Reflexiones: la resistencia política en el orden neoliberal y el caso de Vieques

 

 

El laboratorio más original y prometedor para el futuro de la resistencia de todo tipo en el Puerto Rico de la década de 1990 giró alrededor de la oposición a las prácticas de la Marina de guerra  de Estados Unidos en la isla municipio de Vieques. No sorprende que un asunto de la más cruda Guerra Fría se convirtiera en una fuente inagotable de retos en torno a las posibilidades de la militancia política en la era del neoliberalismo.

Después de todo la anexión de Puerto Rico a Estados Unidos había sido resultado de un acto bélico en el cual aquella marina de guerra había cumplido un papel protagónico. Las posesiones insulares se habían convertido en una pieza fundamental para la defensa de aquel país que, en la década de 1890, se encontraba en una fase de crecimiento que miraba con más insistencia mar afuera. Agotada la expansión continental, ultramar fue metaforizado como una nueva frontera por conquistar. Las proyecciones hegemónicas de Estados Unidos en el Caribe, las Antillas y en el hemisferio sur se habían convertido en una prioridad y una promesa distintiva de los republicanos en medio de la Gran Depresión (1873-1896).

Además, como se sabe, los asuntos referentes a Puerto Rico después de 1898 estuvieron bajo la jurisdicción del Departamento de Guerra por lo menos hasta 1934 momento en el cual, al calor de la Política de la Buena Vecindad (1933-1945) en el marco de la amenaza alemana, fueron desplazados hacia el Departamento de Interior por una administración demócrata. En cierto modo, una cosa significaba ser colonia ultramarina bajo la supremacía de los republicanos antes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), y otra muy distinta bajo la de los demócratas después de la otra Gran Depresión (1929) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

 

A lo largo del siglo 20 el interés primordial de las fuerzas armadas se había centrado en la isla de Culebra desde 1902 pero progresivamente se movilizó en diversas direcciones. Eran los tiempos de la valoración de la posición geoestratégica de Puerto Rico, evaluación que históricamente siempre se formuló desde el lugar del imperio que controló el territorio. El discurso fue hecho suyo por una parte significativa de las elites puertorriqueñas. En 1913, cuando el abogado y poeta de Aguadilla José De Diego Martínez (1866-1918) articuló su polémica petición de “Independencia con Protectorado”, fenómeno que catalogué en un libro publicado en 2003 como una expresión del plattismomás cándido y vulgar, aquel icono del independentismo moderado ofreció a Estados Unidos la posesión permanente de Culebra a fin de asegurar el acuerdo. De igual modo, cuando en 1936, el representante demócrata de Maryland Millard Evelyn Tydings  (1890-1961) presentó su proyecto de independencia en el Congreso por primera vez, proceso documentado de manera detallada por el historiador Néstor Duprey Salgado en un libro de 2015, el mantenimiento del control sobre Culebra era uno de sus requisitos. También se requería el pago de la deuda pública, por cierto, pero ese es un asunto que se discutirá más adelante.

Todo sugiere que la beligerancia iniciada en 1939 y el subsecuente inicio de la llamada Guerra Fría desde 1947 alteraron el consenso. A partir de aquellas fechas el plan de la marina de guerra, en connubio con un gobierno local encabezado por Muñoz Marín desde el Senado, era otro. Muñoz Marín se sabía encaminado a convertirse en el primer gobernador electo por voto popular en la colonia y gozaba de un apoyo electoral masivo. La meta de las autoridades en aquel contexto era pretencioso. Se habían propuesto el despoblamiento de las islas  de Culebra y de Vieques para ponerlas en manos servicio de las fuerzas armadas y dedicarlas por entero a fines militares. Aquella estrategia ha sido aclarada en una publicación de la historiadora Evelyn Vélez Rodríguez en el 2002 y se conoció con el mediático pero sugerente nombre de “Plan Drácula” (1958-1964).

El contencioso de la Guerra Fría y la Guerra de Corea (1951-1953), que tanto animó el temor irracional a la “amenaza roja”, justificaron el uso de las tierras ocupadas para prácticas de tiro lo mismo con bala “inerte” o de bajo impacto que con bala “viva”. Las zonas de práctica de combate también se convirtieron en un negocio lucrativo para la milicia estadounidense dado que aquellas eran arrendadas a países aliados para la ejecución de prácticas similares.

