Rosa Luxemburgo habla hoy: De la Revolución

 Rui Costa*

Especial para En Rojo

Las reflexiones inacabadas, y conocidas póstumamente, de Rosa Luxemburgo sobre la revolución rusa, fueron polémicas desde el momento en que sus lectores iniciales, sus compañeros de partido, leyeron la primera versión y aconsejaron a que Rosa no las divulgara. La razón para eso – razón siempre presente en la boca de algunos – fue que esto pudiera beneficiar a los adversarios, dándoles argumentos para atacar la revolución rusa. Aunque Rosa accedió a los argumentos de sus camaradas, Rosa sostiene, como escribirá en la versión que conocemos, que “el análisis crítico de la Revolución rusa con todas sus consecuencias históricas constituye el mejor entrenamiento para la clase obrera alemana e internacional” (18). La versión que posteriormente conocimos la escribió Rosa para su camarada Paul Levi quien la publicó cuando critica el putch fracasado por los comunistas alemanes en 1921.

No obstante las palabras iniciales de Rosa en estos artículos – “La revolución rusa constituye el acontecimiento más poderoso de la Guerra Mundial” (13) –, su divulgación desencadenará otras críticas, sea por Lenin, no directamente a Rosa sino al mismo Paul Levi, o por Lukács, en un capítulo de Historia y conciencia de clase.

Es importante señalar – antes de considerar estos artículos y sus críticas dirigidas directamente a Lenin y a Trotsky –, que para el mismo Lenin “a pesar de todos los errores, Rosa Luxemburgo fue y seguirá siendo una águila” (Notas de un publicista: 109). Este elogio de Lenin a Rosa solamente se percibe cuando se sitúa su crítica a aspectos fundamentales de la revolución rusa, como una crítica que comparte con los mismos líderes de la revolución otros tantos principios decisivos, distinguiendo esa crítica de otras que podrían hacer los sociales demócratas oficiales alemanes de la época. Así antes de dirigir nuestra atención hacia las secciones finales de estos artículos en donde se encuentran aquellos párrafos que dieron la notoriedad a La revolución rusa, importa identificar las líneas fundamentales del pensamiento de nuestra autora como aquí se presentan.

La Guerra de 1914-1918 había provocado en el Partido Socialdemócrata (SPD) alemán – el partido de orientación marxista más importante en toda Europa occidental – una importante cisión entre la mayoría que votó los créditos de guerra y un sector de izquierda que votando en contra se constituyó como el Partido Socialdemócrata Independiente. Esa decisión de la tendencia mayoritaria del partido, y contra aquel que había sido el discurso anterior de sus dirigentes, expresaba un conflicto más profundo en la orientación de este partido que se hará todavía más visible al final de la guerra, cuando empieza la revolución alemana. De acuerdo con el historiador Sebastien Haffner, “la revolución alemana de 1918 fue una revolución socialdemócrata sofocada por los dirigentes socialdemócratas” (Haffner: 12), momento en el cual este partido alcanza por primera vez la chancillería, aunque fuese desde el fin del siglo XIX el más votado.

La referencia inicial al apoyo de los socialdemócratas oficiales a la guerra le posibilita a Rosa Luxemburgo criticar a Kautsky, quien en ese año publicó un folleto titulado La dictadura del proletariado, contra el cual Lenin escribe La revolución proletaria y el renegado Kautsky. La critica que aquí Rosa dirige a Kautsky se dirige a la tesis según la cual “Rusia, por ser un país económicamente atrasado y predominantemente agrario, no estaba maduro para la revolución social y la dictadura del proletariado [… y] que la única revolución posible en Rusia es la burguesa” (14). Importa entonces, cuando leamos esas muy célebres palabras – “la libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad e absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente.” (58) – que leamos en ellas efectivamente cual es la critica exacta que Rosa Luxemburgo dirige a sus camaradas Lenin y Trotsky, porque es desde este ángulo que deben ser leídas.

