Será Otra Cosa:¿Conversión de terapias?

 

Columnista invitada

Lo humano no es nunca ficticio.

Pedro Santaliz

Creo que le debo a la comunidad

homosexual una disculpa por mi estudio

que hace afirmaciones no comprobadas

de la eficacia de la [‘]terapia reparativa[’].

También pido disculpas a cualquier

persona gay que haya perdido tiempo y

energía en alguna forma de [‘]terapia

reparativa[’] porque creían que yo había

demostrado que funciona en algunas

personas “altamente motivadas”.

Robert L. Spitzer

(Ilga World, Poniéndole límites al engaño 34)

Como se inventa la normalidad

En el principio fue la vida, el cuerpo y el deseo. Luego el misterio devino palabra y los nombres ensayaron a fijar prácticas, juegos y formas imposibles de abarcar. La diversidad exuberante y parejera resistió el verbo único y verdadero.

Pero se inventaron el pecado y la culpa para atajar semejante osadía. Se impusieron credos, oraciones y escarnios. Se imaginó la prohibición del placer y se aplaudieron los suplicios.

Con la ciencia de la mano, la secularización sustituyó lo divino. El derecho le prestó sus servicios y en contubernio, fraguaron el estado disciplinario contra los placeres. Toda desviación a su norma quimérica fue declarada enfermedad o crimen. El castigo se impuso sin culpas.

Pongamos que hablo de tortura

Así las mal llamadas “terapias de conversión” se convirtieron en medios de tortura contra las disidencias y frente a las aspiraciones básicas del deseo diferente. No te toques. No te mires. No respires. No goces. No te atrevas. No se te ocurra. No existas.

*He vivido expresiones variopintas de las pretendidas conversiones. Pero he de reconocer que las más insidiosas y duraderas de las que he experimentado han sido las sutiles. No me ha corrido la sangre. No ha habido perforación visible en mi osamenta. No se me han orquestado violaciones aleccionadoras. No se me ha cultivado la aversión contra mi espejo. No se me ha obligado a consumir líquidos ni mejunjes. No se me han electrificado los sueños. En fin, conmigo se han ensayado “terapias de conversión” invisibles y, pese a sus inventados éxitos, llevan el fracaso a cuestas.

Culpa y confesión: en porciones incontables. Llanto y medicina: sin tregua. Castigo y destrucción: todo lo posible, en la mañana, en la tarde, en la noche y en las horas de merienda. La pretensión de cambiar lo otro aburría y desesperaba. Mas, no por ello, dejaba de insistir. Seamos espléndidos en repetir hasta que parezca posible.

Se trata de un pecado. Falso. Es un crimen. Equívoco. Es una enfermedad y tiene cura. Mentira. Pero vamos a imaginar que es verdad y con los días parecerá una certeza inevitable.

En cualquier caso, codificar la rebeldía rara se promulga como necesario. Nombrarla, diferenciarla y excluirla para que no olvidemos quiénes somos “realmente.” Semejante misión depende del ingenio de la quimera. No hay que escatimar. Torturemos con disimulo.

Quisiera contarles. Pero no puedo.

Baste con decir que no soy pecado. Baste con declarar que no he cometido su crimen. Baste con afirmar, sin duda alguna, que no tengo la enfermedad que aseguran.

Cerremos Buchenwald[1] de una vez

Tomo la palabra para decir lo urgente. Se acabó el engaño. Terminó la falsedad. No es posible convertir las susodichas terapias. Hay que erradicarlas en todos sus perfiles.

No alivian, agreden. No curan, enferman. No alientan, matan.

Es imprescindible clausurar el cadalso sin dilación. Tras esa destrucción luminosa, nos vemos en la vida cuir. Será otra.

Margen central: apoyo inequívocamente la aprobación del Proyecto del Senado 184 sin las enmiendas truqueras de sectores seudo-religiosos. Para los argumentos recomiendo la ponencia de CABE y el informe de ILGA Mundo referido en el segundo epígrafe.

[1] Campo de concentración nazi en el que se practicó el uso de “terapias de conversión” contra sexualidades y deseos cuir.

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