Será Otra Cosa: La sutil belleza

 Especial para En Rojo

Decidir por la belleza sutil es una postura revolucionaria. Contrario a lo esperado, prefiere observar a la hembra que al macho. Es difícil no dejarse deslumbrar por el brillante azul de ese cuerpo bamboleándose por el talud, aún más, obviar el racimo de ojos dorados, azules y violetas de la larga cola.

La niña, feliz de tirarle arroz a la pava, admira su cabeza. Sus ojos se detienen en el cuello verde, en la máscara blanca que delinea la cabeza y en la corona que lleva por cresta. Frente a un animal tan grande y precioso como ese, el goce de la niña es terrorífico. La suma de susto y placer frente a la hermosura se vuelve una mezcla rara en su pecho, pero la criatura valiente no amaina y, aunque desde cierta distancia, continúa extendiendo su bracito para alimentarla. Piripiripiripi. Piripiripiripi. La mujer que la acompaña disfruta de la escena.

La niña tiene cinco años. ¿Qué podría decirle a una mujer que ha vivido más de media vida? Decirle, como apalabrar un consejo o una recomendación, sería imposible, inverosímil, ridículo. La mujer la mira nerviosa, en realidad, avergonzada. No quisiera encontrarse en ese lugar. No hay derecho, piensa, de exigirle tanto a la infancia. Debería ser yo quien manifieste seguridad sobre el futuro, quien declare en palabras esperanza en el mañana, cavila. Ensaya en su cabeza las mil frases que oyó de niña. Más abajo vive gente, palante es que es, se pierde todo menos la esperanza, no hay mal que dure cien años, de la esperanza vive el pobre, pa tras ni pa coger impulso; incluso, recordó las palabras favoritas de una amiga ante la desventura: las bendiciones vienen disfrazadas. El refranero de la adversidad se expande, se ha vuelto un gordísimo diccionario para soportar la incertidumbre en un país ruinoso. Consultarlo es ya ritual cotidiano, una forma de sortear la desesperanza. Ninguna expresión le parece suficiente, sobre todo porque sabe que sus ojos transparentan el amasijo de tristeza de su interior.

La niña, decidida, comienza a hablar. De su boca salen palabras inusitadas para su edad. No te preocupes. Confía, todo estará bien. La mujer se avergüenza nuevamente. Decide, para salir del impase, hacerse la desentendida. Finge que la niña le habla al animal. Eso será hacerse la loca literalmente.

A veces se nace madura. Resistente al calor y a los vientos fuertes. Hay niñas que protegen a sus mayores como árboles gigantes. Así como mujeres sabias de pueblo pequeño, llenas de arrugas y con ojos que más bien parecen noches calmas, esas niñas consuelan. Incluso, tienen la facultad de aconsejar. Algunas son tan sabias que bastaría su mirada para sentirse acogida en ese rincón de seguridad que puede ser una niña. Tranquílate. Todo estará bien. Cuando una niña sabia pronuncia el consuelo, se siente el agua salada y tibia sobre las mejillas. El agua salada se vuelve manto traslúcido que calienta el alma. Los adultos no pensamos en el llanto como remedio a nada, ni siquiera a la tristeza o la frustración. Habrá que ver lo que preocupa una lágrima. A la niña sabia le resulta tan natural el llanto que no asoma susto en su mirada. Posa sus manitas sobre el rostro mojado y se entretiene secando las gotas con sus minúsculos dedos llenos de arroz. La mujer iba a detenerse en la belleza de esas manos, pero al sentir el peso y la caricia del cuerpo infantil que se acurruca sobre su cuerpo grande, se estremece. No te preocupes, saldremos de esta, le dice la niña con el regalo de una sonrisa. No hay cifra, medida, valía para una sonrisa como esa. No es solo el delicado movimiento de los labios cuando suben, enseñando la exacta fila de dientes. Es también la mirada tierna que la acompaña. Y las palabras, sobre todo las palabras que enarbola una dulce voz. Todo estará bien. Sobreviviremos.

 La pava deja de picar. Levanta su cabeza coronada y echa a andar.

 

 

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