Retorno a casa en bicicleta

Por Eddie Ortiz González/Especial para En Rojo

1. De regreso, pedaleo mientras formulo una frase en la cabeza: Forever haunted. I have tried. I have fucking tried and I’ll keep on trying. I might never win. But no one can say I never tried. Comienzo a pedalear a todo ritmo.

Pintura Elizam Escobar

2. Me detengo al lado de otro ciclista en la espera del cambio de luz en uno de los semáforos en la Ponce de León. Hey respondido con un hey. Sigo mi camino, pero él me alcanza, y abre la conversación con el asunto de las ráfagas de viento, y cómo nos zarandean las bicicletas. Chacho sí, le contesto. Esta madrugada iba por el Dos Hermanos y tuve que pelear una ráfaga chévere. Reímos. Seguimos pedaleando, pasamos al tema de los temblores, del empleo. Está desempleado desde septiembre pasado, precisamente el mes cuando por fin pude conseguir trabajo, ¿o fue agosto? Es oficinista, llevaba 10 años trabajando para una oficina que brinda servicios a comerciantes. Disimulado, miro su rostro. Debo ser 5 años mayor que él. Nos despidieron a los viejos, dejaron a los que contrataron bajo la nueva ley de trabajo, 10 años de trabajo, bróder, no falté ni llegué tarde. Silencio. Pedaleamos. Te entiendo, todo bien hasta que comenzamos a apestar y adiós muerto, que te espera el entierro. El chiste tiene un doble sentido para aliviar la situación, reímos. He enviado resumè a cuanto sitio, he ido a cuanta entrevista. Todos quieren experiencia, yo quiero trabajar, hago lo que sea, no ven eso. Lo sé mi pana. Semáforo. Paramos. Cinco minutos después me dice, pana por aquí sigo, ¿cuál es tu nombre? Eddie ¿Eli? No, Eddie. Como Eduardo. Cada vez más me encuentro justificando mi nombre a travès del de mi hijo. Me dice su nombre a la vez que se aleja. Juan, Javier, no alcanzo a escucharlo bien. Un pulgar hacia arriba es nuestro saludo, pacto y despedida.

3. Cruzo el Puente de los Masones, ya estoy en Hato Rey. Un tipo me salta al camino, me dice algo que no logro escuchar bien. Me detengo, ajá, dime. Papi que tengo periconvelsal. ¿Que tienes qué? Periconvelsal. Papi, ¿pe-ri-co-n-vel-sal? Mi cara debe leer qué puñeta me estàs diciendo cabrón, que no entiendo. Él mira mi cara y se da cuenta que no hay puente posible. Da media vuelta y se ocupa en lo suyo, esta vez me mira con recelo. A mí plin, cágate en tu madre, despuęs que no me toques ni a mí ni a la bici, estamos en paz. Sigo mi camino. A la entrada de la calle para casa es que me doy cuenta: Pe-ri-co-n-ver-sar. Ataque de risa. Tanta calle, y esa te pasó por el centro del plato. Periconversal, què cojones. Un vecino de la calle me vio hablando solo. Debe pensar que soy uno más de los que esta isla les ha tostado la cabeza.

 

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