Reflexiones del Viejo San Juan de 1955-1969

Por María Cristina/En Rojo

(Nota: este escrito surge por un pedido de mi ahijado-nieto, Diego Alejandro, que como proyecto independiente de su clase de Historia me pide reflexionar sobre mi niñez en un lugar y tiempo específico para luego mirarlo desde mi presente)

Antes que nada, debo aclarar que mi niñez (desde los 5 años) los pasé residiendo, educándome, entreteniéndome y socializando en el Viejo San Juan. Por lo tanto, mis reflexiones son muy específicas a este lugar que a través de los años ha cambiado radicalmente. Vivir con mi madre, Aída Pagán (oriunda de Ponce e integrante de nuestra guagua aérea en el ir y venir de Puerto Rico a los Estados Unidos) en un pequeño apartamento (sala-comedor, cocina, cuarto dormitorio grande y patio trasero) en un edificio de alquiler controlado (a precios de la Depresión económica de 1929), poder caminar tres cuadras al colegio donde estudié de 3er grado hasta 4to año (Colegio Santo Tomás de Aquino y ahora —no sabemos hasta cuándo— el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe), que mi madre pudiera costear la matrícula (incluyendo libros, uniformes y cuotas) con su salario de camarera (“maid”) en el Hotel Condado/Vanderbilt y ella poder usar transporte público para ir y venir son realidades que ya no existen.

Imagen del Viejo San Juan

En el edificio de apartamentos en que vivíamos había una comunidad que siempre estaba pendiente de cambios y necesidades para poder ayudar y, por supuesto, chismear. Nunca estuve completamente sola aunque cuando regresaba de la escuela mi madre todavía estaba en su trabajo. Allí estaban las vecinas para asegurarse que tuviera una merienda y ayudar por si necesitaba algo. También se aseguraban de que no fuera a salir sin permiso o que algún extraño entrara al patio interior del edificio.

En esa época no había supermercados sino tienditas: unas vendían leche, jugos y huevos; carnicería y pollería; otras chucherías (5 y 10); otra telas, hilos, botones y cosas de costura; otra school supply, librerías, discografía, etc. Las dos grandes tiendas de ropa eran Padín y New York Dept. Stores. El gran entretenimiento eran las fiestas que se celebraban en la Plaza de Armas, actividades en el colegio y en las siete iglesias católicas y, por supuesto, el cine. El Viejo San Juan en ese momento contaba con tres cines: Royal, Roxy y el deluxe: Rialto (la planificadora urbana Rose Marie Bernier escribió una hermosa tesis sobre todas las “salas” de cine de San Juan desde la 1era presentación en Puerto Rico de este innovador invento). Fue en el Rialto que vi una hermosa película que me hizo amar la poesía Romántica inglesa: Splendor in the Grass (1961, protagonizada por Natalie Wood y Warren Beatty), título y luego lectura dentro de la trama del poema “Ode: Intimations of Immortality from Recollections of Early Childhood” de William Wordsworth. Todavía me conmueve cuando la vuelvo a ver.

La 1era parada de la guagua era la Plaza Colón donde se podía tomar autobuses a cualquier sitio del área metropolitana. También se podía caminar a Puerta de Tierra donde había hermosos almendros frente al Capitolio y, al otro lado, bajar a la playa aunque no necesariamente a meternos en el mar que era (y sigue siendo) muy bravo en ese sector. También podíamos tomar la guagua e ir al enorme Parque Muñoz Rivera y a la playa del Escambrón. Dentro del casco subir y bajar las empinadas aceras era la rutina, pero los terrenos de El Morro no estaban abiertos como ahora. Allí ubicaba el Fuerte Brooke donde la población civil no tenía acceso, solamente verlo de lejos. Además se veía el enorme campo de golf reservado para un grupo muy selecto.

Los cambios al Viejo San Juan fueron muy acelerados (por lo menos así los sentí). Ante todo, en la vivienda accesible ya que comenzaron a vender edificios, sacar a las familias para “renovar” los apartamentos y alquilarlos o venderlos a precios que ningún inquilino anterior hubiera podido pagar. Esa población fue moviéndose de edificio en edificio hasta verse obligada a mudarse a La Perla (equivalente en ese momento a un arrabal con gran deterioro y peligrosidad), Puerta de Tierra (muy desmejorado en ese entonces) o caseríos que ofrecía el gobierno de bajo costo pero fuera del área conocida y sin vínculos a la comunidad del VSJ. Esto tuvo su impacto en la escuela donde muchos de los estudiantes tuvieron que cambiarse por ahora vivir fuera del VSJ y los nuevos llegaban hasta de lugares tan lejanos como Bayamón. Poco a poco los pequeños comercios fueron cerrando cuando se estableció el 1er supermercado (Capitol) y las pequeñas farmacias, donde la farmacéutica era la persona a consultar para malestares, alergias, resfriados y hasta infecciones, fueron desapareciendo con la farmacia vendetodo. Y, por supuesto, la llegada de los cruceros cambió el tipo de negocios que existía para convertirse en espacios idénticos de “souvenir shops”.

Aún con todos estos cambios, el Viejo San Juan sigue siendo el espacio urbano que más satisfacción me brinda. Al tener que respetar su arquitectura, la ciudad se ha embellecido con las restauraciones, aunque esto signifique otro grupo poblacional. Irónicamente ahora áreas como La Perla son un gran atractivo por su vivienda no costosa y la permanencia de una comunidad de muchos años. Se han creado espacios de encuentros para un buen café, cocina criolla, internacional y turística (la menos deseada por su artificialidad y altos precios); las plazas se han hermoseado para poder meditar o conversar bajo la sombra de árboles centenarios; la actividad cultural (clases de arte, yoga, etc, exhibiciones, ferias de libros, danza, teatro, etc, festivales de todo tipo), especialmente las exposiciones en múltiples y hermosos espacios, es inagotable. Casi no tendría que salir del VSJ para enriquecerme culturalmente. Y aunque los tres cines que mencioné anteriormente ya no existen, el cine sí ha vuelto al VSJ con el Cinema Bar que tiene una programación muy variada de jueves a domingo seleccionada por el productor, director de cine y del Festival de Cine Internacional de San Juan, José Artemio Torres. 

Echo de menos esa comunidad de clase trabajadora y pobre en que me crie, pero entiendo que todo evoluciona y que nos adaptamos, para bien o no tan bien, a los cambios que mejoran nuestra calidad de vida y nuestro enriquecimiento intelectual, cultural y emocional.

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