Sobre locos y fantasías

En el Puerto Rico de mi infancia cada barrio tenía su propio loco andando por calles o caminos, exhibiendo sus manías. Por el barrio Cuchillas de Moca andaba Piri, un hombre amable que los niños insensibles hostigaban mofándose de sus discursos. Piri vestía como “profesional” o “político” y, a pesar del insufrible calor de las tardes, se ponía una chaqueta, a veces dos, que le habían regalado y le quedaban grandes. Con el sol castigador de frente se detenía a darnos un discurso, siempre triunfante. Tras el aplauso seguía su camino, hostigado por los muchachos. Al día siguiente la escena se repetía porque los “triunfos” nunca perdían vigencia en la ya canosa cabeza de aquel hombre.

El otro día pude recordar al Piri de mi niñez gracias a Rafael Hernández Colón y a Melo Muñoz. El primero escribió un largo artículo en la prensa hablando de un “Estado Libre Asociado triunfante”. Según el ponceño, el estatus político que él llama ELA no sólo existe sino que durante los últimos años ha caminado de triunfo en triunfo. El pasado año salió victorioso del Tribunal Supremo de Estados Unidos que, según el exgobernador, reconoció su importancia y su vigencia. Ahora sólo le falta triunfar sobre la Junta de Control Fiscal y la ley PROMESA. Será cuestión de tiempo para que ese otro triunfo también se manifieste.

La segunda que me hizo recordar a Piri fue Melo Muñoz quien, en la fundación que lleva el nombre de su padre, se reunió con Hernández Colón y algunos otros para celebrar la “grandeza” y “vigencia” del ELA. Antes se las arregló para expulsar de la misma fundación a Carmen Yulín Cruz porque, según la heredera del líder, la alcaldesa de San Juan pretendía celebrar una actividad “política” en el sagrado recinto. La actividad desde la cual la hija del prócer hablaba se organizó para proclamar los “triunfos” del ELA, pero no era política. La de la alcaldesa, que pretendía hablar de “alianzas”, sí era política y de ahí que se justificara la censura.

Hasta donde recuerdo, nadie nunca intentó convencer a Piri de la inexistencia de sus triunfos. Los adultos lo escuchaban con cierto aire de respeto y luego le regalaban alguna cosa para que siguiera tranquilo. Nunca escuché a alguien rebatiéndole sus éxitos porque, sin duda, Piri estaba seguro de que su vida victoriosa era realidad y, aunque lo intentara, nadie podía mostrarle otra cosa. Aquella era su “verdad”, no había otra. Además, mi compueblano vivía feliz en su mundo repleto de triunfos ficticios y a pesar de andar con doble gabán y doble pantalón, seguramente no sentía el calor abrasador de las tardes.

Hernández Colón y Melo Muñoz, junto con Héctor Ferrer y los demás, seguramente son felices y de verdad creen el tránsito victorioso de lo que siguen llamando ELA. No vale la pena discutir con ellos ni mucho menos intentar rebatirle lo fantasioso de sus posturas. Nunca nadie los convencerá de lo contrario. Debemos dejarlos tranquilos como los adultos de mi barrio hacían con Piri.

Mientras el grupo que todavía dirige el PPD sigue viviendo fantasías como las del amable loco mocano, nuestro país transita por una realidad que nada tiene de fantasiosa. La crisis económica se profundiza manifestándose en menos empleos, más impuestos y peor calidad de vida. Cada vez más gente siente sus efectos percibiendo, además, que no hay salida. Frente a esa realidad, el gobierno de turno se proyecta como un capataz de finca con poderes mínimos que se limita a ejecutar las órdenes que recibe del hacendado. Mientras cumple con lo ordenado, se entretiene con otra fantasía, la de la estadidad.

Recientemente, uno de los think tank que tienen sede en Washington –el Center for Economic and Policy Research (CEPR)– emitió uno de esos estudios que los políticos isleños no quieren leer. Contrario a otros que se recrean en el recuento de nuestra deuda, el trabajo del CEPR estudia las causas del declive económico que comenzó a manifestarse en la década de los ’90. La base de nuestra economía era la manufactura y ésa fue, precisamente la que comenzó a declinar. La principal explicación para esa caída no está, como se ha dicho tantas veces, en la pérdida del incentivo contributivo que representaba la Sección 936 del código federal de impuestos. Aquella pérdida tuvo efectos negativos, pero no fue la más importante. El impacto mayor vino de dos eventos que Puerto Rico no podía controlar, ni mucho menos protegerse de sus efectos. Éstos fueron la globalización económica y las nuevas formas de intercambio comercial mundial que Estados Unidos puso en marcha mediante acuerdos internacionales de todo tipo. Plantea el estudio del CEPR que, al estar Puerto Rico desprovisto de poderes soberanos, no pudo reaccionar ni mucho menos enfrentarse a esa nueva realidad.

En lugar de limitarse a hablar de la incapacidad de nuestro liderato político y del manejo irresponsable de la deuda pública, el estudio del CEPR pone el dedo en el centro de la llaga: en nuestra incapacidad para competir en un mundo globalizado en el que las normas que regían el intercambio comercial se transformaron. El análisis concluye que Puerto Rico se avoca a otra década perdida, al final de la cual tampoco habrá una solución a la vista, a menos que ocurra una de dos cosas: que llegue un rescate financiero masivo desde afuera o que el país adquiera los poderes soberanos que necesita para que su economía pueda competir. Como sabemos que ese rescate salvador nunca llegará, la única salida que nos queda es la de la soberanía.

Al comparar el ambiente político puertorriqueño actual –donde tanto el liderato del partido en el poder como el del principal opositor andan repitiendo las mismas fantasías que hilvanaba el loco de mi infancia– resalta la dramática necesidad de un liderato nuevo que se atreva a luchar por la única alternativa que puede salvarnos.

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