Será otra cosa: Mientras por competir con tu cabello o de la contestataria cabellera

Cuando yo digo vago, tú dices pelú.

Cuando digo vaga, tú dices pelúa.

Vladi

El pelo es una metonimia rigurosa. Ya lo dijo Margo Glantz.[1] A esa excrecencia del cuerpo humano se le han otorgado los más extremos valores simbólicos.  De sagradas a banales, las cabelleras recorren multitud de imaginarios: La fuerza de Sansón, la voluptuosidad desatada de la melena de la amada, los intercambios amorosos de los guardapelos románticos, el velo sagrado de las mujeres, la trenza salvadora de Rapunzel, que cortada, representa a las liberadas.

Fijémonos en los pelús, en las pelúas: nuestro sistema capilar contestatario. Desde la década de 1960 la melena se ha relacionado con el movimiento estudiantil para referir al cuerpo en protesta.  Una de sus mejores metáforas. Mientras más grande la sereta, mayor el inconformismo. Mientras más larga y abultada la barba, más fuerte su interdicción. Tanto así, que aún tiene valor simbólico en el discurso público sobre la huelga de los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico. La imagen que perdura, hoy manida y cliché, de los universitarios es la de los melenudos. Se ha vuelto el insulto preferido de muchos. Todos los días, si se tiene el estómago de escuchar la radio, se oirá la voz de quien acusa que el problema de la Universidad y del país son los «apestosos pelús, esos jóvenes vagos que solo quieren desordenar».  Según está lógica discursiva, los estudiantes serían casi una versión antropológica de King Kong que, desde la Torre de la Universidad, siembra el pánico y desata violencia en las calles del país.

Lo que no se dice es la importancia que tiene la Universidad pública del Estado en cualquier propuesta de reestructuración económica del país.  De lo que no se habla es de los mitos que se quieren esconder detrás del supuesto carácter violento de esa sereta estudiantil. Criminalizar a los jóvenes es siempre la salida más fácil.  Relacionar el pelo frondoso con la vagancia y el desorden es la conclusión más efectiva para un Plan Fiscal neoliberal. Se espera que ante el sablazo de 450 millones en recortes, casi la mitad del presupuesto universitario, los estudiantes dialoguen en voz baja y acicaladitos. !Pero si la cosa está pelúa!, grito con ellos. Cualquiera que vea amenazada la posibilidad de su futuro tiene el derecho de alborotar su melena y al país.  La alianza del gobierno con la impuesta Junta de Control Fiscal para destruir la Universidad, menoscabar la educación pública, entre otros bienes públicos, y con ello el horizonte de los jóvenes y los niños del país, ponen los pelos de punta.

No puede pensarse más a los pelús como rebeldes sin causa. Quizás deberíamos acoger y reformular la melena como insignia de protesta. Algo así como las Guerrilla Girls, el grupo de activistas feministas que aboga por la incorporación de las artistas a los escenarios oficiales de arte (museos, galerías, etc.). Ellas se atavían con una máscara de gorila para hacer sus intervenciones públicas. Una especie de King Kong descolocado, en cuerpo mujer, que supera en representación y fuerza a la frágil rehén rubia y a la bestia taquillera.

Y hablemos de las pelúas. Hay que considerar la importante representación de las estudiantes en los procesos huelgarios, particularmente en este, donde muchas estudiantes asumen la dirección. Obviamos hablar de las pelúas porque cuando el pelo significa valentía lo atamos a la virilidad y macharranería (#hombre de pelo en pecho, #el de la barba vellida), ya en la historia de Sansón, ya en el perfil del Cid.  En las mujeres, el pelo alborotado implica, por un lado, voluptuosidad, como en Lady Godiva. Por otro lado,  el signo remite al miedo al descontrol.  Nada como la sereta despeinada de la bruja, marca de su interdicción. También, el pelo expuesto en el cuerpo femenino es la señal evidente de descuido: las piernas pelúas, las axilas sin afeitar, las cejas sin sacar, las greñas si son rizas.   En nuestras estudiantes el pelo absorbe el elemento de rebeldía: no es descuido, es provocación; no es dejadez, es desafío. Recordemos que la Medusa tiene serpientes por cabellos, siempre listas a atacar. Sospecho que, además, evitamos el adjetivo pelúa, no solo porque el masculino debe invisibilizar el femenino según la gramática, sino porque la palabra en femenino asusta aún más; por lo menos en Puerto Rico donde la usamos para referirnos a lo que no podemos nombrar, aquello de lo que no puede darse cuenta: la cosa  que está pelúa, la araña pelúa y, evidentemente, la vulva. Se me antoja, entonces, reivindicar la metonimia capilar para hablar de la voluntad cuestionadora de nuestras estudiantes, esas pelúas, que de tontas no tienen ni un pelo.

[1] Para un extenso análisis del cabello en la cultura occidental, ver, De la amorosa inclinación a enredarse en cabellos, (México: Ediciones Océano, 1985).

Artículo anteriorJoseph Stiglizt: “Los que más sufren en cualquier crisis son los que no juegan ningún papel en crearla”
Artículo siguienteEl 22º Rendezvous con el cine francés