Más allá de la retórica agresiva vigente, las presiones psicológicas que imponía el anticomunismo frenético poseían un rostro material incuestionable que debería investigarse con cuidado ahora que se pretende que aquellas posturas han sido dejadas atrás. En aquel ámbito muchas de las acciones de Estados Unidos en Puerto Rico, su territorio caribeño, eran percibidas como una garantía legítima y paternal contra una amenaza comunista siempre improbable, por lo que eran bienvenidas lo mismo por la clase política como por el ciudadano común.

Cuando cesaron las prácticas de combate en la isla de Culebra (1973-1975), sólo se había ganado una batalla más en una cruenta guerra que parecía no tener fin. El abandono de Culebra validó que  los ejercicios bélicos fuesen reconcentrados en la vecina Vieques bajo las mismas condiciones. En un territorio como el puertorriqueño, con una ciudadanía con una cultura política frágil, una población acostumbrada a la presencia de Estados Unidos que desconfiaba de quienes la cuestionaban, y con un movimiento nacionalista y socialista compitiendo por el control del proyecto y en franca crisis, la protesta de contenido político no resultaba eficaz. La  “amenaza comunista” era más convincente que cualquier argumento crítico, en parte por el empantanamiento en el cual se hallaba el “socialismo realmente existente”. Las críticas al régimen soviético era comunes incluso hacia el interior de la organizaciones neomarxistas que iban surgiendo en el país a raíz de la crisis del PIP entre 1970 y 1973, asunto que también debería investigarse con una mirada más fresca.

El activismo social, político y cultural de las décadas de 1960 y el 1970 estimuló la formulación de discursos alternativos que, sin dejar de reconocer que la asimetría colonial era una parte importante del problema de Vieques, la situación no podía reducirse a meros factores políticos y geoestratégicos. La rica literatura creativa de aquel momento es un ejemplo de ello. La obra del novelista viequense Carmelo Rodríguez Torres (1941-2016) alrededor del inolvidable mito de los nefilim y las formas de resistencia emanadas de un abajo social concebido con los recursos de lo real imaginario cuya imagen excedía la materialidad y se abrazaba a la cultura local de la isla; y la de Pedro Juan Soto (1928-2002) alrededor de personaje de Usmaíl, cimentada en aspectos de una cotidianidad cargada de extrañeza, entre otros, demuestran que resistencia se abría en un abanico de posibilidades.

Después del fin de la Guerra Fría (1989-1991) la credibilidad de aquella  discursividad y expresión del radicalismo se redujo. La narrativa literaria dejó atrás la antinovela experimental de Rodríguez Torres y el realismo refinado y radical de Soto, y los considerandos del 1960 y el 1970 centrados en la geopolíticas resultaban, sin realmente serlo, simplificaciones en la medida en que eran incapaces de ver toda la complejidad del problema. La lógica de algunos observadores era que, si Puerto Rico había dejado de ser una clave militar en la era de la posguerra fría, la permanencia de las prácticas de combate en la isla municipio ya no sería necesaria. La guerra se ganaría por el peso mismo de las circunstancias y las tendencias del cambio.

Vieques: ¿un nuevo tipo de activismo?

El innovador activismo viequense comenzó por señalar en que la “víctima” de las prácticas de la marina de guerra excedía las convenciones de la política. Con una renovada conciencia ambiental vinculada a las experiencia de las décadas de 1960 y el 1970, comenzaron a señalar los efectos contaminantes de las prácticas de combate. Las aguas, el aire, los suelos eran también víctimas de aquel ejercicio belicista. Los desperdicios sólidos, los residuos nucleares e incluso el mismo ruido que generaban los ejercicios de guerra, fueron objeto de señalamientos por el efecto que tenían en la industria de la pesca, la salud física y emocional de los viequenses.

