueños. Es el puertorriqueño en contra el puertorriqueño. Sé que hay puertorriqueños consciente de nuestra realidad, que luchan para cambiar la misma- de eso estoy convencido, no me cabe la menor duda, pero necesitamos que donde quiera que nos paremos, en cada rincón de la isla, le digamos al pueblo la verdad, hablemos con la verdad”. Continuó diciendo, con un dejo de tristeza: “Convertí mis libros en un medio de dar a conocer la verdad. Con mi último libro quería seguir educando sobre nuestra situación y sobre cómo engañan al pueblo todos los días. Escucho los programas de análisis, y siguen haciendo creer al pueblo que no podemos valernos por nosotros mismos, que tenemos que seguir dependiendo de Estados Unidos. Nunca pensé que iba a durar tanto. Pensé que solo llegaría a los cuarenta, pero sin embargo, ya estoy pronto a cumplir los noventa años. Solamente eso me preocupa, porque por lo demás estoy preparado. A mi pueblo le digo que mantenga su dignidad, que no se deje humillar”.
Cuando su hijo, Rafaelito, que se mantuvo en todo momento a su lado, le preguntó en una de esas tantas conversaciones durante su enfermedad, qué dirías a tu pueblo- le contestó: “Que no se rinda”.
Rafaelito, -como te solíamos llamar-, nos duele que tu fuerte voz en reclamo de libertad y justicia ya no nos acompañe, y que hayas partido cargando el dolor de ver a tu país maniatado con el consentimiento de nuestra propia gente. Pero tu ejemplo, y el de todas esas mujeres y hombres que dieron su vida y hacienda por la libertad patria, vive en el corazón de los que día a día trabajan por otro Puerto Rico, pues hemos sido marcados con el símbolo de la justicia y la libertad. Tu ejemplo está vivo en el trabajo comunitario, en las aulas, en las fábricas, en los jóvenes que se tiran a la calle a reclamar, en los viejos y las viejas que no nos quitamos, en todas las luchas progresistas de nuestro país – en fin, en todos los que, como tú, sabemos que no podemos entregar nuestra dignidad ni perder las esperanzas, que no nos rendiremos, que la verdad prevalecerá, que el pueblo salvará al pueblo.
Gracias, hermano, por ser fuente de conocimiento y ejemplo de entrega perseverancia y verticalidad. Pero más que nada, por el ser humano exquisito con quien pudimos compartir. Gracias por la familia que nos dejas.
Hasta siempre, Rafaelito