Será otra cosa: El punto de vista es el agua, sobre Mangle rojode Sabrina Ramos

 

Por Mara Pastor/Especial para En Rojo

En estas semanas extraño flotar bocarriba entre los mangles, contemplar un ecosistema que, silenciosamente, nos agrande. En el futuro quisiera volver a nadar en los canales de un bosque de mangles rojos. Quien haya ido a la isla de Guilligan o a la playa Manglillos de Guánica sabe a lo que me refiero. Para llegar a Manglillo hay que tomar la salida hacia Playa Santa, atravesar un vecindario de casas playeras hermosas, todas prestas para mi fantasía recurrente de vivir en ellas.

De todos los tipos de mangle, el rojo, también llamado zapatero o gateador, se expande, es decir, gana territorio. El sustrato fangoso, como un cultivo liminal, va recibiendo la implantación de sus plántulas. El mangle rojo es vivíparo, es decir, produce semillas que germinan antes de separarse de la planta madre. Cuando flotas o nadas en sus canales contemplas algo así como un familión. Esa estrategia de viviparidad y la capacidad de la plántula para crecer en sustrato suelto le ha permitido al mangle rojo ser la especie pionera en el establecimiento de nuevos manglares en la orilla y en los islotes. “Crece como mangle rojo” podría ser algún proverbio del sur. El mangle nos invita a pensar en la memoria familiar, sus modos rizomáticos de extensión, como sugiere el término en latín para el mangle rojo que es “rhizophora mangle”.

En esta nostalgia expansiva los invito a leer o releer  “Mangle Rojo” (Secta de los perros, 2016) de Sabrina Ramos Rubén, en donde nuestra mirada de lo familiar se transforma como el sustrato de fango del mangle. Estos versos son adyacentes, contienen también lo que se pudre para volverlo en otra cosa, aquello que la intimidad devela, aunque no lo quieras ver, y te sorprende con la candidez que se sorprenden los niños (como hace un tiempo que, estando en la playa Manglillo de Guánica, una amiga nos alertó sobre un pez volador en etapa temprana, siendo amamantado por las aguas de su mangle rojo). Poemas de agua oscura porque: “El agua oscura acuna mansa los botes”, poemas con formas para cuidar al que lee.

Nos dice la poeta que anhela “la crueldad de los erizos”, nos muestra a la abuela mirando a sus nietos “en el muelle pálido de la sal” o “los dedos de la hija buscando conchas púrpuras sobre la arena”. Pensar el concepto de lo manglario nos lleva a pensar acciones de profunda transformación, cambios constantes con el entorno, materia orgánica en expansión:

Pregunté si sentías la corriente

la fuerza sutil del marullo

la succión imperceptible de las olas.

Hoy la luz tan nacarada como la arena

tu barba bermellón fue poblada por canas tiernas

y tus ojos anidan

en un barullo cálido de arrugas

Tus iris,

las miles de algas verdes flotando con la marea.

Este libro nos muestra también una voz que se narra acompañada. La transformación de la barba en raíces de mangle que luego son canas ocurre como acto que contemplan dos personajes, otro milagroso caldo oscuro como el vientre. La manera en que el cuerpo y, especialmente, los cuerpos de los seres amados se transforman en personajes o criaturas de la fauna del mangle o en elementos de su flora van ambientando el libro de un modo muy seductor, acaso como el movimiento del agua en los canales:

Tejiste nudos morados en mi espalda

Eras un pescador

que remendaba

redes entre las piernas de la luna.

Y es que una de las características más importantes del mangle rojo es que sus raíces, que son raíces madre, filtran el agua de mar evitando que la sal pase al interior de la planta. Así, proveen sostén al árbol, reducen la velocidad de las corrientes y promueven la sedimentación, trayendo como consecuencia la formación de nuevo sustrato.

Este es un libro dorsal, que deja la espalda a vista.  El punto de mira es el agua: voz que acaricia con ternura los cuerpos y los ve flotando, como la corriente en los canales o el jabón en la espalda del hijo:

Pienso en la dignidad (…)

Vive en mi saliva y sudor

en el óculo de mis ancestros

en la ternura de las manos

al untar jabón

en la espalda de mi hijo.

Conocemos bien la recurrencia de las formaciones hídricas en nuestro territorio literario. Es el Litoralen Palés o La Charcaen Zeno Gandía, como señala E.S. Ortiz González en la solapa del libro. Pero a diferencia de la charca, el mangle evoca otro movimiento y otra percepción. En el mangle, no hay estancamiento, sino otra velocidad de composición, siempre hay corriente y, en eso, también hay una imagen antónima a esa otra constante metáfora nacional de estancamiento, tapón o, más recientemente, aislamiento.

Vuelvo a celebrar este poemario, promesa de futuros manglares, de una voz que se ha expandido para crear costa y no dejar de sorprendernos, un poemario que nos invita a transformar la percepción, como se transforma la sal en oxígeno entre las raíces del mangle y “guardan en la sombra/ las memorias de seres que devoran/los respiros de los vivos”.

 

 

 

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