Al presente podría establecerse un paralelo algo tragicómico entre el “bombardeo” y el “voceteo”, sin duda. Desde mi punto de vista la apelación  la contaminación acústica o sonora por ejemplo, un problema palpable en cualquier gran zona metropolitana, resultó atractivo por el hecho de que el mismo tomaba distancia de lo político en el sentido que se le dio durante la Guerra Fría. Dadas esas condiciones el señalamiento tenía la capacidad de convencer a una gama muy amplia de ciudadanos que desconfiaba de los discursos nacionalistas y socialistas.

Por otro lado, el activismo cultural giró en otra dirección más allá de las originales mitificaciones estéticas de los autores citados del 1970. El señalamiento más consistente se movió alrededor de un hecho difícil de poner en duda. Se trataba de que la isla de Vieques, por su ubicación en la cadena de islas antillanas, era uno de los repositorios naturales con mayor potencial arqueológico del país, riqueza que se encontraba amenazada por las prácticas de combate indiscriminadas de la marina de guerra. En general, sin dejar a un lado la crítica política, las impugnaciones se multiplicaron y comenzaron a apelar a una variedad de artefactos que antes habían sido pasados por alto.

Numerosos observadores afirmaban que las actividades de la marina de guerra habían deprimido, en lugar de estimular como sostenían los defensores de su presencia, la economía de la isla municipio. Llamaban la atención en especial a los renglones de potencial pesquero y turístico los cuáles , en realidad, dejaban mucho que desear. Las estadísticas oficiales confirmaban el alegato. En 1999 el desempleo en Vieques ascendía a un 18.6 %, es decir, 7 % más alto que la que se reconocía como cifra oficial en la isla grande. A ello se sumaba el hecho de que la marina de guerra empleaba solo 120 personas de la isla para suplir servicios civiles y de seguridad.

La casualidad o el azar cumplieron una función peculiar en aquel momento. El 19 de abril de aquel año, un avión F-18 lanzó una bomba de 500 libras que erró el objetivo y mató a un guardia de seguridad, David Sanes Rodríguez (1954-1999) y, de paso, hirió a otros cuatro obreros. El incidente se mundializó de inmediato y fue la chispa de una intensa campaña que, a la larga, consiguió un acuerdo que condujo al fin de las prácticas para el año 2003. Es cierto que tras el fin de la Guerra Fría el papel de Vieques en el imaginario militar estadounidense iba a ser revisado. Pero el cambio del discurso contra la marina de guerra y aquella eventualidad azarosa fueron fundamentales para que se gatillara un movimiento único e imparable.

“Todo Puerto Rico con Vieques”, un grupo amplio en el cual convivieron una pluralidad de fuerzas políticas tradicionales y de la sociedad civil, fue la primera experiencia de lucha política, social y, en el más amplio sentido de la palabra, mediática en la posguerra fría y la era del neoliberalismo. La otra ha sido, y esto habría que evaluarlo con más cuidado en otro contexto, el movimiento que exigió y consiguió la renuncia del gobernador estadoísta Ricardo Rosselló Nevárez (1979- ) en el verano de 2019. Resulta revelador que, en medio del proceso de reajuste en que se encontraban los movimientos nacionalista y socialista a la altura del 2000, fuese un historiador ligado más bien a la primera de aquella tradiciones quien estuviese a la cabeza del proyecto: José “Che” Paralitici (1952- ). El  activismo de aquella organización de base popular cambió la tesitura de las luchas colectivas en el país a principios del siglo 21.

Los elementos transformadores de aquella experiencia fueron muchos. Uno de ello, quizá el más llamativo fue el “fenómeno Tito Kayak”. Alberto de Jesús Mercado, un perito electricista y activista ambiental vinculado a Amig@s del M.A.R. (Movimiento Ambiental Revolucionario)  fundado en 1995, cambió por medio de su peculiar protesta espectacular el panorama de la resistencia política social hasta el presente. Su campamento en Monte David en 1999 y su colaboración con Amig@s de Vieques fueron claves  para la difusión de aquella causa. Su “captura” junto a otros cinco activistas en el piso superior de la Estatua de la Libertad en Liberty Island, Manhattan el 5 de noviembre de 2000 tras colocar una bandera de Puerto Rico en su frente, consiguió llamar la atención del mundo sobre el tema de la isla municipio y el rostro del coloniaje en la era del neoliberalismo. En el acto había algo de aventurerismo combinado con una buena dosis de activismo mediático cuyo impacto en la táctica de la luchas concretas debería ser evaluados con sumo cuidado.

