Rafael Hernández Colón y Juan Mari Brás: El horizonte vivo del diálogo entre el autonomismo y el independentismo

Por Carlos Rivera Lugo

Especial para CLARIDAD

El fallecimiento en estos días del exgobernador y líder autonomista Rafael Hernández Colón me ha provocado toda una tormenta de recuerdos e ideas, sobre todo en relación a una serie de eventos que fueron marcando, a partir de finales de la década de los setentas del siglo pasado, la potenciación de una nueva posibilidad histórica para el diálogo y acercamiento entre autonomistas e independentistas para la descolonización plena de Puerto Rico y la derrota de la ofensiva anexionista que se fue articulando a partir de ese momento. 

Vivimos en un país donde se nos ha pretendido matar nuestra memoria histórica y reducirnos a una existencia sin otro sentido que el retorno cotidiano de lo mismo. Sin embargo, quien desconoce la historia, está condenado no sólo a seguir preso de su repetición fatal sino que a ignorar la fuerza potencial de cambio que encierran ciertos acontecimientos. 

El primer mandato de Rafael Hernández Colón como gobernador de Puerto Rico (1973-1976) culminó con su derrota electoral en noviembre de 1976 a manos del anexionista Carlos Romero Barceló. La combatividad del movimiento obrero de aquel entonces, del que el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP) era parte importante, fue uno de los factores que contribuyó a su caída. Su prepotente respuesta a una huelga de los trabajadores de la UTIER y el Cuerpo de Bomberos, movilizando la Guardia Nacional de Puerto Rico en su contra, fue uno de sus grandes errores que finalmente le pasó factura. 

Por otro lado, a finales de 1976 recibe otra gran derrota: el entonces presidente estadounidense Gerald Ford descarta su largamente trabajado Nuevo Pacto de Unión Permanente, que contenía una serie de reformas mínimas al “estado libre asociado”. El mandatario estadounidense lo sustituye unilateral y arbitrariamente con un proyecto de anexión de Puerto Rico a Estados Unidos. 

Parecía ponerse fin a la ilusión de los autonomistas de que podría concretarse el compromiso hecho por Washington en 1953 ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para dar paso a cualquier solicitud del pueblo de Puerto Rico a favor de un grado de mayor autonomía e, incluso, la independencia completa. La acción de Ford se inscribió en lo que el PSP había denunciado como una ofensiva anexionista en el que parecían coincidir tanto el nuevo gobierno colonial, bajo Romero, y algunos intereses vinculados a la nueva administración en Washington, encabezada por James Carter.

En el verano de 1978, Hernández Colón renuncia a la presidencia del Partido Popular Democrático (PPD) y se desconoce por un tiempo su paradero. Se decía que estuvo en Caracas reunido con el entonces vicepresidente de Estados Unidos, Walter Mondale, tratando el tema de la descolonización de Puerto Rico. A su regreso a Puerto Rico, pronunció el 25 de julio de 1978 un mensaje en un acto conmemorativo del establecimiento del “estado libre asociado”. En éste afirma que el “ela” tiene que desarrollar sus poderes políticos “hacia una nueva dimensión de la soberanía” o, de lo contrario, será destruido por fuerzas internas y externas que se mueven en su contra.

El Encuentro de Aguas Buenas

Al día siguiente, Marco Antonio Rigau, un allegado al exgobernador quien había sido Director de la Oficina del Gobierno de Puerto Rico en EEUU bajo su administración, le hace llegar una invitación de Hernández Colón al líder Socialista Juan Mari Brás para que considere explorar la posibilidad de trabajar juntos en torno a una nueva resolución para la próxima consideración del caso colonial de Puerto Rico, en septiembre de ese año, ante el Comité de Descolonización de la ONU. De inicio, desea que Mari Brás les facilite una reunión directamente con el gobierno de Cuba para discutir los pormenores de la resolución, siendo que ésta dependería mayormente del auspicio protagonista de La Habana. Sin embargo, el compañero Mari Brás le expresa que lo preferible sería que ambos se reúnan y si lo que se acuerde cuenta con el apoyo del movimiento independentista, se podía tener la confianza de que gozaría también con el endoso cubano. Hernández Colón acepta y Mari Brás me designa para que trabaje, junto a Rigau, en un primer borrador de Resolución que sirva de base a un primer encuentro suyo con el líder autonomista.

