Será otra cosa: ¡MEI-DEI!

En algunos de los anticuados muñequitos sabatinos de mi niñez, los tripulantes de un avión en llamas o un barco inundado corrían a buscar el paracaídas o el salvavidas, gritando “Mayday! Mayday!”. Aprendí así a pensar en “May-Day” como una expresión de alarma, de alerta, de catástrofe, de sálvese-quien-pueda. Durante mucho tiempo, aún después de dejar atrás los muñequitos, creí que se trataba de un producto de la Guerra Fría y del miedo a todo lo que apestara a “comunismo” o “socialismo”. Después de todo, el día conmemora los eventos (y sacrificios) asociados a las protestas de los trabajadores en Chicago en 1886.

Ricardo Rosselló es más joven que yo, pero al parecer veía los mismos muñequitos.

Dos días antes de nuestro “MayDay”, al gobernador le dio por dirigirse al país. La mayor parte del real estate de su mensaje constituye una advertencia: su gobierno, dijo, estaría observando atentamente a “los que se manifiestan públicamente”, y violenten “la ley y el orden”, con actos de “desorden y vandalismo” vinculados a “motivaciones políticas”. El gobe parecería estar esperando esta violencia con entusiasmo: su expresión evoca la de un niño de pesadilla en la víspera de su navidad. Los jueces (a quienes también, advirtió, estará “observando”) castigarán debidamente a los “responsables”. Culminó dejando claro que no permitirá que “los delincuentes se apoderen de nuestra isla”, y encomendándonos al dios de los cristianos.

Otras figuras le hicieron de coro griego a la tragedia, denunciando a priori la violencia hipotética y normalizando el neo-carpeteo en las redes sociales. Durante y después de la marcha, la mayor parte de la prensa tradicional le hizo eco a ese tono mani-duro, enfatizando la “violencia” y el “vandalismo” de la marcha e invisibilizando lo que a todas luces fue una actividad exitosa y multitudinaria, llena de amor, elocuencia y generosidad. Publicaron muchas fotos de encapuchados y cristales rotos, y muy pocas de las sonrisas, los abrazos, los letreros creativos. De las mujeres, hombres, niños, y ancianas marchando en familia. De las organizaciones y grupos cantando, bailando, regalando consignas y flores. De las teatreras, los músicos, las bailarinas. Esas fotos, y las de la multitud –las columnas desbordando las calles que, al unirse, tornaron los reclamos individuales en un grito universal, colectivo y contundente– las vi mayormente gracias a mis amigos virtuales y medios alternativos.

La sinergía de fuerza y belleza del día me resultó parapélida. Pero al parecer no tocó el corazón y la lengua (bastante larga) de los creadores de opinión con mayor influencia en el país. “La manifestación comenzó pacífica pero se tornó violenta”. “Violenta”, “ineficaz”, “un fracaso” lleno de actos e individuos “criminales”. Esos analistas, columnistas y figuras políticas se empeñaron y empeñan en atacar la ilusión del día, en ahogar los esfuerzos de planificación posterior. “Con la protesta de hoy, los manifestantes han perdido el apoyo de la mayoría del pueblo.”

Ese mundo que los sentidos de Ricky y los suyos captan no se parece al nuestro. Se parece más bien al mundo de ese anaranjado presidente norteamericano que ve gentes que nadie vio, escucha aseveraciones que nadie dijo, comparte noticias investigativas que nadie investigó –y, como el gobernador puertorriqueño, amenaza a los jueces que le llevan (o pudieran llevarle) la contraria.

Poco después de la marcha, el gobernador (con su equipo de trabajo, todos muy solemnes) se asomó a regañarnos otra vez. Mayday! Mayday! Nos recordó que ya nos había advertido sobre el evento.  Declaró que los “criminales” sentirán “con severidad el peso de la ley”, que Puerto Rico no es de ellos sino de “los que quieren echar la isla hacia adelante”. Describió las acciones de vandalismo como algo vergonzoso, sin precedentes, una represalia de manifestantes molestos por el “fracaso” de la marcha–y agitados por el twitter de Yulín (¿en serio?). Y de nuevo, increíblemente, ignoró el balance constitucional de poderes para amedrentar a los jueces: “Nosotros vamos a estar observando quienes hacen unos procesos o quienes permiten que casos se caigan”.

Con tanta rasgadura de vestiduras, cualquiera diría que la manifestación, y los cristales rotos una vez culminado el programa del día, son un fenómeno único y vergonzoso, un secreto caribeño y tropical. Que no hubo marchas o “vandalismo” en Portland, Los Ángeles, Nueva York, Chicago, Milwaukee, Las Vegas. Que no hubo marchas o “vandalismo” en París, Moscú, Buenos Aires, India, Grecia. Que alrededor del mundo, la gente no se aferra al Primero de Mayo para exigir derechos para los trabajadores, las mujeres, la comunidad LGBTTQ, los estudiantes, las inmigrantes; para exigir agua, libertad, educación,verdad, salud.

Eventualmente llegué a investigar un poco el significado de ese “mayday” que anunciaba catástrofes en los muñequitos, y descubrí que me había equivocado. La expresión de alarma “mayday!” no se origina en la posguerra, ni tiene que ver con el miedo al comunismo. Proviene de una expresión en francés que dice, más o menos, no tanto “sálvese quien pueda” como “ven y ayúdame”.

Resulta entonces que “mayday!” es, en cierto sentido, un pedido de solidaridad.

La  solidaridad que algunos intentan ahogar con “mano dura”.

La solidaridad que políticos y medios le niegan al movimiento que se fragua y crece hoy en Puerto Rico.

La solidaridad que ese día se tendió, como una telaraña visible y tenue, entre Puerto Rico y Chicago, Atenas, París, Buenos Aires.

La solidaridad que inundó nuestras calles de gente, y mi Facebook de flores.

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