Sakoto Tamura

Por Luisa Vicioso

Conocí a Sakoto Tamura en El País de las Nubes, encuentro poético que organizaba Emilio Fuego en Oaxaca. Me hizo gracia que usara kimono en las ocasiones oficiales y su lentísimo andar con medias y calypsos.

Desconocía que en ese momento era la traductora por excelencia de la literatura latinoamericana en el Japón, y que había traducido a Borges, a Jorge Franco (Rosario Tijeras, Paraíso Terrenal y El Mundo de Afuera), al Gabo y a Mario Vargas Llosa (El Héroe Discreto y Cinco Esquinas), y que era miembro de número de la Academia de la Lengua de Chile por sus traducciones de la obra de Gabriela Mistral (su tesis doctoral) y Pablo Neruda.

Tampoco sabía que había traducido a Cesar Vallejo y a Julio Cortázar, y  que había publicado varios libros de poesía en castellano y ensayos, entre ellos: “Al sur. Lo poetas con quien me encontré”; “Y los caminos de 100 años de Soledad. Un cuarto de siglo con Gabriel García Márquez”.

Traductora, ensayista y poeta, Sakoto estudio literatura Hispanoamericana en la UNAM y Teoría de Expresión Poética en la Complutense de Madrid.

Premio de Poesía Contemporánea, Premio de la Tierra, Premio de Traducción, Premio de Cultura, Premio Centenario Azul, Premio Pablo Neruda, Gran Premio de Poesía de Rumania, Sakoto era profesora emérita de la Universidad de Tokio desde 1989.

Desde que la conocí me propuse interesarla en la poesía nuestra y aprovechando la Feria del Libro dedicada a Aida Cartagena Portalatin, cuya poesía le presté y la impresionó, logré que (financiándose el viaje) viniera a Santo Domingo, junto con las poetas Camille Aubade; Leda García ;  Graciela Genta, y Adela Fernández (hija del Indio Fernández), novelista y especialista en cine.

Anuncié su llegada, informé quien era, pero como era yo que la traía se impuso la mezquindad sobre la oportunidad de ser traducidos al japonés y Sakoto solo llegó a conocer a César Zapata, nuestro edecán, cuya poesía por cierto le encantó.

Para mí era incomprensible tanta estupidez (esto saldrá en mis memorias literarias, las cuales pienso publicar antes de morir) y se me caía la cara de vergüenza cuando el entonces ministro de cultura se negó a recibirla (quizás no quería evidenciar su ignorancia), ni ninguno de los llamados poetas reconocidos, quienes pensaban que ignorándola me ignoraban a mí.  ¡!!Islamismos de la ignorancia!

¿Qué me queda de su visita?

Su asombro cuando fuimos a Barahona, a la Casa de Tarzán, cortesía de Polibio Díaz.  Era tiempo de mangos y el camino estaba tan lleno de mangos que el vehículo resbalaba. Sakoto estaba en éxtasis y repetía con un mango en la mano:  ¡En Japón cinco dólares!

¡!!Ese día fuimos millonarias!!! 

¡!!Paz!!!

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