Será Otra Cosa: Primavera en el Bronx

 

Especial para En Rojo

Si bien la nueva y esperada estación nos ha estado dejando pequeñas señales aquí y allá (una flor, un soplo de tibieza, un petirrojo gordito), hoy es el primer día propiamente primaveral.

Salgo a caminar con mi perrita. Pienso Rima, debes sacar a pasear a Leia, y el entusiasmo de mi reacción me toma por sorpresa. Digo en voz alta Leia, vamos a pasear, y el entusiasmo de su reacción me toma por sorpresa. Las dos nos mala costumbramos, durante el largo invierno, a salir y movernos lo menos posible.

Metidas en casa, cerca de la cocina y el calentador, yo he estado engordando y a Leia se le ha ido cayendo el pelo.

Dos pajarillos grises se bañan en un charco callejero. Tres ardillas grises se bañan en un baño para pájaros. Nubes de gasa adornan el cielo, sin llegar a encapotarlo.

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El ancianito, apoyado en dos bastones delgados, interrumpe su paseo para detenerse, sonriente, frente a mí. Sonrío, le doy los buenos días. Me dice algo en yídish. Su cuidadora lo toma del brazo y tira de él suavemente, traduciendo mientras se alejan. He says you look like his daughter, dice.

Mi primera, inevitable reacción: ternura.

Mi segunda, más complicada reacción: Soy lo que llaman acá “ethnically ambiguous”.

Esa ambigüedad me ha traído momentos interesantes y conexiones humanas. En Virginia, los indios me ponían  conversación sobre mi geografía. Are you from Northern India? En California, los árabes buscaban especificidad. Are you Lebanese? Persian? De visita en Seattle, un estadounidense, blanco, demócrata, liberal, se hace un ocho de curiosidad y “political correctness”. Please don’t be offended, but what are you? … Where are you f… where are your people from?

Acá en Nueva York recibo menos preguntas. Con tanto inmigrante, tanto fenotipo, tanto idioma y tanta prisa, mi rostro recibe menos atención, provoca menos curiosidad. Cuando lo hace, me desconcierto un poco. Y usted, ¿dónde aprendió español?

Ser “ethnically ambiguous” me ha protegido a veces del racismo. Es una forma de privilegio. No es lo mismo, sin embargo, que “passing”. “Passing” es cuando eres blanquita y, especialmente si no abres la boca, te asumen como blanca anglo. A nosotros los ambiguos sí nos adjudican otredad. Llevamos en nuestros cuerpos una especie de mancha de plátano universal que a veces llamamos “being brown”.

No me gusta demasiado cuando mi propia comunidad latina me cuestiona el idioma, o cuando un blanco de buen corazón pero un tanto ignorante de mente  sufre un cortocircuito psicocultural nada más de verme.

Pero tampoco me disgusta demasiado. Igual gano la sonrisa de una adolescente palestina o el cariño avuncular de un viejito judío. Esa sonrisa y ese cariño son livianos, pasajeros, como la misma primavera del Bronx, y como ella, me iluminan la vida y me calientan un poco el corazón.

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El otoño en el Bronx es de una belleza obscena: una explosión de rojos y anaranjados intensos que le da por exhibir a la naturaleza antes de apagarse por largos meses. Una muerte rabiosa, brillante.

La primavera en el Bronx es de una belleza tímida: un sonrojo de colores pasteles con el que la naturaleza nos revive gentilmente, nos calienta el corazón y las mejillas.

La muerte es inevitable. Pero tal vez la vida también lo es.

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Hay un musical sobre las estaciones en Broadway: Hadestown. Tierra de Hades, villa de Hades, pueblo de Hades, dominio de Hades. El Hades de la obra es más que una representación moderna del Hades antiguo de los griegos. Tiene además elementos del diablo medieval de los cristianos, que usa contratos para reclutar almas desesperadas para su infierno; del nacionalismo supremacista blanco, que usa murallas para mantener almas desesperadas lejos de cosas como alimento o seguridad; del capitalismo, que obliga a las almas desesperadas a trabajar por nada en una suerte de máquina que solo les permite malvivir, o más bien malmorir; del cambio climático, cuyas acciones contra la superficie y las entrañas del planeta mantienen a las almas desesperadas penduleando entre un calor infernal que les evapora las lágrimas y un frío mortal que se las congela.

La obra es angustia y tragedia: Hades logra manipular las dudas de Orfeo, y Eurídice termina regresando al infierno. Tiene también momentos de alegría: Perséfone visita la superficie, cargada de vino y de flores.

Al final del día, quizá existimos, inevitablemente, en la angustia y la tristeza, pero vivimos, irreductiblemente, en la humilde felicidad de la primavera. Algo así canta Hermes justo antes de caer el telón.

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Las flores que inauguran la primavera en el Bronx son como los copos de nieve que anuncian el fin del otoño. Narcisos, magnolias, flurries. Belleza breve, vulnerable a los caprichos de la lluvia, al pasar de los días, y a nuestra propia indiferencia, más atentos al teléfono o al televisor.

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Este es un fragmento del libro “Entre la Bicha y la Pared”, publicado por el Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2019 y a la venta en las librerías puertorriqueñas o escribiendo a:libreria@icp.pr.gov

 

 

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