Contra la socialdemocracia oficial del SPD alemán, Rosa Luxemburgo no cree que el atraso económico de Rusia implica lo que más tarde se conocerá en tantas partes del mundo como etapismo, o sea, la necesidad de que en países atrasados o subdesarrollados solo después de una revolución demócrata-burguesa consolidada será posible la transición hacia el socialismo. Sin embargo, existe un otro problema, que es la imposibilidad de realizar el socialismo en un solo país. Sin la “resuelta acción internacional de la revolución proletaria […] hasta los mayores esfuerzos y sacrificios del proletariado de un solo país inevitablemente se confunden en un fárrago de contradicciones y errores garrafales.” (17). Así, aunque un proceso revolucionario que busque alcanzar el socialismo empiece naturalmente en un país cualquier, ese proceso no puede detenerse en sus fronteras. Es esta la explicación de Rosa para que la revolución de 1905-1907 no pudiera desarrollarse, porque “despertó apenas un débil eco en Europa.” (16).

Además de la oposición a Kautsky, también la anterior crítica de Rosa Luxemburgo a Bernstein (en ¿Reforma social o revolución?) situaba su critica a Lenin y Trotsky como dirigentes máximos de revolución rusa como una desde adentro entre quienes defienden la necesidad de una ruptura revolucionaria.

Obviamente que en su época no era necesario recurrir a lo que hoy en día se designa de lawfare para derrumbar gobiernos, que no asistió en su tiempo a gobiernos como el de Salvador Allende que ganando las elecciones serían derrumbados por golpes militares. Rosa Luxemburgo creía que considerando la “psicología de las masas campesinas y de grandes sectores de la pequeña burguesía, y las miles de maneras con que cuenta la burguesía para influir sobre el voto” se hace “imposible introducir el socialismo mediante el voto popular” (39). Al fin de cuentas, si todos los socialdemócratas se debaten con el problema de como “ganar a la mayoría del pueblo”, para Rosa y en eso se diferencia de los socialdemócratas oficiales, no se trata de que primero seamos “mayoría” sino el “camino no va de la mayoría a la táctica revolucionaria, sino de la táctica revolucionaria a la mayoría.” (26). Además, si consideramos las elecciones en Alemania, desde la última década del siglo XIX, ya los socialdemócratas habían alcanzado la mayoría de los votos, pero no solamente el sistema electoral era injusto beneficiando los partidos conservadores, como ni siquiera el nombramiento del canciller y de su gobierno dependían del Reichstag, sino del emperador. Ese cambio en el sistema electoral y político que permitió que el canciller resultase de las elecciones generales solo se dio, de acuerdo con Sebastien Haffner, porque el jefe del ejército alemán Eric Ludendorff no quería ser conocido como el responsable por la derrota militar de Alemania en la primera guerra mundial, y prefirió así que un nuevo gobierno pudiera ser responsabilizado por esa derrota, aunque eso significara el fin del Imperio Alemán y el inicio de una república de base parlamentaria, la breve y trágica República de Weimar.

Así que finalmente llegamos a la crítica más importante de Rosa Luxemburgo a la revolución rusa. Una crítica hecha por alguien que, como Lenin y Trotsky, cree en la dictadura del proletariado, aunque como ella afirma claramente, se trate del proletariado como clase, y no de una fracción de este, no se trata de la dictadura de un partido y menos todavía de un grupo de dirigentes de este: “esta dictadura debe ser el trabajo de la clase y no de una pequeña minoría dirigente que actúa en nombre de la clase […] debe avanzar paso a paso partiendo de la participación activa de las masas […] bajo su influencia directa, sujeta al control de la actividad pública; debe surgir de la educación política creciente de la masa popular” (69). Desde esta perspectiva que es la de Rosa, la discusión sobre la asamblea constituyente versus los sóviets o consejos es menos importante – y su opinión cambió posteriormente – que cómo se ejerce el mismo órgano de poder. Así, cuando en un momento evalúa lo que designa como “la teoría de Trotsky” de que “toda asamblea electa refleja de una vez y para siempre sólo la mentalidad, madurez política y ánimo propios del electorado justo en el momento en que este concurre a las urnas” (48), Rosa Luxemburgo se le opone considerando que esa visión “niega aquí toda relación espiritual viva, toda interacción permanente entre los representantes, una vez que han sido electos, y el electorado” (49). No nos parece útil discutir si esta su visión es idealizante o utópica, sino antes subrayar que la posibilidad de que ese “fluido vivo del ánimo popular” (49), necesariamente plural, independientemente de en que órganos concretos actúa, es aquel que permite de acuerdo con Rosa combatir lo que de otra forma se volverá rígido, sin vida, burocrático. Las masas, más que espontáneas en lo que eso pueda parecer como denotando inconsciencia, son vivas, plurales, fluyen en movimiento constante. Esa visión biológica, vital, de las masas es también aquella que está presente en su concepción de la democracia y del socialismo. Así ante el peligro de la degeneración de la corrupción – en este momento hablando sobre los dirigentes sindicales alemanes – Rosa opone la “única antitoxina: el idealismo y la actividad social de las masas, la libertad política ilimitada” (65). Esta perspectiva dinámica, plural, vital de las masas implica que Rosa se oponga a los medios utilizados en el poder por Lenin, a “los decretos, la fuerza dictatorial del supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por el terror” a los que opone “la escuela de la misma vida pública, por la democracia y opinión pública más ilimitadas y amplias.” (60).

