Sila y “Nosotros no somos una colonia”

Especial para CLARIDAD

En los primeros días del nuevo cuatrienio dos políticos del Partido Popular Democrático sorprendieron por la estentórea naturaleza categórica de sus declaraciones. El flamante presidente del Senado José Luis Dalmau, al ser confrontado con el hecho de que empleaba a su hermana en su oficina por unos módicos $3,030 mensuales, aseguró de manera rotunda e indiscutible que hace años que lo venía haciendo. Al parecer, Diana Dalmau Santiago es una lumbrera singular e insustituible, porque desde hace un tiempo inmemorial ha disfrutado de dispensas del Estado, para asistir en una obra legislativa sin par, a un talentoso legislador con el mayor grado de consanguinidad imaginable. José Luis Dalmau, sin embargo, supo tranquilizar a la ciudadanía asegurando: “Esto no es nepotismo”. Si esto no es, me pregunto en qué consistiría esa práctica. Imagino que si el presidente del Senado le pagara unos módicos $3,030 mensuales a su páncreas o a su intestino delgado por los servicios insustituibles que le proporcionan para su supervivencia, esto clasificaría como nepotismo. En este caso, el grado de consanguinidad sería demasiado directo, tan cercano como el tórax. Afortunadamente, esta carne de la carne del presidente del Senado vive aún en tiempos de servidumbre voluntaria y, ante esta realidad, las mejores leyes claudican.

Por otra parte, Sila María Calderón retornó a la actualidad noticiosa en una entrevista de la edición dominical de un diario. En los días transcurridos desde entonces, no he escuchado ni leído a nadie comentando lo que dijo. Hay una excepción, no obstante, ya que la exgobernadora alegó en un arrebato de lucidez negativa que “Nosotros no somos una colonia”. No sé bien a qué se refiere la exgobernadora. Su frase es voluntariamente ambigua; su designio al pronunciarla acaso sea inescrutable; su voluntad poética es posible que colinde con lo intransmisible. Sila María Calderón nos sorprende con un pronunciamiento que rebasa la relación intrínseca entre razón y cordura. No se puede afirmar que su aserto sea surrealista, porque esto no rendiría justicia a las dimensiones insondables y subterráneas de su logro, y sería además un deshonor para esa corriente de vanguardia.

Intentaré, recalco apenas procuraré rozar la magnitud del acertijo, con humildad, consciente de que me encuentro ante la luz entorpecedora de un prodigio. “Nosotros no somos una colonia”. ¿Qué está queriendo decir nuestra exgobernadora?

El relámpago que es esta frase para el entendimiento recuerda a Moisés ante la zarza ardiente. ¿Qué nos quiso decir Sila? ¿Qué “nosotros” quiso decir con “nosotros”? ¿Y ese “nosotros” cómo no se puede haber convertido en una loción fragante, en una “colonia”? ¿Acaso ese colectivo, ese “nosotros” no tiene el potencial histórico de licuarse en una eau de toilette? ¿En caso de que así fuera, el prisma mental de la exgobernadora, atornasolado cual plumaje de colibrí con déficit de atención, nos estaría negando la posibilidad olfativa del perfume por la eternidad? ¿La posibilidad de consustanciarnos con un eau de toilette quedaría para siempre en un más allá imposible? ¿Nunca accederíamos entonces al temporal refresque de un splash? La pregunta es crucial y su respuesta es insoslayable y a la vez indeterminable. ¿Somos algo que se esparce con la mano o se administra en forma de aerosol? ¿O somos la negación del buen olor? Esa es la pregunta con la que la exgobernadora se queda con la boca abierta.

¿Qué quiso decir Sila? La pregunta produce vértigo. Pocas personas en nuestra dilatada historia han puesto a todo un pueblo ante un espejo tan cruel y a la vez tan trastornador. Quizá deba reunir ahora la valentía de esbozar una respuesta ante la afirmación de fuego, hecha con plomo derretido por alguien que nos reunió en un “nosotros” frente al precipicio de la historia, las narices arrugadas y los gestos de asco. “Nosotros no somos una colonia”. De cada palabra se podrían escribir volúmenes, pero ya estamos obligados a principiar una respuesta. Sila nos dirige a la confrontación de nuestro mal olor y apunta a nuestra imposibilidad fragante. Por siempre seremos tufo, hedor, fetidez, peste. Nunca oleremos ni a gardenias ni a rosas, aquí no hay Channel que valga. Ni aunque nos bañemos con galones de Nenuco o nos quememos la piel con la administración directa de aceite esencial de pachulí sin diluir, estaremos alterando la realidad de que “Nosotros no somos una colonia”.

Nos preguntamos cómo la gobernadora llegó a convencerse de esta realidad. Debió ser despiadado y lacerante su tránsito vital hacia ese “nosotros” fétido e incoloniable. Solamente puedo especular, que la exgobernadora, siguiendo la gran tradición de la que es parte tan integral como la hermana del presidente del Senado Dalmau es a su oficina, del Partido Popular Democrático, no pudo menos que verse avasallada por el rayo devastador del verbo magnicida de sentido y coherencia. Ya lo dijo Muñoz Marín en los albores de nuestra gran constitución, desconocida en años recientes por todas las ramas de gobierno de nuestro socio, cuya bandera ondea junto a la nuestra a la misma altura en la brisa hedionda de nuestra incapacidad para ser colonia: “Hemos dicho que estamos creando un estado dinámico, un estado que contiene dentro de sí la enorme energía de un continuo crecimiento, de una continua superación. Es el Estado Libre Asociado de Puerto Rico de naturaleza en parte federal y en parte lo que pudiéramos llamar cofederal. En estos dos factores se encierra la posibilidad de su desarrollo en la Unión Americana”.

¿Qué dijo Muñoz? ¿En qué se diferencia lo “federal” de lo “cofederal” y estos términos de lo colonial? No podemos entablar ahora una batalla con la dinámica perfidia disparatada de este maestro de maestros del nepotismo que no es nepotismo. Baste, por lo pronto, que Sila no apareció flotando en un canasto en el Nilo, antes de llegar a regir en el palacio del Faraón y en el Santa Catalina de los gobernadores con pésimos olores. Baste por lo pronto, imaginar que la exgobernadora desde la cuna abrevó en esta ciénaga.

“Nosotros no somos una colonia”. Sila María Calderón es una teórica de la descomposición. Con ella, atesoramos el retoricismo de la podredumbre.

Este escrito forma parte de nuestra edición especial en papel de enero.

 

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