Será otra cosa: Cabezas rapadas

«Me siento mejor de lo que me veo”, le respondo bajo mi mascarilla a un amigo que pregunta por mi salud. Alentada todavía por la buena prognosis, casi con entusiasmo, he atravesado el primer ciclo de la quimio –la temida colorada– con pie firme y mejor estómago. Lo que no he podido evitar es quedarme calva. Desde hace unas semanas salgo con turbante, gafas y mascarilla a las pocas actividades que asisto, y parezco una persona enferma, o al menos una persona distinta: una asaltadora de bancos, una adivina posmoderna, una señora extravagante. Asumo el disfraz y procuro no mirarme demasiado en los espejos, porque confío en que todo es por mi bien, que es una condición pasajera. No puedo evitar, sin embargo, que amigos y vecinos sientan lástima al verme así, tan rarita.

Ataviada de esta forma he ido a una cita médica, y en la sala de espera del hospital se me acerca una de las voluntarias del Centro. Me ofrece gorritos, sombreros y pelucas gratis para sustituir mi turbante casero. Le respondo que “me siento mejor de lo que me veo”, que muchas gracias, que he optado por emborujarme la cabeza con trapitos de colores porque los gorritos y las pelucas dan mucho calor. Me dice que está de acuerdo conmigo y añade, por lo bajito, que conoce muy bien lo que se siente, pues ha pasado “por esto” hace unos años. Después de un silencio incómodo, se atreve a hacerme una confidencia: extraña la agradable sensación de la ducha fresca sobre el cráneo. Le regalo una sonrisa cómplice y agradecida.

De hecho, me ha sorprendido enterarme de que una de las razones más comunes entre las mujeres para rechazar el tratamiento de quimioterapia sea, según se rumora en la internet, el temor de perder el pelo. Se me hace difícil aceptar que sea la vanidad lo que haga titubear a alguien ante el remedio para una enfermedad, pero luego descubro que hay más que eso. No se trata tanto de perder un elemento de nuestra identidad o de verse menos atractiva sino de descubrir en una misma el aspecto frágil y vulnerable que nos deja la cabeza pelada.

No ayuda la asociación de la imagen con la humillación y el castigo. Los aficionados a las series televisivas, recordarán la imagen de la pobre Cersei Lannister (Lenna Headey), pelona y desnuda en uno de los episodios de Game of Thrones de George R. R. Martin. La otrora villana es en este episodio persona digna de lástima y nos conmueve verla, rapada y vulnerable, recorrer las calles de la capital en su paseo de penitencia hasta la Fortaleza Roja. Para la mirada contemporánea, el paseo de la incestuosa, maquinadora y también cruel reina caída en desgracia, es eco ficcional de las imágenes históricas de las francesas represaliadas por confraternizar con el enemigo, miles de mujeres avergonzadas en público, después de la caída del régimen nazi en Europa. Años antes, con menos fanfarria pero parecida misoginia, se usaba este método para vengarse de las mujeres republicanas en los primeros meses del levantamiento militar en España, en 1936. Así lo atestiguan las pocas fotos conservadas en archivo y publicadas por primera vez hace poco más de treinta años.

Entre estas fotos, destaca la imagen del coro de Montilla, ciudad mayoritariamente republicana hasta el 18 de julio de 1936, cuando cae fatalmente en manos de los fascistas. A las jóvenes y al director del coro, que solían ensayar en la Casa del Pueblo, se les rapó la cabeza y, después de forzarlos a tomar aceite de ricino para que “arrojaran el comunismo del cuerpo”, se les hizo marchar por las calles cantando el himno fascista. Un detalle añade aún más al gesto perturbador: a las chicas les dejaron un mechoncito de pelo en la coronilla para adornarlo con los colores de la bandera monárquica. La foto, originalmente de la Biblioteca Manuel Ruiz Luque, aparece publicada por primera vez en el libro La guerra civil en Córdoba (1936–1939) de Francisco Moreno Gómez (1985) y en la portada del libro de Arcángel Bedmar, Los puños y las pistolas. La represión en Montilla (1936–1944) publicado en el 2001.

El blog de Arcángel Bedmar (https://arcangelbedmar.com/2017/02/13/la–fotografia–de–las–mujeres–peladas–en–montilla–durante–la–guerra–civil/) muestra en su encabezado la perturbadora fotografía de las niñas haciendo el saludo fascista. La de la izquierda hace un gesto como para alcanzar algo. La del frente parece cansada de esperar por el fotógrafo. La del medio, adornada con unas pantallitas colgantes, está acostumbrada a sonreír para la cámara. Sólo tres de ellas parecen sonreír y jamás sabremos qué está pasando dentro de esas cabecitas lastimosamente rapadas.

En enero pasado, una exposición en España, Memoria de las rapadas, curada por las hermanas Mónica y Gema del Rey Jorda, recupera la memoria de las mujeres rapadas en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MUVIM). Las hermanas se animaron a hacer un performance antes de la exhibición, en el que se raparon una a la otra y se exhibieron como mujeres escarmentadas en una camioneta, tal como sucedió en ese pueblo ochenta años antes.

Valga apuntar que durante la oleada de conflictos obreros del tardofranquismo, en los cuales las mujeres tuvieron una participación importante, se volvió a la práctica del rapado, ahora como parte de la tortura. La cabeza rapada se asocia a la desfeminización, una agresión a la identidad. El franquismo percibe acertadamente el peligro de la disidencia femenina, tan poderosa, y se encarga de “poner en su lugar” a las mujeres republicanas y, con ellas, la revolución social y las nuevas propuestas de la modernidad.

Resulta irónico que tiempo después, ese mismo elemento – la asociación de cabello y feminidad – sea utilizado por las propias mujeres como recurso de rebeldía: cantantes, actrices, activistas, heroínas aparecen desafiantes y absolutamente calvas ante la opinión pública o ante rabiosas multitudes y archi–enemigos representantes del patriarcado. De todas, mi favorita es la joven Emma González, cuya iracunda arenga anti–armas atrajo el odio estúpido de la derecha gringa más retrógrada y cruel. En mi imaginación la coloco al amparo de las también pelonas siluetas de Furiosa de “Mad Max” y Oyoke de “Black Panther” (¡cómo olvidar la peluca voladora!) en una especie de trío vengador. La imagen protectora compensa por mucho, toda la ira ciega contra las mujeres valientes de la historia.

Esto me devuelve la paz frente al espejo. Pienso en las cabezas pelonas de la historia y la ficción, en el largo camino que les espera a las iracundas mujeres por recorrer, en lo mucho que ya han recorrido y resistido, en las muchas personas que sufren los efectos de duros remedios para duras enfermedades, en lo bueno que es sentir el agua fresca sobre la cabeza pelada… en el frío que se siente siempre en los hospitales. Entonces escojo otro pañuelo colorido, me emborujo la cabeza, y salgo a la calle.

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