Será Otra Cosa: Diario pandemonium

 

Por Beatriz Llenín Figueroa/Especial para En Rojo

Cinco días después de la primera orden ejecutiva, un niño diverso que yo amo, un niño que vi ser parido entre sangre y gemidos la noche antes de María, un niño que ayudé a cuidar durante las primeras semanas sin agua y sin luz y sin comunicación y sin certeza de nada, logró decir “mamá.” El esfuerzo de todo su cuerpo fue necesario para reunir las bocanadas de aire que alientan cada sílaba. Llenos sus dos cachetes hasta reventar, emitió el sonido que a él mismo tomó por sorpresa. Era el sonido de su voz. Por primera vez, su voz, articulada para ejercer una intención de amor. Se agarró la cara con estupor y sonrisas.

Ese “mamá” lo vi en un vídeo en mi celular. Lo vi cada día por muchísimos días. Lo vi tantas y tantas veces, todas tras un pozo de lágrimas y entre carcajadas levemente excesivas. Lo vi hasta que me memoricé el sonido de su voz. Pasé semanas y semanas sin poder aproximarme al niño. Un miedo atroz, denso, aplastante, incluso apasionado, había tomado mi cuerpo por casa: ser vector de contagio de una enfermedad que puede destrozar sin mostrar sus síntomas.

*En los primeros días encontré guantes en una recóndita esquina de un closet. La casa siempre tiene esquinas desconocidas. Y también, vidas ocultas.

*Esta semana comienzan las clases en línea. Ruego porque no nos enfermemos y porque podamos imponernos al sentido de futilidad que todo adquiere. Extraño mis estudiantes.

A decir verdad, lo que yo quiero es una educación completamente al margen de calificaciones y acreditaciones y escalas numéricas. Que venga quien quiera y que sólo baste tener pasiones, un sentido indomable de curiosidad y unas ganas locas de cambiar. Creo que eso no sería nunca fútil, aunque se esté al filo del fin del mundo.

* Leo una biografía de Albizu Campos. Apóstol, peregrino, maestro, héroe, mártir. Todos apelativos que aparecen en el libro de más de 400 páginas. Mucha plaga, visible e invisible, encaró Albizu.

A mí me convocan, además, las mujeres en su vida, de las que poquísimo se sabe y menos se dice. Hay martirios y martirios. Valores y sacrificios y valores y sacrificios.

*Hoy, Andre, nuestro perro viejo y recién operado, descubrió que, si las tengo entre las yemas de mis dedos de cierta, muy específica, manera, puede comer tres bolitas a la vez en lugar de sólo una mientras sigue con el insoportable cono que le previene de hacerse daño en las heridas. Como resultado, demoramos diez minutos menos en que comiera su porción de la mañana.

Desde hace varios días, nuestra gata, Clara, se acomoda sigilosamente a su lado mientras lo alimento, para acompañarle. Andre ha aceptado con resignación y sosiego esa cercanía que, antes, repudiaba.

* La queresa, esa costra oscura que se propaga con mucha facilidad –frase que ya no es inofensiva–, ha cubierto varias plantas, entre ellas una palma y dos crotones, los favoritos de mi abuela, a quien tanto debo. Hoy les lavé los troncos, literalmente, hasta encontrarles algo de verde. Las hojas de los crotones, que son multicolores, también las lavé. Bueno, no todas. De adulta, sigo necesitando práctica en la paciencia.

Pensé mucho en mi abuela. Murió en 1997. La extraño. Lamento no haber entendido tantas cosas hasta que fue tarde. Por ejemplo, me arrepiento de pensar que una mujer cosiendo era una cosa “tan del pasado.” Debí aprender a coser con ella. Y a hacer budín.

*Hoy dediqué la tarde a leer con indecible conmoción el libro de la historia de Dominga de la Cruz.

*Martes: día de carros con tablilla cuyo último número es impar. Puedo salir.

Ahora es más difícil comunicar en silencio un saludo amable a cualquier desconocido. Hay que esforzar muchísimo los ojos.

Varios intercambios de amor puntualizaron mi salida, entre los que destaca el de mascarillas por semillas.

