Recordando a Elliott : ¡Qué manera de quererte!

            Cangrejero por nacimiento y en el béisbol local, Elliott Castro Tirado realmente era “rusvelino”, ese gentilicio que solo los que viven y/o janguean en ese sector de Hato Rey conocen. Aunque toda su familia Castro era de Santurce, y Elliott nació allí el 17 de febrero de 1949, se mudó junto a sus padres Elpidio Castro Pérez y Carmen Lydia Tirado Santos y sus hermanas mayores, Yiyi y Millie, cuando tenía 17 meses a lo que se le conoce como Extensión Roosevelt. Allí, en el 455 de la Calle Eddie Gracia, creció y vivió muchísimos años, residencia donde aún vivían sus padres al momento de fallecer y donde aún vive su hermana Millie. Ese era el centro de operaciones de la familia, donde por años se crió su hija Elga y donde estaban todos los primos. Roosevelt fue el lugar donde Elliott se enamoró del deporte. Ahí estudió desde Kinder hasta graduarse de escuela superior en La Merced. En Roosevelt jangueaba, almorzaba, tenía su mecánico, barbero, entre otras cosas; como se hacía antaño en los pueblos de la Isla, por eso con orgullo repetía el lema, “Roosevelt, un pueblo en la ciudad”.

 

Con su hija Elga.

Allí conoció el deporte por distintos medios, vía la cercanía del Estadio Hiram Bithorn, sus andanzas con el Tío Chen y lo que practicó en el Colegio La Merced. Aunque no venía de familia ni de tradición periodística ni de grandes atletas, sí fue influenciado por sus tíos, quienes practicaban el softbol y estaban involucrados con el béisbol, Chen y Toni tuvieron mucho que ver con su amor al deporte. El que haya ingresado al Colegio de Mayagüez con una beca de baloncesto para hacer su carrera en ingeniería no implica que haya tenido una carrera de estudiante-atleta en sus años en el Colegio, mas bien de activista político-estudiante. Aunque oficialmente tuvo una lesión, cuentan por ahí que siempre estuvo destinado a “come-banco”. Sin embargo, su pasión por el deporte se mantuvo, aún en los años en que, entre piquete y piquete, sacaba su grado de ingeniero industrial, ya fuera en una Justas de la LAI o en la cancha sin techo de los Piratas de Quebradillas. En esta época, y en la cancha de los Piratas, conoció a su compañera de vida y madre de su hija, Vilma Ramos Acosta. Parafraseando al escritor uruguayo Eduardo Galeano, Elliott a partir de entonces, comenzó su excelente carrera deportiva, como baloncelista, boxeador, pelotero, volibolista…pero, a diferencia del escritor que lo hizo en sus sueños, él lo haría a través de su voz y escritura.

En su rincón en CLARIDAD.

Se podría decir que exceptuando unos años en que trabajó en El Capitolio como asesor económico de Carlos Gallisá en la legislatura, labor que tuvo gran impacto en su formación política y personal,  y otros en los que fungió como mediador en conflictos laborales, dedicó toda su vida profesional al periodismo deportivo, oficio en el que logró condensar muchas de sus pasiones: el deporte, el arte de narrar y describir, e incluso encontró un modo de canalizar sus inquietudes políticas y sociales a través del deporte. Lo que comenzó asistiendo a Ernesto Díaz González con unas estadísticas, luego se transformó en comentarista y de ahí, una vez experimentó el placer de tener el micrófono en mano, ya no hubo vuelta atrás, desde entonces fue imposible quitárselo. Su colaboración con CLARIDAD, de la mano de Jaime Córdoba, siempre fue la constante, siendo partícipe de alguna forma en sus páginas deportivas por las últimas cuatro décadas. En su vida un poco anárquica, el orden y la disciplina fueron aspectos exclusivos para CLARIDAD, por eso defendió con ahínco su record, de no fallar en su columna ni una semana por las últimas décadas.