Bajo aquellas circunstancias la protesta contra la presencia de las fuerzas navales de Estados Unidos en Vieques se convirtió en una destino de peregrinación que atrajo la atención de figuras de los medios de comunicación masiva y de la vida pública de dentro y de fuera de Puerto Rico, las cuáles aceptaban ser arrestadas ante el ojo avizor de la prensa puertorriqueña y extranjera. Después de todo se trataba de una causa legítima y, por lo regular, los procesos terminaban en cuanto un juez disponía su liberación. Ese fue el caso del actor Edward James Olmos (1947- ), conocido actor y activista; o de José “Chegüí” Torres (1936-2009), excampeón semipesado de boxeo retirado, entre otros muchos que la prensa se ocupaba de mostrar en su primeras planas.

Más allá de la seducción que la causa de Vieques produjo, el incidente desgraciado de Sanes Rodríguez y los cuatro obreros lastimados, tuvo el suficiente poder de convocatoria para movilizar personas de todas las tendencias políticas, ideológicas o religiosas sin mayores dificultades.  El hecho de que no había sido un asesinato político sino el resultado de un error humano o de cálculo parece haber sido definitivo en todo ello. La situación contrastaba con otras parecidas que han pasado al olvido. En 11 de noviembre de 1979, un militante anti marina de guerra miembro de la Liga Socialista Puertorriqueña, Ángel Rodríguez Cristóbal (1946-1979), había muerto en condiciones sospechosas en la prisión federal en Tallahassee, Florida, donde cumplía una condena tras haber sido arrestado en la isla de Vieques. A pesar de que las autoridades indicaron que se trataba de un suicidio, las circunstancias apuntaban en otra dirección. La muerte del militante de Ciales nunca se convirtió en una causa común de tanto arraigo como la de Sanes Rodríguez. Era como si la candidez o inocencia de Sanes Rodríguez tuviese más validez ante la gente que la transgresión consciente de Rodríguez Cristóbal.

Al cabo de los años la impresión que genera aquel contraste tan vívido es que las circunstancias de la muerte accidental de Sanes Rodríguez, un amigo de la marina de guerra que trabajaba para ella, “despolitizó” el issuey permitió llamar la atención sobre un filón “humanitario” que había permanecido velado. Las izquierdas, socialdemócratas o socialistas, y los nacionalistas, se sumaron y acomodaron a aquella inusitada ola humanitaria que no podían frenar.

El otro aspecto que garantizó el amplio apoyo popular a la protesta fue que la “desobediencia civil” y la “resistencia pasiva”, más que la confrontación directa, se impusieron como tácticas para enfrentar a las autoridades. El retorno de las “sentadas” y la no oposición a los arrestos garantizó la popularización de la resistencia. Las fuentes y los efectos que tuvo aquella experiencia de ajuste de las artes de la protesta, tanto en el lenguaje como en la praxis de la resistencia antisistémica, todavía no se ha investigado con profundidad. Del mismo modo, la pregunta de cuánto cambió la percepción de los sectores rebeldes por parte del puertorriqueño común, siempre lo había identificado como una fuerza hostil y antiamericana, tampoco ha sido respondida.

Un recurso relacionado con la revolución informática que favoreció la generalización de la causa viequense y su rápida difusión,  fue la posibilidad de la protesta virtual o no presencial que ofrecía la Internet. El acceso a la información, fidedigna o no, a través del terminal de una procesadora a través de una lista de envío, el correo electrónico, los mensajeros  o un hogar virtual, afectó el panorama de esa y otras luchas. El proceso de desenvolvimiento hacia los espacios del “revolucionario virtual” o lo que hoy se denomina “slacktivismo” o “activismo de sofá”,  había comenzado a pesar de que todavía la tecnología informática estaba lejos de  la consolidación del blogueo (Bloggery WordPresses un fenómeno de 2003), las comunidades virtuales (Facebooksurge en 2004) y el  microblogueo (Twittermadura en 2006).  Aquellas  tecnologías surgidos durante la década de 2000 cumplieron una función crucial en las formas de la militancia que habrá que calibrar en otro momento.

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