*No sigo las recomendaciones de prevención ni las reglas de distanciamiento social porque “consienta” mecanismos autoritarios, o me repliegue a “la vuelta” del poder del Estado, o de la ideología neoliberal. Los avalúos de ese tipo me ocasionan rabia. Estudio y sigo las recomendaciones precisamente porque no hay Estado, porque nunca lo ha habido, porque lo raquítico que hemos tenido ha sido violentamente desmantelado, porque en Puerto Rico sabemos en la carne que, si no nos cuidamos entre sí, nos dejarán morir.

*Hoy en sesión de clase en línea escuché perros de estudiantes ladrar y gallos de una vecina cantar. También vi pasar la sombra de gente con la que mis estudiantes conviven. Pensé entonces que igual sí nos estamos acompañando, aunque sea virtualizando cada vez más la vida.

Un estudiante me preguntó, profe, lo que yo quiero saber de verdad es cómo está Andre con todo esto. Casi rompo a llorar en el zoom.

*Me levanté. Le pedí al susto que me diera ocasión de descansar.

No veo cómo vivir todo esto pueda ser otra cosa que una permanente ondulación, cuando no una caída.

*A pesar de mis esfuerzos por evadirme del horizonte de “productividad” del capital aun en medio de una pandemia, lo de las clases digitales me ha triplicado el trabajo.

Allá, para quienes el distanciamiento social no es impedimento alguno para seguir con el maldito traqueteo de los chavos y los favores y las componendas y los contratos, parece que les va muy bien porque del Estado, lo único que siempre aparece bien clarito es el armamento militar. Y teniéndose por protegidos tras la convicción de las armas, hacen y deshacen lo que les da la soberana gana.

* Descubrieron un fósil del huesito de un bracito de un coquí de una pulgada y media en San Sebastián. El fósil se preservó por 29 millones de años. ¡29 millones de años de coquíes!

*Un mensaje de texto de una exestudiante, ahora amiga muy querida, me informa que me dejó “unas cositas” en la acera del frente de casa.

Salgo en volandas. La cajita contenía:

  1. Una amapola blanca prendida
  2. Un ají dulce
  3. Una semilla (tiene otro nombre) de batata
  4. Semillas de: arúgula, kale, cilantrillo, remolacha y pepinillo

También venía con una notita que decía “limpié todito, pero pueden desinfectar con amor.” Y se despedía diciendo, “les llevo” y un corazoncito.

Yo, por supuesto, rompí a llorar.

Mañana, a sembrar.

*Mucho tiempo después, me percato que todos los días desde el 16 de marzo amanezco con moretones nuevos o zonas del cuerpo adoloridas. Todos los días me choco con algo, me caigo, tumbo algo, tengo un accidente, se me cae otra cosa. Supongo que estoy a punto de un ataque de…

*Ahora llueve. A cántaros. Me reconforta en un lugar hondo, empozado, en el centro de la cabeza. En la mañana limpié el microondas y la estufa a nivel de pañito embollado en un cuchillo de mesa para llegar bien bien bien a los lugares invisibles de la maquinaria, a esos que a nadie importan, pero que son esenciales para su funcionamiento. ¿Por qué quienes tienen a mano todos los cuchillos de mesa del mundo para no usarlos como cuchillos, sino como agentes de cuidado de lo invisible-esencial, no sólo los siguen usando como cuchillos, sino que los convierten en dagas?

*Según recomendación de una amada amiga agricultora, temprano, al despertar, regué las plantas con agua de cáscaras de guineo y eché cascarones de huevo triturados alrededor de las raíces. Una pequeña área está en curso de convertirse en huerto para algunas de las plántulas que han germinado. Hoy la papaya pasó de tiesto a tierra y ha nacido la primera parcha en la enredadera. Hijitos de sábila también se plantean vivir en otra parte gracias al esfuerzo de mi torso, mis brazos, mis manos en tierra. Se siente en algo como un contracontagio, una entrega de la cuerpa por la promesa de un futuro. Tomé varios minutos para sentir el viento.

*Estoy teniendo muchos más sueños convulsos. Muchas más pesadillas intolerables. O quizá es que, de buenas a primeras, tengo gran capacidad de recordarlos cuando despierto. A veces, la desmemoria puede ser la esperanza.

