Será Otra Cosa: La gata, la playa y la dignidad 

     

Especial para En Rojo

             La gata que perdió parte de la cola, y quién sabe cuánto más, aparece algunas noches. Se acerca a la casa manteniendo prudente distancia. Toda una estatua, espera mi salida. Me mira. Me dice. O no. Intento escuchar su silencio.

Le canto cancioncitas tontas mientras busco su comida. Ella, impávida. Se aleja un poco más cuando me acerco con el platito. Se detiene a mitad, con las patitas traseras listas para dar el salto de escape, y voltea a ver, a ver si yo, a ver si yo le doy o le quito. Mientras camino, muy despacio, agito el platito para que escuche las bolitas de comida. De todos modos, previene. No creo que pueda creer en amores humanos.

Hace unos años, con ayuda de una querida rescatista, la atrapamos varias semanas después de su más reciente parto, que fue en el patio de casa. La llevamos a vacunar, a esterilizar y a examinar de salud. Mi amiga rescatista se ocupó de los gatitos bebés para que fueran adoptados a través de su fundación. En casa, hicimos todo al alcance para que, a su regreso al barrio, se quedara. O, al menos, que fuera y viniera. Terminé por entender que Safo, como ambiciosamente la habíamos llamado, tenía todas las razones imaginables para no confiar en nuestras buenas intenciones. Lejos de perdonar nuestra audacia de apresarla, se fue de la esquina de casa. La veíamos una que otra vez por calles aledañas. A veces salíamos en su búsqueda, sólo para verla a la distancia. Cuando teníamos éxito, que era casi nunca, nos amelcochábamos. Mi resignación ante su huida tomó mucho tiempo, pero terminó por imponerse.

Ahora, esta segunda vuelta de proximidad ha sido resultado directo de la pandemia. Eso creo. Mientras me quitan los abrazos, se me da la gata. Sé que es irracional. Pero lo creo. Le dejo el platito cuando aparece. Me retiro a la distancia propia del respeto a su reticencia. Ella, una vez constatada mi partida, se acerca, come, en estado de alerta, levantando la vista a cada segundo. Come poquísimo. Pero es algo. Y sigue viva. Tras escasos minutos, su diminuto cuerpo de colores pegado a ojos amarillos se voltea y se va a la intemperie dura y libre de sus noches y sus días.

