San Felipe nunca salió de la Isla

 

En Rojo

¡Cuántas cosas que han desaparecido en estos últimos tres años! A raíz del Huracán María se levantaron como hojas de zinc en medio de los vientos olvidos, recuerdos, evidencias, ocultamientos. La pobreza siempre estuvo ahí. Ahora la vemos sin esconderse. Sin escondernos. El abandono de nuestra memoria también, de manera paradójica, se muestra como un recuerdo siniestro.

Siempre hemos tenido que sufrir huracanes. Un plena que probablemente sea del 1928 se cantaba hasta hace muy poco en alguna esquina:

Temporal, temporal, allá viene el temporal.

Temporal, temporal, allá viene el temporal.

¿Qué será de mi Borinquen, cuando llegue el temporal?

¿Qué será de Puerto Rico, cuando llegue el temporal?

Ese septiembre de 1928 el Huracán San Felipe azotó con fuerza mortal a la isla de Guadalupe. En Puerto Rico lo esperaban por el sur. A las 2:30 p.m. del jueves 13 de septiembre, entró por algún punto entre Guayama y Yabucoa.Guadalupe, Guayama, huracán, son en mi memoria poesía de Palés Matos. Busco esa memoria en libros y revistas. Cinco días después del huracán el poeta de Guayama escribió a María Valdés Tous -quien sería su segunda esposa- una carta.

Como el auto no podía seguir viaje me encomendé a mis piernas e hice el camino desde Caguas a Guayama (unos sesenta kilómetros) a pie firme, atravesando el enredo de los árboles tronchados y caídos sobre la carretera y hundiéndome en el fango hasta la rodilla. El desastre que contemplé durante todo el recorrido es realmente pesadillesco y no quiero entristecerte con la narración de escenas de dolor y desolación que presenciaron mis ojos. Llegué a Guayama desesperado, como podrás suponer, pues tenía la convicción absoluta de que mi casa, tan vieja y frágil, había sido barrida por el huracán. Cuando pasé frente a ella solo vi un montón de escombros. Entonces supuse que mi familia había quedado aplastada bajo las ruinas y me puse a removerlas desesperadamente, hasta que un vecino se me acercó informándome que todos habían podido refugiarse en la casa de Don Eduardo McCormick, que está cerca de la mía. Allí encontré a mi pobre gente llorando. Mamá me hizo historia de lo ocurrido. En Guayama no se creyeron las noticias ciclónicas que había circulado el Bureau del Tiempo y por lo tanto no tomaron las precauciones indispensables. Al fin quedaron cuatro paredes bamboleantes… Me regresé por Yabucoa porque el camino de Cayey permanece obstruido. Por donde quiera que se pasa se ve la obra destructora del huracán. Escuelas, fábricas, centrales azucareras, palmeras enteras, caseríos completos, todo se ha venido abajo. (Carta de Luis Palés Matos a María. 18 de septiembre de 1928. En Mairena. Año 1, Núm. 1, primavera de 1979)

En diciembre de 2020 pienso en los incendios, en la desidia, en los toldos azules que aún quedan de un huracán de hace tres años. Y pienso, como Palés, en que “Escuelas, fábricas, centrales azucareras, palmeras enteras, caseríos completos, todo se ha venido abajo” y que solo nos tenemos a nosotros para reconstruir, para salvarnos del olvido.

 

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