Había conocido a Rigau con motivo de un viaje que éste realizó poco tiempo antes a La Habana como parte de un grupo turístico. Yo me desempeñaba en ese momento como Delegado del PSP y jefe de su Misión Permanente en Cuba. Ya para entonces me constaba que el gobierno cubano favorecía que el movimiento independentista puertorriqueño forjara algún tipo de alianza política descolonizadora con el movimiento autonomista, para así articular una fuerza con mayor capacidad política y poder de convocatoria para enfrentar la ofensiva anexionista. La revolución es el arte de sumar fuerzas, había sentenciado en una ocasión su líder histórico Fidel Castro. 

Fue así que luego de un par de reuniones entre Rigau y yo, y el visto bueno dado al borrador inicial tanto por Hernández Colón y Mari Brás, se procedió a coordinar la reunión entre ambos. Ésta se realizó el domingo 6 de agosto en Aguas Buenas con la presencia de Hernández Colón, Mari Brás, Rigau y yo. Tanto a Hernández Colón como a Rigau no les pasó desapercibido la sede de Aguas Buenas, vinculada a una importante declaración autonomista, de 1970, a favor de la convocatoria de una asamblea constituyente que trabajara a favor de “una autonomía en libre asociación con los Estados Unidos”. Pensaban que la reunión respondía al mismo espíritu de aquel Pronunciamiento de Aguas Buenas.

Fue todo un operativo en el que se tomaron las medidas de rigor para asegurarnos de que no fuésemos seguidos y descubiertos, sobre todo por las agencias represivas, tanto las externas como las internas. Ambas partes estábamos conscientes del paso significativo que se estaba dando para entablar nuevamente comunicación entre el autonomismo y el independentismo. Hasta ese momento, nuestra relación era mayormente adversativa, habiendo sido marcada por la brutal y extensa represión que el primero desató contra el segundo bajo el gobierno de Luis Muñoz Marín, sobre todo luego de la revolución nacionalista de octubre de 1950. Así las cosas, ambos jugábamos con fuego, particularmente en medio de la desconfianza casi visceral que existía, entre sus respectivos movimientos históricos, hacia cualquier acercamiento.

De inmediato me impactó la naturalidad con la que se fue desenvolviendo la conversación entre ambos. Mari Brás le preguntó al exgobernador porqué había preferido reunirse con él para este diálogo, en vez de acudir a algún otro líder independentista. A lo que Hernández Colón respondió que reconocía en Mari Brás un compromiso auténtico con el pueblo de Puerto Rico por encima de cualquier agenda personal o particular. Hacia mi interior pensé que también, claro está, tendría que ver con el hecho de que el PSP era el principal interlocutor con el gobierno cubano, a quien quería contactar, y poseía una red amplia de relaciones internacionales, siendo miembro-observador del Movimiento de País No Alineados. Además, nuestra organización había demostrado su influencia decisiva al interior del movimiento obrero, con capacidad para prácticamente desestabilizar el país. 

“¿Por qué aceptaste dialogar y reunirte conmigo?”, quiso por su parte indagar Hernández Colón. Mari Brás respondió que sentía que tal vez tendría una oportunidad para abrir paso a una transición pacífica hacia la descolonización de Puerto Rico, evitando así el derramamiento de sangre que ha ocurrido bajo otras experiencias de lucha por la liberación nacional. De lo que se trataba era de cerrar definitivamente el paso a la anexión y dejarle de legado a sus nietos la posibilidad de abrir, en el futuro, la puerta a la independencia, sobre todo teniendo como punto de partida o etapa previa ya no la colonia sino que la libre asociación.

