Sobre escribir en la frontera

Podríamos ver el ensayo Escribiendo en la frontera (1), de Carmen Dolores Hernández como una invitación a derrumbar las barreras que separan la literatura puertorriqueña escrita en español, de la literatura puertorriqueña escrita en inglés (salvando las diferencias que existen entre ambas, por supuesto). Pero, además, es un recordatorio de lo complejo que puede llegar a ser escribir, crear en un escenario fronterizo, sentirse entre dos aguas al experimentar una existencia binaria en términos territoriales, culturales, nacionales y lingüísticos. Pues, si bien ha sido difícil para los que escriben en español desde la isla construir un corpus literario nacional, como el que consolidó la Generación del 30 si consideramos nuestra situación política colonial, debemos imaginar lo conflictivo de escribir la particular experiencia puertorriqueña en Estados Unidos y en inglés. Según Hernández, este escenario sitúa a los escritores puertorriqueños de la diáspora en medio de un doble rechazo: el que experimentan acá en Puerto Rico por los puertorriqueños, y el que experimentan allá en Estados Unidos por los norteamericanos, donde en lugar de haber logrado del todo un sentido de pertenencia, han llegado a sentirse más bien como “intrusos indeseados” (112).

Reconoce Hernández que si bien es cierto que existen varios escritores puertorriqueños que escriben en español en Estados Unidos —entre ellos Giannina Braschi, Jorge Marzán, Pedro López Adorno—, muchos otros han escrito su obra en inglés, como por ejemplo Tato Laviera, Piri Thomas, Martín Espada, Willie Perdomo, entre unos tantos. Estos escritores que se sienten puertorriqueños, segundas y terceras generaciones de emigrantes en Estados Unidos, han enfrentado el rechazo por parte de aquellos que cuestionan su identidad nacional y su producción literaria por razones de idioma, convirtiéndolos así en un otro. Entonces, de acuerdo a Hernández “el gran problema reside, desde luego, precisamente en la lengua”(209), puesto que, el español de Puerto Rico es una de las características fundamentales de nuestra identidad colectiva. Con ello reconoce que nuestra lengua ha sido un fuerte mecanismo de resistencia frente a las amenazas de asimilación cultural con Estados Unidos, ya que con ella hemos reafirmado nuestra identidad puertorriqueña frente a la norteamericana. Ha sido nuestra herramienta más valiosa, con la que no solo hemos construido un discurso nacional cuajado en un canon literario, sino que además, con éste se construyó una estrategia política (3), como muy claramente nos recuerda Carolina Sancholuz en su ensayo Literatura e identidad nacional en Puerto Rico (1930-1960) (1997), citando a Pedreira. Ha sido la estrategia que con la producción literaria de la Generación del 30 y sus ensayos de interpretación histórica, compensó la pérdida de la hegemonía de los hacendados del siglo XIX y la inexistencia de un Estado nacional independiente. “Es la base de nuestra creación literaria: la lengua en que aparecieron los primeros ‘vagidos’ de nuestras letras” (210), dice Hernández. Entonces, esta identidad forjada por una producción literaria sustentada en una lengua homogénea y fija, surge de la necesidad de hacerle frente a la amenaza política y cultural que significó la invasión norteamericana. Pero sucede que, a pesar de ello, es este mismo canon literario, que surgió de esa necesidad de afirmación, el que se resiste a reconocer otra variante de la literatura puertorriqueña (la escrita en inglés), que surge también de una necesidad de afirmación ante el vacío de una “vivencia patria de la que solo tuvieron una experiencia mediatizada por lo que les contaban sus mayores…” (Hernández, 211). Esto no es de sorprender, pues ya nos ha dicho Juan Gelpí en su libro Literatura y paternalismo en Puerto Rico (1993), que nuestro canon literario es patriarcal, autoritario y excluyente, por ello relega a segunda categoría obras y géneros que “puedan lindar con lo fragmentario y lo efusivo”(21). De esta manera la literatura puertorriqueña escrita en inglés es un claro desafío al purismo lingüístico del canon, a su retórica homogeneizante y a sus límites territoriales. Resulta interesante, quizás por irónico, que un corpus literario nacional, que tal vez entendemos como ente aglutinador, rechace estas y otras tantas manifestaciones literarias, y que en su intento de unir, termine por levantar fronteras, ofreciendo entonces un corpus en cierto sentido incompleto y parcializado. Según lo expuesto por Hernández, queda claro que la expresión literaria en inglés de estos autores, surge como forma de afirmar su existencia. Escribieron para sobrevivir. No solo literalmente como en el caso que destaca Hernández de Piri Thomas, autor de Down these mean streets, quien encontró su vocación en la cárcel, sino además como comunidad puertorriqueña en Estados Unidos. Son ellos quienes documentan la vida, la experiencia particular de los puertorriqueños en Nueva York por ejemplo, como bien reclama el autor Fernando Vega, citado por Hernández. En un principio lo hicieron mediante el relato oral, pero una vez adquirieron las herramientas, lo hicieron mediante la palabra escrita. Procuraron visibilizarse, afirmar su particular existencia: Pedro Pietri, Piri Thomas, Miguel Algarín entre otros, cuando tuvieron acceso a la educación, a la biblioteca y descubrieron la lectura. Ellos, al igual que los autores puertorriqueños en la isla, tuvieron la literatura como herramienta de resistencia y con ella han construido y afianzado su identidad puertorriqueña, afirmándola aún cuando parecía que se les escapaba. De acuerdo a Hernández, y como también hemos podido ver en clase, estas manifestaciones artísticas y literarias que propone reclamemos como nuestras, aunque no se hayan expresado en español, tienen como un modelo precedente en España la manifestación literaria en árabe clásico o hebreo llamada moaxajas: poemas cortos escritos en árabe clásico o en hebreo que “pasaron al acervo de las letras hispánicas, a pesar de no estar escritas en lengua romance sino en mozárabe, que es el dialecto utilizado por los cristianos en tierra árabe.

Concluimos coincidiendo con Hernández sobre la importancia de reconocer y reclamar como nuestras, las manifestaciones artísticas de autores y artistas puertorriqueños en Estados Unidos, como un ejemplo de supervivencia de nuestra cultura, pero además como un reclamo de justicia para aquellos sin los que la historia de nuestra literatura y experiencia en el exilio no estaría completa.

(1) Literatura puertorriqueña del siglo XX: antología. Mercedes López-Baralt

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