Será Otra Cosa:Maestras del País

Por Vanessa Vilches Norat/Especial para En Rojo

El 24 de marzo de 2019, cuatro meses antes de su arresto el 11 de julio por agentes federales, acusada de siete cargos criminales que incluyen robo, fraude, lavado de dinero, conspiración de lavado de dinero en un esquema de corrupción de aproximadamente 13 de millones de dólares, la Exsecretaria de Educación de Puerto Rico, Julia Keleher había anunciado su propuesta de una “nueva escala salarial” para las maestras y maestros del sistema público de enseñanza. El anuncio, tan engañoso como cualquier propaganda, invisibilizaba, sin embargo, una rebaja salarial a los educadores: el proyecto implicaba un aumento de 7.5 horas laborables a la jornada semanal, como alertaron la Federación y la Asociación de Maestros. Supongo que a Julia Keleher, quien devengaba el escandaloso salario de $250,000 anuales y que, además, pretendió que la Puerto Rico Foundation le pagara un sueldo de 250,000 dólares adicionales, la situación de pobreza de las maestras del país, la tenía sin cuidado, como tampoco le importó el estado del Departamento de Educación, ni la población infantil que atendía, según demostró con el cierre de 442 escuelas del sistema.

Las maestras de este país viven cerca del nivel de pobreza. A poca gente parece importarle, pero el sueldo básico de una maestra es de 17,500 anuales. Tampoco parece importar demasiado que los docentes sin plaza de la Universidad de Puerto Rico vivan también en la pobreza, puesto que ganan un promedio de 12,258 anuales si enseñan una carga académica de 3 cursos por semestre.

La pobreza de los educadores del país es bochornosa. Según los índices federales, el nivel de pobreza es de 12,793 anuales para un individuo y de 25,707 para una familia de cuatro miembros. En comparación con los estados de EEUU, Puerto Rico tiene el índice más alto de pobreza, casi el doble que el próximo estado en peor condición. En algunos municipios de Puerto Rico, como Maricao, la cifra llega hasta el 84% de la población.

Utilizo el femenino porque la mayoría de las educadoras de nuestro sistema púbico han sido y son mujeres. También porque la pobreza en el país, como en el mundo, tiene cara de mujer. Se sabe que la brecha se acrecienta para las familias monoparentales en que las mujeres son jefas de familia. En Puerto Rico, un 77% de los niños que viven bajo los niveles de pobreza pertenecen a una familia monoparental a cargo de una mujer.

Para sobrevivir su situación económica, la mayoría de las maestras tienen un segundo trabajo: ofrecen tutorías, cuidan niños o envejecientes, trabajan en comercios, o venden productos como bizcochos, postres, pasteles, joyas y artesanías. Las maestras son pobres y, aun así, asumen su responsabilidad por nuestros niños con generosidad. Sabemos que la mayoría de las veces ellas deben compensar la falta de materiales escolares. Compran de su bolsillo, no solo útiles para los niños, sino también ratoneras, papel higiénico, detergentes, artículos para el mantenimiento de sus salones.

Vilipendiadas, abusadas, explotadas, las maestras del país todavía consiguen generar curiosidad intelectual, amor por la lectura, respeto por el conocimiento y ambición de estudio en sus estudiantes.

Pienso en maestra Yoly, y reconozco la entereza de nuestras maestras. Lleva 24 años en el magisterio como maestra de kínder y primer grado principalmente. Ha trabajado siempre con los más pobres del país. Oigo sus cuentos sobre sus estudiantes y me canso de solo escucharla. Quiero ser como ella cuando sea grande, pienso, mientras le oigo el feliz relato sobre su estudiante con perlesía cerebral que ofreció un informe a sus compañeros de clase, “y si vieras lo atento que estaban sus compañeros”, me dice. Otras veces, le escucho la alegría cada vez que uno de sus niños aprende a escribir su nombre: “Vanessa, si vieras la carita cuando me entrega el papel”. Hay muchos cuentos tristes también, como cuando alguno de sus estudiantes llega con el cuerpo marcado de moretones y ella debe intervenir o cuando se les niegan servicios a sus estudiantes. Pero de alguna forma, maestra Yoly logra retomar su fuerza y su voz cantarina, y continuar con entereza su deber magisterial.

Ella es así. Llena de vida, de apuesta al futuro, de absoluto respeto por ese mañana que le corresponde encauzar en esos cuerpitos de 5 y 6 años. No sé de dónde saca tanta energía. Ya es cincuentona, pero su cuerpo le da para llevarlos a excursiones, organizar sesiones de lectura, inventarse ferias científicas, involucrar a sus madres en el proceso de lectoescritura. Así implementó un chat de madres para que grabaran a sus niños y niñas leyendo. Por días, estuvimos viendo la emoción del sonido de una oración en las bocas de sus estudiantes; la alegría de sus madres y padres; el orgullo de la maestra Yoly.

Debemos saber que la labor de una maestra excede el horario de ocho de la mañana a tres de la tarde; debe preparar planes, inventarse métodos creativos de enseñanza, corregir, asistir a reuniones y seminarios, incluso, visitar a sus niños a los hospitales. Si le pregunto cómo recupera energías, me cuenta anécdotas de logros de sus estudiantes, como si el relato borrara el cansancio del cuerpo.

Mientras escribo hoy, atenta al paso de la tormenta tropical Dorian por Puerto Rico, recuerdo su gestión política en la comunidad que sirve. A dos semanas del paso de María, la escuela donde trabaja, Dr. Hiram González de Bayamón, casi no había sufrido daños. Me cuenta que en el comedor escolar había mucha comida. Entonces, con toda la seguridad que puede brindar la vocación (y sin permiso), abrieron la escuela y sirvieron comida por dos semanas “a los viejos de nuestra comunidad”.

Un día me pide que la ayude a llevar a los estudiantes a la Universidad. “Recíbelos, Vanessa. Deben saber que tienen derecho a ese porvenir.” Por supuesto que lo hago. Encantada, nada me gustaría más que tender ese puente. Y allá va ese huracán de energía que puede ser mi querida hermana a organizar la visita. Moviliza madres, busca auspiciadores, diseña perfectamente el recorrido. “Los recibes tú, visitamos el Museo de Antropología, admiramos El velorio de Oller, caminamos por la placita, vemos la torre y el teatro y que los reciba Sofía Cardona, han leído su cuento infantil La maravillosa visita del calzadísimo extranjero, deben saber que los escritores son de carne y hueso y que ellos pueden escribir, si así lo desean.” Los diez estudiantes con sus madres, que tampoco habían visitado la Universidad, llegaron en tren desde Bayamón con la maestra Yoly. Mi papel fue nimio: recibirlos, ser la guía, darles algunos detalles, provocar deseos de estudios secundarios, hacerlos sentir que nuestro Recinto es suyo. Eso hicimos, construir un puente imaginario entre el sistema de educación pública elemental y el universitario.

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