El autonomismo y el independentismo se necesitan mutuamente

En esos días se discutían en el país los planteamientos del escritor dominico-puertorriqueño José Luis González, exiliado en México, sobre el tema en una conversación con Arcadio Díaz Quiñones, publicada por Ediciones Huracán (1977). González proponía que para que avanzara la independencia como objetivo preferente de los puertorriqueños, debía agotarse primero la viabilidad y la pertinencia de la autonomía como opción. Advertía, sin embargo, que los autonomistas eran incapaces, por sí solos, de culminar su propio proyecto histórico. El independentismo debía auxiliarles en ese sentido, para así poder proseguir con su propio proyecto histórico. 

Por otra parte, no creo que le pasara desapercibido a nadie en la reunión cuán dolorosamente personal le resultaba a Mari Brás la idea de una transición pacífica luego de haber sido víctima del vil asesinato de su hijo mayor Chagui en medio de unos hechos que llevaban todas las señas de ser producto de un operativo represivo federal dirigido contra el ampliamente reconocido dirigente revolucionario puertorriqueño. También estaba presente como, apenas unos días antes, el 25 de julio de 1978 en el Cerro Maravilla de Jayuya, el gobierno colonial de Romero Barceló había sancionado un operativo que culminó en el fusilamiento, por un pelotón de la Policía de Puerto Rico, de dos jóvenes independentistas. El crimen pretendió sembrar el terror entre el independentismo y criminalizar su lucha.

Mari Brás se encargó de esbozar lo que, desde su perspectiva, era no negociable: el reconocimiento al principio inalienable a la autodeterminación e independencia; el principio de la transferencia previa de los poderes propios de la soberanía que pusiese al pueblo puertorriqueño en condiciones de negociar libremente desde una posición de igualdad con Estados Unidos, incluso en el caso de la libre asociación; y el reconocimiento exclusivo de la independencia y la libre asociación como opciones descolonizadoras. La llamada “estadidad” representaría tan sólo la culminación del coloniaje en el caso particular de Puerto Rico. Por eso ni el “estado libre asociado” actual ni la “estadidad federada” podían ser opciones legítimas.

La única reserva manifestada por Hernández Colón fue sobre la figura de la transferencia de poderes, la cual él entendía que podría ser un reconocimiento estrictamente formal de la soberanía, sin efectos prácticos inmediatos. De lo contrario, se entendería la transferencia de poderes como una independencia previa, lo que provocaría grandes reservas entre sectores significativos del país que no quieren debilitar sus vínculos ciudadanos actuales con Estados Unidos. Con la opción de la libre asociación, Hernández Colón no expresó reserva alguna. Era conocida su posición en torno a la libre asociación como un desarrollo del propio “estado libre asociado” hacia la plenitud del gobierno propio y no como una república asociada que posee una soberanía independiente de la de Estados Unidos.

 Luego de la reunión, Mari Brás se encargó de compartir con el resto del independentismo y algunos autonomistas como, por ejemplo, el exgobernador Roberto Sánchez Vilella, el proyecto de Resolución armado a partir de lo conversado con Hernández Colón. Por su parte, el presidente del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), Rubén Berríos Martínez, fue honesto en sus reservas, ya que entendía que ello le podría dar un aire al PPD y al “estado libre asociado”, cuando lo que tal vez debería estar haciendo el independentismo es posicionándose como alternativa diferenciada de cambio.

Finalmente, unos y otros, incluyendo el PIP, acudieron al Comité de Descolonización con ánimo de producir una Resolución que reflejase un nuevo y más ampliado consenso anticolonial. Aún con las críticas que salían de las propias filas del PPD, Hernández Colón se mantuvo firme en su compromiso con los términos del proyecto de Resolución acordada en el diálogo con Mari Brás, el cual se amplió ya en Nueva York, en particular con la incorporación del entonces embajador de Cuba ante la ONU, Ricardo Alarcón de Quesada. El exgobernador denunció a Washington por haber incumplido con sus compromisos de 1953 y pidió el auxilio de la ONU para la descolonización de Puerto Rico. 

