Será Otra Cosa: Un inventario de cosas perdidas 

 

Claudia Becerra

Especial para En Rojo

“Writing cannot bring anything back, but it can enable everything to be experienced”

-Judith Schalansky

  1. El gran diluvio 

Cuando Noé supo que un diluvio arrasaría con todo sobre la faz de la tierra, lo primero que hizo fue construir un arca y asegurar sus pertenencias adentro. Frente al desastre, Noé conservó lo que pudo, las cosas y seres que más quiso, para cuando ya no quedara nada ni nadie, sólo tierra inhóspita y baldía, volver a poblarla.

No todos los diluvios se ven iguales. En Puerto Rico, un gran diluvio lleva anunciándose desde lo más grande hasta lo más pequeño. ¿Qué nuevo cierre, qué nuevo recorte, qué nueva venta, qué nuevo colapso, qué nueva ausencia cavará su agujero en la experiencia de una isla, siempre al borde de convertirse en otra cosa? Estas formas de diluvio son, quizás, las menos obvias, aunque suelen contar con representación. En los periódicos, cada día hay menos distancia entre la noticia y el obituario:

EL ARZOBISPADO DE SAN JUAN VENDE DOS JOYAS HISTÓRICAS.

RECORTE DE 300 MILLONES DEJARÍA A LA UPR INOPERANTE.

PROGRAMA DE NEUROCIRUGÍA DEL RCM PIERDE ACREDITACIÓN.

LA JUNTA DE CONTROL FISCAL ORDENA DEROGAR LA LEY DE RETIRO DIGNO.

RECORTES AL PRESUPUESTO AMENAZAN LA EXISTENCIA DE LA ORQUESTA SINFÓNICA DE PUERTO RICO.

CUATRO ESPECIES DE COQUÍ ESTÁN EN PELIGRO DE DESAPARECER.

 

Entonces comienzo a imaginar qué cosas incluiría en mi arca de cara al desastre. Mientras escucho la nueva entrega musical de Yarimir Cabán, “El arca de MIMA”, recuerdo los imperativos de Tomás Blanco: “Nadie pase de largo sin explorar la lista completa de frutas”; “Acércate, paisano, a las frutas que tu antilla produce.”

  1. Del arca al arco

De Tomás Blanco a MIMA hay un arco: la pasión por el inventario. Cuando se vive entre imperios y se atraviesa un proceso de modernización acelerado (como Tomás Blanco), o cuando se vive la puesta en subasta del país por el gobierno y la Junta (como MIMA), uno aprende a hacer inventario de las cosas que están y las que restan. También, de las que están y podrían ya no estarlo.

Tomás Blanco era una persona recatada, excepto en la escritura. En Los cinco sentidos (1955), un libro de ensayos dedicado a inventariar una serie de “cosas nuestras” (el coquí, la brisa del campo y la costa, la guajana, las frutas), ahí donde sus oraciones se tornan torrenciales y el vocabulario se enrarece, se produce un horror al vacío: “Pero, seguramente, ubre apergaminada y verdinegra, cubierta de múltiples papilas, casi púas; aunque, por dentro, como blanca glándula, repleta, henchida de nívea leche azucarada, acidulada y maternalmente tranquilizadora, con cierto si-es-no-es de amodorrante o de somnífera”. Esto es, aparentemente, una guanábana. Confiado, como los antiguos, que la poesía es un instrumento de la memoria, Blanco detalla el número y la exuberancia de la fruta típica, con el lirismo de un poeta barroco que prefiere pensar el país desde la sensualidad de la fruta, antes que racionalizar el recién estrenado estatus político de la isla. Aquí, el horror al vacío no es otra cosa que imaginar una fruta sintética, importada, suplantando “la jubilosa y lujuriante pulpa” que se destaca en el trópico. Para Blanco, describir la fruta era comenzar a sentirla, una suerte de treta en contra del olvido.

“El arca de MIMA” podría ser la materialización de la pesadilla de Tomás Blanco. La fruta fresca es rara, no en el sentido de única o singular, sino que escasea. La pérdida no es ya el porvenir de la fruta, sino un lugar de enunciación. Primero, entra la guitarra, aguda como una bachata. Parece que va a entonar “La borinqueña”, tantea brevemente con esa evocación, pero el registro no puede ser solemne porque su himno es el lamento. El güiro y la percusión entran juntos, ambos claros y protagónicos, seguidos por la voz inconfundible de MIMA, quien halla en la décima (y el imaginario sonoro jíbaro) un hogar para la querella, el juego y la memoria. Si Tomás Blanco arma un inventario de la abundancia, MIMA, cual juglar encargadx de propagar, de pueblo en pueblo, una mala noticia, habla de la “abundancia que apoca”, con la economía, también, de un verso corto y austero.

Mientras escucho el tropel de ausencias, alojado en cada fruta desconocida que MIMA nombra, pienso cómo en su trabajo más reciente, lo contemporáneo coexiste con la tradición, sin que lo uno le gane terreno a lo otro. Es casi un ensayo de lo que debería ser el tiempo de esta isla, siempre con su mira en un futuro implacable con todo lo que hubo antes. Las palabras no podrán devolver un objeto, pero sí pueden reanimar su experiencia. MIMA aprovecha el poder encantatorio de los nombres. Al menos yo, que nunca he probado el níspero, la pitahaya ni el rambután, con sólo el nombre, casi recuerdo un sabor.

 

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