Sera otra cosa / Torre Norte: punto cardinal

Nunca he tenido mucha habilidad para saber ubicarme según los puntos cardinales. Puede ser por falta de ejercicio o práctica concreta, mientras viví en Puerto Rico –hasta mis veintes– conocía la isla con relación a las carreteras, autopistas, negocios y derechas e izquierdas. Las medidas cardinales se reducían a los siguientes binomios: el este y el oeste con Fajardo y Mayagüez; y el norte y el sur con San Juan y Ponce. Nunca me hizo mucha falta en la praxis, antes de mi veintena apenas viajé al extranjero y cuando hacía falta una dirección alguien más siempre orientaba el camino. Yo ni cuenta.

No fue hasta que comencé a viajar, a hacer mis estudios graduados fuera de Puerto Rico, que empecé a orientarme, con mucha dificultad, en la lectura de mapas y de planos con preguntas ontológicas profundas hechas a vuelo de pájaro: dónde estoy y para dónde voy. Cuál línea de metro, guagua, tren, monorriel, según el caso, me lleva hacia, hasta, para, por. Más adelante, me guie según las calles o avenidas conocidas que estaban cerca de mi centro de estudio, de trabajo o del apartamento. Y poco a poco, he ido sustituyendo las calles y avenidas con la combinación de las coordenadas cartesianas. Aun así, y ahora adaptada a mis alrededores, a grande escala sigo igual, pero con conciencia plena de mis deficiencias y cegueras, el oeste es California y el este es Boston; el norte es Canadá y el sur es Texas.

Hace unos días visité Londres por primera vez. En principio y como suele ser la práctica, me dejé llevar por el sistema de transportación subterránea que conecta esta inmensa y cosmopolita ciudad. Al cabo de unos días de mapas y trenes, quería visualizar la urbe desde arriba para ver vivir a distancia y también para ubicarme. Desde una de las torres de un museo al sur de Londres pude observar no solo el río Támesis –que divide la ciudad en norte y sur–, sino la historia misma de este imperio, de sus reconstrucciones, desastres, plagas y bombardeos. Desde el piso 24 se veía, más que para arriba y para abajo, el palimpsesto histórico del país, un siglo sobre otro, una catedral sobre muros romanos, palacios y torres modernas de cristal, juntas, encima o contiguas.

Esta vista de Londres me hizo recordar lo que sin darme cuenta ha pasado a ser un modus operandi y tal vez vivendi. Eso de intentar entender de abajo para arriba. Eso de buscar distancia y tal vez altura para pensar, para asombrarme y para ver. En Rio de Janeiro, subimos a pie la montaña del Corcovado con la finalidad, no de ver solo al Cristo Redentor, sino como una especie de peregrinación para ganarnos la fortuna de la vista fluminense. Para verla delimitada, difícil, hermosa y en su realidad (y la que yo imagino).

Pienso en Puerto Rico, en cuántas veces pude observar el paisaje humano, histórico y geográfico con distancia y a cierta elevación. Recuerdo pocos momentos, algún mirador o quizás desde los edificios altos de Hato Rey mientras hacía una diligencia. Ninguna vista ha sido tan privilegiada como aquella que veía desde la habitación de una amiga que se hospedaba, mientras culminaba su maestría, en la residencia de Torre Norte en la Universidad de Puerto Rico. A veces me invitaba a almorzar a su piso y desde la ventana, como plano de fondo, se percibía el noreste de Puerto Rico, la Universidad, el área metro, el mar y hasta el Yunque. Es irónico y triste. La vista provista por la altura, por la educación, por la Universidad, se encuentra en el mismo edificio que cierra en circunstancias dudosas y que bota a sus residentes hasta nuevo aviso… si acaso.

Sigo pensando en Puerto Rico, en cuánto me ha tomado ver a mi país y con ello a su historia, su contexto y sin duda, a mí misma y a mis circunstancias. Pienso en cuánta distancia y años me han hecho falta para divisar y distinguir… y en cómo se me ha pasado factura desde allí y desde acá.

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