Será otra cosa: De delirios, espejos y espejismos: la escoba del pequeño Eddie Munster en la Milla de Oro

Busco una casa barata y de piedra allá en Bormida, la villa italiana de 394 personas donde el alcalde está donando 2 mil euros a cualquiera que se atreva a mudarse allí. Asegura el señor alcalde que los alquileres están a 50 pesos y yo me deslumbro. Busco los argumentos con los que convenceré al prójimo de nuestra mudanza masiva, la fuente de generación de fondos para nuestra vida en Bormida, cómo exactamente llegaremos allí. Levanto los ojos brevemente de la computadora y tengo la macacoa de encontrarme frente a frente con los ojos de diablo del gobernadorcito embrionario, ahí donde siempre, balbuceando sus necedades al país. Decretado, me digo. Nuestra mudanza a Borida es cada segundo más inminente. Excepto que cambio de búsqueda. “Yucatán lluvia”, ingreso pero no quiero abrir enlaces misteriosos. “Balcones orilla”, “ruinas”, “cenotes”. Con estas cuatro palabras reveladoras decreto mi próxima mudanza a la península de Yucatán. Busco evitar pensar en la policía, en la huelga y en Nina, la muchacha presa. En todo lo que está pasando y va a pasar.

Regreso los ojos a este mundo y me encuentro de nuevo con el pequeño Eddie Munster, en su ensayo perenne de adultez. Esta vez se encuentra haciendo que barre el piso (literalmente, sí), no en mi barrio, donde los tecatos de al lado echan toda la basura en la acera. Donde el grafitti insiste una y otra vez, por encima de la pintura que el vecindario vuelve a pintar. No, el pequeño Eddie Munster está en la Milla de Oro.

Mire que una ha visto gobernantes arrodillados y serviles en Fortaleza. Pero, aún acostumbrada a la dinámica del siervo de turno, es igualmente repulsivo ver al muchachón llegar a la Milla de Oro a recogerle los vidrios y pintarle las paredes a la Junta y los banqueros. Es decir, a los individuos más poderosos del país, los que no necesitan la atención ni conmiseración de un gobernadorcito embrionario; los que no solo figuran como co-responsables de la crisis económica sino que también se lucran de ella.

De hecho, en medio de mis delirios de mudanzas exóticas, pienso que cada vez entiendo menos a estos estadistas ‘demócratas’. El presidente del Senado, por ejemplo. Si tanto se las da de guapetón y está tan en contra de la Junta: ¿Por qué no apoya la huelga de los estudiantes? ¿No están los estudiantes, precisamente, desobedeciendo las órdenes de la Junta? Para ser constante con su discurso, ¿no tendría Schatanás que apoyarlos más bien? A ellos y a los trabajadores. Lo he visto hablar directamente de que no acataría medidas de austeridad para los más “vulnerables”. Lo dijo hace un par de meses. Justo antes de cerrarle el Capitolio a la gente, estudiantes, trabajadores, cabilderos ciudadanos, los “vulnerables” que se levantan ante la explotación.

Es como cuando se jacta de ser tan bravo, todo un guapetón de barrio, ¿Y entonces por qué usa a la Fuerza de Choque como escolta personal?

Ninguno de estos dos individuos puede venir a hablarnos de violencia mientras le barren el piso de los acreedores de una deuda inmoral y fraticida. ¿Qué pensaron? ¿Que ellos serían los únicos que “romperían” la ley (para citar al genio del Gobernador? ¿Quieren imponer pobreza, opacidad, contratos jugosos para los verdugos del país, exilio, muerte a la Universidad, a la salud de los pobres pero que nadie les responda como se merecen?

Romper cristales, pintar consignas con graffiti son actos de expresión que sin duda tienen consecuencias legales, sobre todo si los llevas a cabo a plena luz del día en medio de una manifestación masiva. Pero cualquiera de esos jóvenes que ha sido arrestado aleatoriamente por resistir con una mínima parte de esa misma violencia que el Estado les imparte a ellos y por expresar su renuencia absoluta, su indignación extrema, tiene más estatura moral que estos fantoches impúdicos que todavía pretenden dárselas de decentes.

El delirio de mi vida apacible y barata en Bormida, en Yucatán o donde se instale mi próxima fantasía nomádica tendrá que esperar. Primero hay que romper, ya no solo los espejos sino los espejismos en este país.

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