En los últimos años, alrededor de la rutina de CLARIDAD añadió otra constante en su vida con el programa radial La Descarga Original, en el cual participó en diversas emisoras radiales, desde el 2000 al 2017. Elliott se destacó en todas las ramas del periodismo deportivo: como narrador y comentarista radial y televisivo en los juegos de baloncesto, y luego de volibol, béisbol, boxeo y de atletismo, sobre todo en las Justas de la LAI, donde trabajó por más de veinte años, evento que esperaba anualmente como si aún fuera estudiante universitario y que se gozaba a cabalidad. También trabajó como director de prensa de varios eventos en Puerto Rico, como premundiales, Series del Caribe y el 10K.

En el Festival de Apoyo a CLARIDAD con Sunshine Logroño.

En esta vasta carrera resalta su resumé internacional, incluyendo ocho Juegos Panamericanos, ya fuera fungiendo como preiodista de Claridad, productor de televisión, narrador o comentarista. También en ocho Juegos Centroamericanos y del Caribe, en algunas ocasiones dirigiendo la transmisión desde la Isla. De igual manera, en algunos de los siete Juegos Olímpicos en los que participó, lo hizo desde la Isla, como productor o ancla televisivo. Cabe destacar su participación en los Juegos Olímpicos Moscú en 1980, como parte de la pequeña delegación de Puerto Rico que boicoteó el boicot del Presidente Jimmy Carter y fue a la antigua Unión Soviética.

Recibiendo un premio del Overseas Press Club Además de su pasión deportiva, Elliott fue un ferviente cocolo. Amante de la salsa, de escucharla, en discos o en vivo, de bailarla y, cuando fuera posible, cantarla, usando cualquier oportunidad para treparse a la tarima y tirar unos pasitos y coro con la orquesta que se lo permitiera. Su pasión por la música lo llevaba a decir que soñaba con algún día ser DJ de salsa en una estación de radio. Luego como suegro del saxofonista puertorriqueño Miguel Zenón comenzó a ampliar su repertorio, pero más por solidaridad, su corazón cocolo era demasiado puro. También su compromiso social y político eran inquebrantables, afectándole en ocasiones su trabajo. De las últimas actividades públicas en las que participó fue en la manifestación del Primero de Mayo. Elliott era un gran defensor de la igualdad de condiciones, sin importar género, preferencia sexual, raza o clase social, y en muchas de estas luchas fue pionero y siempre consecuente. En los últimos años se dedicó de lleno a las comunidades pobres del país, trabajando en proyectos deportivos y de base comunitaria, convencido que los cambios necesarios tendrían que venir desde abajo y auto gestionados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Elliott además se caracterizaba por su eterna sonrisa y por hacer de las relaciones personales el centro de su vida, desde la familia de sangre a las amistades, con las cuales tenía un lazo muy estrecho, hasta los que conocía en la calle y lo paraban a preguntarle por un pronóstico de boxeo. A todos y todas los trataba con atención y cariño. Era tío y padrino de medio Puerto Rico, combinando los reales y los postizos, con los cuales no hacía distinción, adoptando así a todos los amigos de su hija como sobrinos y luego amigos suyos. En su faceta de abuelo de Yara y Elena, siempre fue el abuelo amoroso y chistoso que las niñas recuerdan con mucho amor.

En conferencia de prensa del Festival de Apoyo a CLARIDAD junto a Alida Millán, Manuel de J. González y Andy Montañez. Foto: Alina Luciano

En resumen, Elliott Castro Tirado, fue feliz, entre muchas otras cosas, porque fue de los privilegiados que le pagaban por hacer lo que más le gustaba. A veces hasta comentaba que si sus superiores supieran lo mucho que lo disfrutaba, y que probablemente lo haría gratuitamente, no le pagarían. Elliott vivió el periodismo deportivo como una profesión y también como un oficio, ya que lo consideraba el mejor vehículo para servir a su Patria, su verdadera pasión y norte en su vida. Y que nunca le impidió disfrutar de sus otros placeres: la familia, las amistades, la salsa y Puerto Rico.

Semblanza preparada por  su hija, Elga Castro Ramos

 

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