Recordando a “una pionera de la mujer nueva”

 

CLARIDAD

“La lucha por la emancipación del llamado “sexo débil” se siente en la sociedad moderna que exige para la mujer la liberación total de los factores históricos que anteriormente la mantuvieron sujeta a la dictadura de la voluntad del hombre y de una sociedad que la entendía como objeto, postergándola de la actividad social y política… Los conceptos tradicionales que regían la vida de la mujer se desplomaron ante las fuerzas históricas que exigían la incorporación plena del elemento femenino a los cambios sociales… Por esto, la participación de la mujer en la lucha por la independencia se convierte hoy en un deber ineludible.”

La cita anterior no está tomada de ninguno de los escritos circulan en ocasión de celebrarse, ya en la tercera década del siglo XXI, el Día Internacional de la Mujer. Lo antes citado fue dicho en 1962, por una mujer extraordinaria que entonces ocupaba el cargo de Secretaria de Acción Femenina del Movimiento Pro Independencia de Puerto Rico (MPI): Carmen Rivera de Alvarado. A esta mujer aún se le distingue en la Universidad de Puerto Rico, que fue su centro de trabajo por más de 30 años, manteniendo su nombre en la fachada de uno de sus edificios. Pero lo que hizo a lo largo de una vida marcada por la lucha y la solidaridad, ha ido poco a poco cayendo en el olvido.

Tuve la suerte de conocerla y de haberme beneficiado de forma directa de su afán solidario. Como un acto de tardío agradecimiento escribo este artículo buscando, además, rescatar su memoria y divulgar su ejemplo. Puede que a la generación actual le resulte extraño el “de Alvarado” que siempre añadía a su nombre, o el calificativo de “doña Carmen” que utilizamos los jóvenes estudiantes y los militantes del MPI de entonces. Eran usos de la época que nunca redujeron el militante feminismo y el sacrificado patriotismo que distinguieron a esta mujer excepcional.

Su haber profesional se mantiene vigente porque la Facultad de Trabajo Social de la UPR, de la que fue forjadora, se ha encargado de mantener vivo el recuerdo de sus aportaciones. No sucede lo mismo con su otra faceta de militante y dirigente de la lucha independentista. Para calibrar esas aportaciones bastaría con decir que fue fundadora de las tres organizaciones que presidieron la lucha de independencia de Puerto Rico en la segunda mitad del siglo XX, a saber, el Partido Independentista (PIP) en 1948, el MPI en 1959 y el Partido Socialista (PSP) en 1971. Luego de este último acto fundador nunca pensó en cesar de luchar, pero la muerte apareció en su camino el 23 de julio de 1973, cuando recién cumplía 63 años.

Como señalé antes, fue una académica de primer orden que privilegiaba la tarea universitaria y disfrutaba el trabajo formativo con sus estudiantes. No obstante, nunca vaciló un instante cuando entendió necesario arriesgar su trabajo en la Universidad, colocándose al lado de los que reclamaban sus derechos frente a la administración o se manifestaban dentro del campus. Muy temprano en su carrera tuvo su primer reto cuando un grupo numeroso de estudiantes se movilizó para expresar el respeto de los universitarios por Pedro Albizu Campos, quien regresaba a Puerto Rico el 15 de diciembre de 1947. Doña Carmen, quien, además de docente, dirigía un organismo de apoyo al estudiantado, no sólo los apoyó, sino que aceptó gustosamente cuando la seleccionaron para izar la bandera puertorriqueña en la Torre en saludo a Albizu. “Aquel acto”, recordaba Juan Mari Brás, uno de los dirigentes estudiantiles de entonces, “fue la causa inmediata de que Doña Carmen se convirtiera en la primera víctima de la represión benitista en la administración universitaria. El rector eliminó la Junta de Servicios al Estudiante convirtiéndola en decanato como pretexto para destituir a la Dra. Alvarado del cargo.”

En una columna titulada “Pionera de la mujer nueva” (CLARIDAD, 5 de junio de 1973) Mari Brás amplía: “Hay dos cosas que Jaime Benítez (rector) nunca le perdonó a doña Carmen: primero, su consecuente adhesión a la lucha de independencia y segundo, su gran popularidad entre el estudiantado.” Añade que la destitución “fue una de las causas inmediatas de la huelga universitaria de 1948.”