*Mi tía, que tiene casi 80 años, ha dedicado buena parte de su tiempo, talento y energía desde el 16 de marzo a:

  • estudiar en internet todos los modelos de tapabocas –así le llama ella– del mundo y a intentar uno y otro y otro hasta dar con el mejor y más efectivo;
  • recopilar todos los retazos de telas guardados de años y años de trabajo de costura por su cuenta (barquitos, pececitos, flores, franjas, huellas de perrito, insectos, peces, ovejitas, circulitos, mahones reciclados, telas de cortina o de tapizar muebles…);
  • gestionar que le envíen desde Olazábal en Bayamón a su casa en Mayagüez un rollo de una tela especial que funciona como filtro;
  • combinar los retazos de diseño con retazos de color sólido o diseños más sutiles para que las mascarillas sean reversibles;
  • cambiar el hilo en su máquina de coser para cada mascarilla con paleta de colores distinta porque, según exclama con pícara ironía, “¡lo mío es la sencillez!”;
  • bordarle mensajes y coserle sellitos o cintitas;
  • entregarlas olorosas a limpio y perfectamente planchadas;
  • no llevar la cuenta de cuántas decenas de mascarillas ya ha repartido;
  • producir cada semana una pila de no menos de 100 ya cortadas y agrupadas por diseño para coser;
  • no querer cobrar ni un chavo.

*Desperté y decidí no ver noticias hasta la noche.

Me la pasé:

Hoy ha sido un mejor día hoy ha sido un mejor día hoy ha sido un mejor día hoy ha sido un mejor día hoy ha sido un me-

Agarré el celular y… el arresto de Giovanni.

*Tembló en grande esta mañana. No para de temblar. Tiemblo sin parar.

*Antes de ayer me acordé de un pañuelito con motivos marinos que le regalaron a Andre hace años en el vet. Vestí a Clara cuando lo encontré. Lissette dijo que parecía una capita de súper heroína. ¡Listo! A la pregunta que de niña aprendí con el Chapulín y a la que no le encontraba respuesta en Puerto Rico, “y ahora, ¿quién podrá defendernos?”, ya, por fin, le tengo una: ¡Súper Clara!

*Hoy tendría reuniones por chat con mis estudiantes. Estoy conectada esperándoles. Se conecta una y hablamos. Mitad su ensayo mitad su estado anímico y su situación familiar. En eso, apagón regional con alcance en múltiples municipios del oeste. Pierdo toda esperanza que mis estudiantes puedan conectarse. Pero aquí estaré, esperándoles, hasta las 5pm, de todas maneras, por si acaso. Me digo a mí misma que puede ser que yo sea, con una lucecita verde al lado de mi nombre, la única certeza de mis estudiantes hoy.

Mi hermana me informa que tampoco hay agua hoy en Mayagüez. La semana pasada, durante tres días consecutivos, hubo inmensos “fuegos espontáneos” también en Mayagüez. La luz se fue en tres ocasiones distintas. El apagón de hoy se vislumbra mucho más complicado. La reparación “demorará.”

Escasas semanas después, Isaías. Se inunda Mayagüez y buena parte del oeste. Cabo Rojo sigue sin agua, siete días después.

*Callar no siempre es no decir. Yo no sé cual es el lenguaje del árbol. Me deslizo por este tiempo sin respuestas. A veces, hasta se me agotan las preguntas. Aspiro al árbol, macizo y elocuente en su silencio, flexible y sagaz para invitar la luz, abierto al anidaje y al enramado.

*En este tiempo de encierro, no pude salvar un bebé de reinita que, todavía con su piquito abierto, estaba dentro del nido que cayó de las ramas más bajas del árbol.

En este tiempo de encierro, pude devolver, encaramándome más de diez pies, un bebé de paloma collarina, caído del nido que aún seguía en la copa del árbol.

*Si posas tu herida entre mis manos y me convocas a posar la mía; si nuestro proyecto de amor es coserlas en concierto, dolor y cura; estaré contigo para siempre. Aunque lleguemos a desesperar. Aunque todo cambie. Aunque sólo nos quede la idea del futuro.

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