El 12 de septiembre de 1978 el Comité dio su aprobación final a este nuevo e histórico pronunciamiento en torno al caso colonial de Puerto Rico. Además de reiterar el derecho inalienable del pueblo de Puerto Rico, como nación diferenciada, a su autodeterminación e independencia; requirió que un proceso de descolonización en nuestro caso debía ser precedido por una transferencia previa de poderes para garantizar mínimamente la igualdad soberana entre las partes en cualquier negociación futura con Washington; y limitó las opciones legítimas de descolonización en el caso de Puerto Rico a la independencia y la libre asociación. La “estadidad” o anexión quedó deslegitimada. 

Ante el ciclo absurdo de la colonia eterna

Este acontecimiento tendrá hondas repercusiones sobre el futuro. El diálogo entre los autonomistas e independentistas no sólo consiguió su objetivo inmediato ante la ONU, sino que sirvió para generar un nuevo clima de distensión, acercamiento y colaboración entre ambos movimientos, el autonomista y el independentista. En cuanto al autonomismo, particularmente dentro del PPD, fue potenciando el crecimiento de las fuerzas creyentes en la soberanía y la libre asociación en su seno. En cuanto al independentismo, éste se transformó en un movimiento más plural capaz de explorar las múltiples expresiones societales de la soberanía que se van construyendo desde abajo, más allá de los formas jurídico-políticas clásicas.

Al final de su vida, Hernández Colón parecía haber retornado a sus originales inclinaciones, más conservadoras y colonialistas. Las esperanzas despertadas en los tiempos aquellos del 1978 se fueron disipando poco a poco. El independentismo perdió gran parte de su poder decisivo de convocatoria con la lamentable y desacertada liquidación del PSP y el debilitamiento en general del movimiento obrero ante los cambios estructurales acaecidos en nuestra economía y en la organización social del trabajo. El discurso anexionista a favor de la igualdad de los ciudadanos residentes en el territorio de Puerto Rico, se fue convirtiendo poco a poco en hegemónico ante la desmovilización creciente, tanto en Puerto Rico como en “las entrañas del monstruo”, de toda una generación de cuadros militantes que pasaron a ser mera fuerza de trabajo bajo las lógicas del capital. El mundo atravesó profundas transformaciones a partir de las cuales el capital lo fue sometiendo todo nuevamente a sus dictados, especialmente los financieros. Ante esta devaluación de las circunstancias históricas, Hernández Colón pensaría que lo único que le queda a Puerto Rico es conformarse con el eterno retorno de lo mismo. Le parecería que nuestra historia se estrelló contra la falta de voluntad de su pueblo.

Sin embargo, Mari Brás siempre enmarcó lo acontecido en 1978 como una nueva posibilidad histórica que se abría paso: un amplio reagrupamiento político de fuerzas que serviría para relanzar nuestra lucha más que centenaria por nuestra liberación nacional y social. Si algo distinguió al compañero fue su conciencia estratégica, es decir, del tiempo histórico. No dejaba que los errores o fracasos le nublaran su vista del horizonte. Y si somos capaces de mirar más allá de nuestras narices, de lo inmediato y de las estrechas perspectivas que priman entre nuestros políticos y los medios de información, nos daremos cuenta, tal vez, que el horizonte aquel de 1978 sigue vivo como posibilidad. Tan sólo aguarda porque le reimprimamos su vocación de ruptura con ese ciclo absurdo de la colonia eterna. 

El autor es Profesor de Derecho y Ciencia Política. Fue encargado de la Misión Permanente del PSP en Cuba, Director de Claridad y co-fundador, junto a Juan Mari Brás, de la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, de Mayagüez.    

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