Será Otra Cosa:La lucha con el diablo del mediodía

Especial para En Rojo

Llevo toda la vida peleándome con ese diablo meridiano del que hablan los textos bíblicos: la acedia, la melancolía, la abulia, la pereza, el desaliento. Hoy encontré su nombre, por fin, en las lecturas que hacía para escribir esta columna. Procrastinaba y, como el monje acedioso del que hablaba Evagrio Póntico (343-399), miraba por las ventanas, me distraía, me perdía. Buscaba la palabra y la encontraba. Aprendía y luchaba con el demonio errante de la tristeza. Eso decían los sabios, y yo les creo.

Voluntad. Ganas de hacer. Empeño. En actividades creativas, vencer el diablo del mediodía es clave. A este diablo no le va bien la disciplina, el impulso creador, la perseverancia. Es diablo distractor, me cuentan. Sólo quien lo vence, logra algo.

Voy a intentarlo una vez más.

  1. Aborrecerse y procrastinar

Leo sobre la palabra procrastinar (dejar para mañana) un artículo de Gabriel Zaid que me explica que viene del vocablo cras, mañana. (De paso, me entero de que San Expedito fue un comandante romano que aplastó a un travieso cuervo que insistía en que dejara para mañana (cras, cras) su conversión religiosa.) El vocablo cras, mañana, es una palabra antigua, cercana al latín, pero procrastinar entró al DRAE hace casi treinta años, por influencia del inglés. En esa lengua, procrastinate se registra desde el siglo XVI, pero ya ven, es una palabra perfectamente legítima en español. Vueltas que dan las palabras, como yo, cuando procrastino.

  1. Entonces, leo sobre la acedia

Tiene razón Evagrio Póntico cuando la describe para los «monjes acediosos»: primero viene el vagabundeo, el monje se pone a hablar con otra gente, se distrae. Se olvida de quién es y de qué busca, y esto conduce a una vida sin provecho. Se olvida de que es monje, se separa de sí, es otra cosa. Hay que vivir en plena conciencia del presente, evitar la dispersión, ordenar el pensamiento.

Sustituyo en lo que leo «Dios» por «Arte» o «Poesía» y recuerdo que la actividad artística, la escritura, también supone quietud, perseverancia, «encerrarse en la celda», vivir en plena conciencia del presente, evitar la dispersión, ordenar el pensamiento. Estoy atada a la silla y procuro no distraerme, pero la palabra y el monje del siglo IV me llevan a errar por los espacios virtuales. Entonces, leo, me disperso. Continúo.

Busco sobre la acedia y encuentro otras tantas cosas: que significa pereza, flojera, pero también angustia, amargura; que alguna vez significó falta de cuidado, descuido; que en la Edad Media se asociaba al mal humor y el aborrecimiento de la hora de la siesta; que, según Emile Cioran, «el hastío es el martirio de los que ni viven ni mueren por ninguna creencia» (Breviario de pobredumbre, 173); que el demonio de la acedia, o demonio del mediodía, según Evagrio Póntico, es «el más pesado de todos los demonios»; que este concepto cambia a través de los tiempos y ha significado descuido, pero también melancolía, spleen, apatía, aburrimiento.

Todo esto que leo me da vueltas en la cabeza. Entonces pienso en las vacaciones, en la vagancia, en estar quieta, en enfrentar el demonio del mediodía: vivir el momento a ver qué pasa.

  1. La vagancia

Vacaciones. Vagar, vagabundo, vaguedad. Perezoso, haragán, holgazán, holgazanería, vagancia, errático, error. Ocioso, desganado, triste.

Dice un diccionario en línea que «vagancia» es falta de ganas, andar por ahí sin rumbo, estar libre y suelta, desordenada, indispuesta para las obligaciones, pero también: tiempo desocupado que permite hacer algo, lentitud, pausa, sosiego o tedio. Se dicen tantas cosas vagas.

Dice también cosas que ya sabía: que la pereza, en la religión cristiana, es uno de los siete pecados capitales, junto a la ira, la avaricia, la envidia, la gula, la lujuria y la soberbia; que se asociaba a la tristeza, y ya sabemos lo peligrosa que puede ser una persona triste. Dice también que Gregorio Magno, en el siglo VI, revisó los ocho patrones del mal pensamiento propuestos por el monje Evagrio, y los transformó en estos siete pecados capitales.

Divago. Procrastino. Voy errante en la red.

¿O acaso es tedio? ¿Desgana, tristeza? ¿Aborrecimiento?

A propósito, me agrada que la holgazanería sea, por definición, odio al trabajo. ¿Qué es trabajo, además? Hay quien me ha dicho que no ha trabajado un solo día de su vida, porque adora su oficio y no lo considera una obligación.  ¿Qué es, entonces, «trabajar»?

Leo en un libro de 1863: «Perezoso es aquel que tiene repugnancia habitual al movimiento. El holgazán evita el trabajo cuanto puede, y mira con avidez la hora, para ver cuándo llega el momento de holgar. El vago no hace ni mira nada. La vagancia es su profesión.» (Roque Barcia, Sinónimos castellanos). Entonces leo sobre los vagos.