En la polémica de Rosa Luxemburgo con Lenin y Trotsky, es evidente como su concepción de transición hacia el socialismo implica una ruptura revolucionaria que sustituya la hegemonía de una clase social (la burguesía) por otra, y que a ese proceso se designa como “dictadura revolucionaria del proletariado”. Es a ese proceso que Rosa designa de dictadura, rechazando por completo la centralización del poder por un partido único y un diminuto grupo de sus dirigentes. El temor principal de Rosa Luxemburgo, como lo dice en un momento fundamental, es que “sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo. Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y experiencia ilimitada. Entre ellos, en realidad dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una elite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas –en el fondo, entonces, una camarilla– una dictadura, por cierto, no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir una dictadura en el sentido burgués” (61).

Sabemos que la “irrestricta libertad de prensa” no existió en países en que la centralización del poder en un partido único se verificó, pero también sabemos que esta no existe cuando los medios de comunicación social están en manos privadas de grandes grupos económicos, sabemos también que esa “interacción permanente “entre representantes y el electorado no existe ni siquiera en el cuadro de una democracia de tipo representativa en las sociedades capitalistas actuales, como tampoco existió en otras en que el poder fue centralizado dictatorialmente.

En síntesis, sabemos que el modelo de participación democrática y de ejercicio del poder de las masas que Rosa Luxemburgo defiende en estos artículos no fueron generalmente alcanzados. En sus críticas ella está consciente de que “una revolución proletaria modelo en un país aislado […] sería un milagro” (71), pero “el peligro comienza cuando hacen de la necesidad una virtud, y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados a adoptar en estas fatales circunstancias.” (70).

Obviamente que siendo asesinada en 1919 a las manos de un gobierno cuyo canciller pertenecía al mismo partido socialdemócrata en que había militado, Rosa Luxemburgo no pudo ver la evolución de la revolución rusa. No obstante, sus intuiciones sobre el peligro de la concentración de poder en un partido y un estricto grupo de dirigentes, y la imposibilidad de conseguir alcanzar el socialismo en un país sin que ese proceso se internacionalice, así como su conciencia de que “la realización práctica del socialismo como sistema económico, social y jurídico yace totalmente oculta en las nieblas del futuro. En nuestro programa no tenemos más que uno cuantos mojones que señalan la dirección general […] y las señales son principalmente de carácter negativo […] no hay programa ni manual de ningún partido socialista que brinde la clave.” (59). Por fin, y cuando hoy en día, en las izquierdas hay quien sostenga que cualquier crítica a un determinado gobierno de izquierda sirve siempre el imperialismo y por lo tanto debería callarse, también aquí la postura de Rosa Luxemburgo tiene mucho que enseñarnos.

El autor es un intelectual internacionalista portugués. Ha sido profesor de lengua portuguesa en Francia, Brasil y Puerto Rico. Aquí se doctoró en Estudios Hispánicos mientras como profesor y estudiante participaba en las movilizaciones por una universidad democrática y popular.

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