Será otra cosa: Nosotros, ellos, la nieve

Debe ser por el frío que me paraliza acá en el Bronx, o por el hecho de que el gobierno federal está medio cerrado, pero las imágenes de la cumbre en Davos se han alojado, obstinadamente, en mi cabeza. Pienso en nieve, montañas y pinos. Pienso nieve, nieve, nieve. Es uno de esos paisajes que son preciosos solo si una está lejos o tiene mucho dinero, porque la nieve en abundancia evoca “vacaciones” para los que tienen mucho y miseria para los que tienen muy poco, y el deporte del esquí, así como las estructuras que se erigen a partir de él, es, como el polo o el golf, un deporte donde suelen estar representados mayormente aquellos que pueden pagar por equipo, maquinaria, hotel y viaje.

Cada año, emigran por un rato a Davos, Suiza, los jefes de estado y los billonarios, a veces en sus aviones personales, a veces en primera clase de un avión comercial.  Algunos son ambas cosas, jefes de estado y billonarios. Otros solo billonarios pero amigos, donantes o “influencers” de los políticos. Aunque hay, como en cualquier parte, enemistades, en general se trata de una comunidad donde los ricos se encuentran, se amigan, se enamoran, se casan,  se apadrinan los hijos y las suertes unos a otros, se nombran a juntas corporativas y filantrópicas unos a otros, y juntos hacen chavos y toman decisiones sobre el resto del planeta.

Siempre hay un party pooper, claro está. En el 2011, por ejemplo,  Bill Clinton les dijo, casi casualmente, inspirado a saber por qué mezcla de culpa, lucimiento e introspección, que las grandes civilizaciones tienden a ser arruinadas por la codicia de los poderosos. Este año, Seth Klarman, que corre el fondo Baupost, uno de los fondos buitre que compró bonos de COFINA, les ha enviado una carta a los asistentes, una carta cuyo tono el New York Times describe como “desolador” y que advierte sobre los peligros de las “tensiones”, “divisiones” y “fricciones” socioeconómicas y políticas. Pero no porque estas tensiones, divisiones y fricciones sean malas en sí mismas, sino porque constituyen una amenaza para lo verdaderamente importante, que es el clima estable en donde los inversionistas hacen sus inversiones. “Social cohesion is essential for those who have capital to invest” reza la carta. En el 2011 Klarman había dicho, “Whatever investment success we achieve will take place against a troubled backdrop”, pero nada, supongo que todos tenemos derecho a cambiar de parecer.

De modo que la desigualdad es un problema, según Klarman, y le molesta, pero no porque esté mal el empobrecimiento creciente de tantas personas sino porque les resulta inconveniente a los inversionistas, por aquello de que la gente se ofende y protesta, con panderos o en chalecos amarillos.

Por cierto: acá en los EEUU, los periodistas y comentaristas usan la palabra “oligarca” para referirse a un billonario ruso, y la palabra “billonario” para referirse a los estadounidenses. Pero yo acá, mirando las fotos y noticias sobre este señor Klarman, no puedo evitarlo y pienso nieve, nieve, nieve, oligarca, oligarca, oligarca…

Por cierto también: el fondo que Klarman dirige y que posee bonos de COFINA tiene también conexiones de lo más interesantes con la industria de escuelas chárter y con grandes donativos para adelantar medidas en referéndum y candidatos políticos en elecciones en los estados. Nieve, nieve, nieve, oligarca, oligarca, oligarca…

Pensar en nieve me lleva a pensar en pingüinos, por supuesto. Los pingüinos hacen muchas cosas encantadoras, y una de ellas es organizarse, pegaditos, cuando enfrentan tormenta, para así protegerse y calentarse unos a otros. Tiene sentido–juntos generan más calor y aumentan sus posibilidades de sobrevivir el embate del frío y el viento.

Ante la tormenta que representa el capitalismo desenfrenado que es el corazón de la economía global de la deuda, solemos juntarnos como pingüinos en comunidades, uniones, instituciones. Pero el capital, como la física, tiene su lógica, sus leyes, su particular forma de entropía. Le gustan los individuos. No le gustan, para nada, los colectivos que desafíen el principio central de la codicia. Opera dividiendo, oscureciendo, exprimiendo y consolidando.

Primero nos divide. Así como cuando separa a las familias de una comunidad plantada en un canto deseable de real estate, e insiste en repartir títulos de propiedad, para que cada familia venda por su cuenta y se salga más rápido que el todo. O cuando separa a la Universidad de Puerto Rico en once recintos, cada uno (¡olvídate del #oncerecintosunaupr!) con la carga de probar que: (1) merece existir como recinto y (2) tiene los recursos para hacerlo a pesar de los recortes brutales impuestos por la Junta. El capital convierte a  las comunidades en una sumatoria de individuos y a las instituciones en un conjunto de sucursales. Siempre a oscuras, claro. El mismo grupo de Klarman, Baupost, se cambió convenientemente el nombre a “Decagon” para comprar deuda de Puerto Rico. Y, ¿cuánto trabajo no han pasado grupos como los incansables periodistas del CPI, para que les entreguen los documentos más básicos, para obtener una mínima posibilidad de transparencia? ¿Cómo es que de repente tenemos misteriosos filántropos pagando salarios de “voluntarios” en las más altas esferas del departamento de Educación?

Una vez divididos, es fácil exprimir: los estudiantes desplazados se convierten, convenientemente, en clientes de un sector privado, subsidiado por el estado federal (la beca Pell) o local (el “costo por estudiante” de la reforma educativa); los retirados pierden su garantía de ingreso y en su lugar reciben un “portafolio” de “inversiones” individual, del tipo “tenga usted, compre acciones y que le vaya bien, o tal vez no, su retiro depende ahora de la popularidad del último iphone o de un par de tenis”; los empleados negocian sus condiciones por separado y en implícita competencia con los que otrora fueran sus pares y aliados; cada quien erige la mejor barrera (física o psíquica) que pueda para protegerse, porque la policía no está; y todas compramos, gastamos, invertimos en todo, todo, todo, porque nada es bien común y todo es mercancía, venta, producto. Nieve, nieve, nieve.

Con la consolidación viene la ironía: se alían, se compran, se juntan y se convierten en una cosa que, a diferencia de nuestra comunidad, nuestra institución, nuestro estado o nuestro país, es de repente “demasiado grande para fracasar”, “too big to fail”. Entonces, venden “instrumentos financieros” y nos venden también la idea de que tenemos que salvarlos y subsidiarlos, para que puedan seguir encontrándose, amigándose, enamorándose, casándose, apadrinándose los hijos y las suertes unos a otros, nombrándose mutuamente a juntas corporativas y filantrópicas y, cómo no, haciendo chavos y tomando decisiones juntos, comiendo caviar y bebiendo champán, sobre nosotros y el resto del planeta.

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