Nononononono, tú sabes que no va a pasar nada, tú sabes que ese ruido no es acecho ni ese otro tampoco, son pajaritos yendo y viniendo, animalitos de mar en lo suyo, intentando sobrevivir la crisis climática y el asedio humano, tú sabes que es de día, es de hecho tempranito, y lo peor peor es de noche, tú sabes que cerca hay apartamentos y te fijaste bien al llegar que había dos, tres personas en sus balcones y un señor limpiando la piscina de ese complejo y hasta te pareció ver a la distancia, allá tras los barrotes de la verja, un guardia de palito dando sus rondas, y seguramente cualquiera de esas personas haría algo si te ve en peligro porque te has colocado deliberadamente en un ángulo en el que pueden verte, aunque pensándolo mejor, la verdad es que están bien lejos, hay más de cien pies de distancia entre esas personas y tú, pero acuérdate que estás corriendo dos, tres veces en semana y seguramente podrías escapar rápido, y estacionaste el carro bien cerca y en reversa para que quedara mirando en dirección a la calle y pudieras salir de una vez, y a pesar de que llevas meses y meses esperando este momento en que puedas contemplar cobitos y garzas de mar y dar vueltecitas en el agua y practicar un chin de meditación y hacerte este sencillísimo regalo de cumpleaños en un país que quita de todo, pero al menos aún te da el sol y la playa y la distensión de flotar flotar flotar, dejarte ir, descansar, finalmente descansar, aunque sea un ratito, media hora, voy rápido y vuelvo rápido, ya sabes, a la playita que es aquí cerca, sí sí, tendré el celular a la mano en todo momento, ¿ves?, no podías ponerte a flotar porque ahora no tienes el celular ni las llaves del carro entre los dedos, y flotando descansas del mundo, sí, no lo escuchas y ése es el punto, sí, no escuchar por un ratito, ausentarte, tener calma paz sosiego,pero si no escuchas, ¿cómo vas a saber si alguien se mete al agua y viene hacia ti?, así que levanta la cabeza, levántala, ay, ese hombre que acaba de llegar haciendo escándalos con su motora en la calma matinal, ¿se va a meter al agua, se va a meter?, correr no te va a servir de mucho estando en el agua, y nadar, nadar, bueno, no te sale tan bien ni tienes tanta estámina para lograr escapar a nado, y de todos modos si te sales a tiempo del agua para prevenir el ataque, por qué rayos te pusiste chanclas de meter el dedo, si sabes que siempre es mejor tener zapatos que te permitan correr rápido, y si tienes que calzar las chanclas a la carrera te vas a resbalar y terminarás dependiendo del guardia de palito o de la señora que pasó horita paseando sus dos perritos, con quien hablaste en parte porque siempre quieres pensar que el encuentro con les demás es de bien y que por qué sospechar nada y que ya tenemos más que suficiente con el pánico al contagio que nos ofrecen les otres como para también no hablarles a diez pies de distancia y con mascarilla, pero sabes que una partecita de ti, la más más, la tan tan, la de adentro adentro, le habló para que ella supiera que tú estabas allí en la playa caminando ese trechito pequeñito, y que estabas sola y que, si pasa algo, ¡qué pesadez la de ese “algo”!, ¡qué carga de lo bien sabido, pero no dicho!, usted sabe, señora, aunque no se lo diga, que quiero que me auxilie y que yo le auxiliaría igual si le pasara a usted porque las mujeres sabemos, y que el señor de la motora es sólo eso, un señor en motora que, como tantos señores y no tan señores, no tiene mucha conciencia sobre las bondades del silencio, pero ¿ves?, ya viste que sólo está contemplando el horizonte, que también quiere despejarse, descansar por fin, ay, chica, pero no te sientas tan mal por eso, no te tortures, la verdad es que tú no quieres pensar mal, no quieres no quieres no quieres, pero están secuestrando y violando y asesinando mujeres, adolescentes y niñas a dos por tres todos los días, y tú además no necesitas ninguna de esas atroces noticias recientes para saberlo porque a las mujeres esto se nos enseña desde el alumbramiento: que de la vida, hay zonas enteras, tiempos profundos, sensaciones amplias, deseos palpitantes, que nos son vedados porque somos mujeres; que nuestros cuerpos son, en sí mismos, concebidos como armas contra su propia integridad y, sí, dignidad; que, aunque “no pase nada,” siempre está pasando algo que lo es todo, esto es, el terror, que es una forma de morir, de que se nos violente y de que no lograremos escapar a tiempo.

Foto: Mari Blanca Robles

Mirar la pandemia desde la perspectiva de género que la descarada y arrogante ignorancia de César Vázquez y su pervertida noción de dignidad entiende tanto como cualquier otro asunto de gobierno, que es nada, nada de nada, te enseña que el estado de pavor provocado por un “enemigo invisible” que podría matarte, o romperte para siempre, igual por vía de un extraño o de un íntimo conocido, y que, como resultado, te impele al encierro y a privarte de tanta vida, es la condición fundante de las vidas de las mujeres y de las subjetividades feminizadas. Sólo cuando el patriarcado se entienda como un covid milenario, y a César Vázquez y sus secuaces como vectores del contagio mortífero, podremos cesar de tratar estos asuntos como “diversas perspectivas” que se enfrentan en un diálogo democrático y comprender que una de esas visiones persigue, activamente, la explotación y la muerte de la otra, por lo que nunca es diálogo, sino cruzada.—

Al exclamar, junto a tantas, ¡vivas nos queremos!, me refiero a solas o acompañadas, en la playa y donde nos dé la gana. Y también me refiero a Safo y a todas las gatas como ella.

 

 

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