Ese apoyo estudiantil logró que la Dra. Rivera de Alvarado continuara como docente. Debió abandonar el cargo administrativo de servicio a los estudiantes, tan cercano a sus sentimientos, pero siguió educando a las generaciones de Trabajadores Sociales que pasaron por su aula. Tampoco cesó en su otra lucha. Ese mismo 1948 ayudó a fundar el PIP, donde sería la primera mujer en ocupar un cargo de dirección al formar parte de su Comisión Ejecutiva. Al final de la siguiente década, cuando ese partido vivió una crisis interna, doña Carmen estuvo otra vez al lado del otrora estudiante, Mari Brás, reclamando una renovación que proponía “cambios estructurales, darle mayor participación a la juventud, a la mujer… en el seno del partido, y no reducirlas al objetivo estrictamente electoral”.

Frustrada la renovación del PIP, el grupo disidente se unió a otras personas para fundar un nuevo Movimiento. En primera fila estaría Doña Carmen, junto a su compañero de vida, Antonio Alvarado, quien fungiría como Secretario de Finanzas de la novel organización. Desde la dirección del MPI, como Secretaria de Acción Femenina, participó en la intensa lucha de la década del ’60 y, creció con la entidad hacia su trasformación en partido socialista. “Ya en 1971”, dice Mari Brás”, “cuando muchos de sus contemporáneos se habían orillado a los márgenes de la lucha patriótica, ella estaba en primera fila, en la Asamblea Constituyente del partido de la clase obrera.”

Entre su labor docente y su militancia en el MPI, doña Carmen encontró tiempo para involucrarse en tareas de solidaridad, tan cercanas a ella. Una de estas fue la organización y dirección del Comité de Mujeres por la Libertad de Blanca Canales, la heroína nacionalista que cumplía prisión desde 1950. Cuando la heroína nacionalista fue finalmente excarcelada en 1967 se reconoció al Comité “como la entidad que vino a despertar y a canalizar efectivamente la lucha por la libertad de la distinguida jayuyana.” (CLARIDAD, 27 de agosto de 1967).

Durante esos mismos años su labor solidaria también se manifestó dentro de la universidad, en la que una nueva generación de estudiantes desarrollaba la lucha contra el servicio militar, la Guerra de Vietnam y la presencia del ROTC en el campus. Además de participar en los comités organizados para apoyar a los que nos negábamos a ingresar en las fuerzas armadas, cuando la lucha derivaba en confrontaciones con la Policía, allí estaba Doña Carmen al lado de los universitarios. En 1968 fue la organizadora y presidenta del Comité de Apoyo a 25 estudiantes que enfrentamos distintas acusaciones por los incidentes del 27 de septiembre de 1967. Los gastos de aquel largo proceso se pudieron cubrir gracias al comité. La recuerdo subida en la tarima, en el acto que celebramos al concluir el juicio, interpelando a la administración universitaria. Cito de la noticia que publicó El Mundo el 28 de febrero de 1969: “Habló también la Dra. Carmen Rivera de Alvarado, presidenta del “Comité Pro Defensa de los 25 Estudiantes”, quien señaló “que el rector y la Administración Universitaria sólo ven la parte de los estudiantes que ellos quieren ver y no ven el lado del patriotismo, el de la voluntad de estos jóvenes perseguidos.”

El artículo de Mari Brás previamente citado fue en ocasión de habérsele distinguido en la UPR como “Profesora Emeritus” para los actos de graduación de 1973. “La iniciativa no vino de la administración universitaria”, aclara Mari Brás, “fue a instancias de sus colegas profesores que se tomó la decisión. La administración no tuvo más remedio que aceptarla, en vista al meritísimo historial docente y profesional de la Doctora Alvarado.”

En 1973 la UPR era dirigida por quienes Luis Ferré y el PNP impusieron tras asumir la gobernación en 1969: Amador Cobas en la presidencia y Pedro José Rivera en la rectoría de Río Piedras. La nueva generación estudiantil, con la FUPI en primera fila, continuaba su lucha, y Doña Carmen, solidaria como siempre, se puso otra vez de su lado y se negó a recibir la distinción. “No asistí a la entrega de distinciones honoríficas”, dijo entonces, “para evitar que mi presencia pudiese interpretarse en forma alguna como expresión de solidaridad con la administración. Mi posición en la Universidad nunca ha sido la del intelectual neutral y aséptico. Siempre he estado comprometida con la Universidad en lo que considero su función esencial en la sociedad, que para mí es la formación de hombres y mujeres libres de espíritu.”

Pocos meses después la muerte le quitaría al País las aportaciones de esta mujer valiente y solidaria.

 

 

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