  1. Vagos, pobres, indeseados

Hay varios estudios sobre la vagancia, de cómo «el vago» en los momentos fundacionales de las naciones, estaba sujeto a la vigilancia y el castigo por parte del estado.

Y es que los pobres, nos dicen los expertos, no son un grupo homogéneo: hay pobres buenos y pobres malos, no es lo mismo el mendigo que el vago, que el jornalero mal pagado. Había, me dicen, pobres «deseados» merecedores de la asistencia social, como había «indeseados», sometidos a la llamada justicia, según su capacidad para el trabajo.

En cuanto a los vagos: vagos eran, según las leyes del siglo XIX en Colombia, los que se dedican a andar por ahí, en mala compañía, sin ocupación, los que piden limosna sin ser inválidos y hasta «los hijos de familias mal inclinados, con malas costumbres e irrespetuosos con sus padres». Ser vago era un problema para los mandamases.

Asimismo, para los mismos años en Puerto Rico, un gran sector de la población andaba por ahí, sin casa ni oficio, viviendo el día a día. Los hacendados se quejaban de la escasez de mano de obra y el gobierno español respondió con procedimientos legales contra la vagancia. Los trabajadores puertorriqueños que encontraron los norteamericanos a finales del XIX, carecían de la «disciplina laboral» necesaria, a los ojos mercantiles, para el desarrollo industrial, es decir, para dejarse explotar por los nuevos señores.

Hoy, en estos días, los empresarios se quejan de que los cheques de alivio pandémico han hecho exigentes a los trabajadores, especialmente a los más jóvenes, y no quieren trabajar. No consiguen empleados que quieran trabajar por $7.25 la hora. Una cafetería sanjuanera advierte a los clientes que debido a la falta de empleados tienen turnos más largos para las mesas. Yo digo, como tanta gente, que si pagaran mejor, otro gallo les cantara.

  1. Apología de la vagancia

Conocí hace tiempo un defensor de la vagancia. No hacer nada, hacer sólo lo que place, hacer poco. Vivir como un gato. Vagar, vaguear, vacacionar. A su juicio, todos debíamos tener ese momento garantizado: no hacer nada o hacer lo que nos de la gana. Esa era la promesa (era, he dicho) de la jubilación, del retiro: hacer, por fin, lo que nos plazca. Siempre preguntamos a los retirados lo mismo: qué estás haciendo ahora que no estás trabajando. ¿Deben estar haciendo algo?

Mi amigo feliz (el que nunca había trabajado porque ejercía un oficio gustoso) decía (recordando sus lecturas bíblicas) que el trabajo no era una virtud sino un castigo: nos expulsaron del paraíso y nos dijeron: ganarás el pan con el sudor de tu frente. Decía eso para defenderse del imperativo moral del trabajo, la idea burguesa de que el tiempo se pierde si no se transforma en producto, es decir, en mercancía. El tiempo es oro.

Y yo recuerdo entonces los versos del poema «La aurora» de Federico García Lorca: «saben que van al cieno de números y leyes, / a los juegos sin arte, a sudores sin fruto».

  1. Nota final

He hecho como Evagrio ha aconsejado, me he quedado en la celda, obstinada en estas letras. He llegado al final porque me he amarrado a la silla, he mirado por la ventana – eso sí – pero la distracción era el mismo camino que debía recorrer para llegar a este escrito. He vencido al diablo distractor, con sus propias armas, pero no sé a dónde he llegado. ¿Al final, acaso? ¿O es este un principio?

Algunos textos recorridos:

Natalia Botero Jaramillo. "El problema de los excluidos. Las leyes contra la vagancia en Colombia durante las décadas de 1820 a 1840" ACHSC 39.2 (julio-diciembre 2012): 41-68

María Lucrecia Rovaletti. "La acedia como forma de malestar en la sociedad actual: entre el tedio y la ansiedad", II Simpósio Internacional de Psicopatología Fenomenológica: "Psicopatologia do presente: teoria e pratica", Facultade de Ciencias Médicas da Santa Casa de Sâo Paulo. 3-5 noviembre 2016

Gervasio García, "Economía y trabajo en el Puerto Rico del siglo XIX" HMex 38.4 (1989): 855-878.

Marisa Monto, "La «conciencia inhóspita» y el demonio del mediodía". XIVa Jornadas de Filosofía Medieval del Centro de Estudios Filosóficos Eugenio Pucciarelli, El bien y el mal en el Pensamiento medieval: ángeles y demonios. Buenos Aires, 2019.

Martin Gelabert, "El demonio del mediodía" 8 de septiembre de 2020, vidareligiosa.es

Rubén Peretó Rivas. Acedia, melancolía y depresión. Aportes para una reconstrucción histórica. Revista de Humanidades Médicas y Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología. 3 (2011): 1-20

Gabriel Zaid, "Procrastinar" https://elmalpensante.com/articulo/1864/procrastinar

Evagrio el Póntico, "La acedia", Sobre los ocho vicios malvados https://ec.aciprensa.com/wiki/Evagrio_del_Ponto:_Sobre_los_ocho_esp%C3%ADritus_malvados#La_acedia




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