Sobre Versión del viaje de Claudia Becerra

a Viviana, por los continuos naufragios

“Tú, lobo de mar,

hacia dónde esta nave haz de llevar”

–Nave sin rumbo, Sylvia Rexach

La metáfora: el viaje. Dicho de otro modo: el sin-rumbo, o quizás la búsqueda. Una metáfora tan antigua que se encuentra en los inicios mismos de la literatura. En la tradición puertorriqueña ha sido también privilegiada por los escritores, y quizás la imagen cumbre elaborada por Antonio S. Pedreira en Insularismo, la del país como un barco a la deriva, sea la más reiterada, polemizada y dialogada en torno a la isla.

Pero en “Versión del viaje” (Folium, 2018), la primera parte del poemario homónimo de Claudia Becerra, lo que tenemos es una renovación de la metáfora. O, lo que es lo mismo, un retorno a como se empleaba en la literatura puertorriqueña en momentos previos, lejanos, por un lado, a la institucionalización de la cultura y, por el otro, a la politización pedreireña de la metáfora (aunque siempre se tenga un mismo punto de partida: el estar embarcado). En “Versión del viaje” todavía prevalece la connotación existencial, amorosa, escurridiza del viaje, que encontramos en “Insomnio” de Santiago Vidarte (“Boguemos, boguemos / al son de los remos; / la noche convida”) o en La peregrinación de Bayoán de Eugenio María de Hostos (“A BORDO. ¡Otra vez, otra vez!”).

Inicia así:

1

No alcanzaste la sabia adivinación de los embarques.

Como ellos, no aprendiste la lección de la cumbre

y del leve hundir de la proa entre oleajes.

Tampoco la rápida adaptación de los mástiles,

el sano juicio y la trabajada ojera haciendo guardia

a la noche desprendida. Oyes crujir la madera

como una fractura de huesos en desuso.

Arriba la estrella. El ojo en su submundo.

Presientes que no impedirías el naufragio.

El primer poema ya sienta las bases del tono que dominará “Versión del viaje”. El sujeto poético (y con esto nos referimos a quien se encuentra a bordo de la embarcación) está ante un punto de partida movedizo, pasando de las alturas (“la cumbre”) al disimulado abismo (“leve hundir”). Nos encontramos, además, con un sujeto poético inseguro de sí mismo y de su viaje (“Presientes que no impedirías el naufragio”), con poca experiencia para la travesía que tiene de frente (“no aprendiste… Tampoco la rápida adaptación de los mástiles…”) y que quizás se emprendió de manera apresurada por alguna pulsión vital.

Pero en estos primeros versos también se evidencia una de las fortalezas de estos poemas líricos: la ambigüedad del destinatario. ¿Quién es el yo-lírico que habla, y cuál su relación con el sujeto poético a bordo? ¿Quién es ese “tú” que se empieza, sino a perfilar, sí a ‘acusar’ en este primer texto? ¿Será que el yo-lírico y el sujeto poético son uno mismo, que la propia voz poética se dirige a un “tú” interno? ¿O es que este yo-lírico que habla observa a un sujeto poético como se observan a los protagonistas de una novela: bajo un mundo sin Dios, desamparado?

La primera pieza interpretativa de “Versión del viaje” es, pues, el destinatario. El “tú”, después de todo, se podría leer como la palabra inicial del poemario, pero como sujeto omitido, suprimido (“Tú No alcanzaste la sabia adivinación…”). ¿Será este viaje un proceso de borradura de este sujeto poético? ¿O, por el contrario, de un redescubrimiento?

Mientras se progresa en “Versión del viaje” se va intuyendo cierto hilo narrativo que guía la lectura, que incluso va aclarando o complicando algunas de las interrogantes mencionadas anteriormente. Esta narrativa no se da por falta de peso lírico sino que, al contrario, es propiciada por él. Es casi una advertencia: durante la lectura de estos textos, siempre habrá que conjugar o balancear este hilo narrativo y sus lecturas más metafóricas o sugestivas. Si el primer poema marca la partida del sujeto poético hacia un viaje marítimo, el segundo señala el momento en el que, desde la embarcación, todo horizonte visible se convierte en mar. El tercero, en el que se juega con la idea de la libertad dentro del desvarío. El cuarto, la consciencia de los efectos de la travesía en el cuerpo, y el haberse entregado por completo al movimiento marítimo.

4

Sobre el labio superior, un sudor.

Saboreas la sal y acrecienta la sed.

Sin duda el deseo, pero ¿cuál su puerto?

… eres

la entrega irrestricta a la composición

de la ola. Brava conquista para quien

señale el deseo en el entretanto

de las aguas…

La soledad, el cansancio, la sed y el sudor. El cuerpo y el alma son uno en esta peregrinación sin destino, sin continente, y el efecto del viaje se intensifica con su progresión. El viaje inició de noche, pero continuamente se nos hace referencia al cambio de día, como para señalar el paso del tiempo. El cambio de días, sin embargo, resulta incapaz de dar muestra de transición entre estaciones del año, añadiendo a la ambientación (¿geográfica?) y a la ambigüedad de este viaje en lo que parece un mundo detenido.

11

Aquí la luz no anuncia los cambios

de estación. No hay luz de otoño,

de invierno o primaveral. Sólo luz

que acota la noche, la más temprana

una linterna que no enciende y golpeamos

dos y tres veces, desperezándola. Una

luz de primera mirada abierta al rocío,

verifiquen el pétalo – porque allá

yace el sol como si únicamente

fuera un efecto visual, aún tan bajo

y alejado de su centro, que nada

toca, apenas tibia. Sólo sale.

Poco a poco el sujeto poético se transforma a bordo a partir de este nuevo desarrollo sensorial (particularmente de la vista y el tacto) y de las reflexiones que surgen a partir del propio proceso peregrino, a la vez íntimo y corporal. La experiencia, pues, es la clave para entender la transformación.

***

La búsqueda es constante, y si se entra al mar es para, eventualmente, regresar a tierra. Primero solo se intuye el regreso a través de la desesperación del sujeto poético, como se expresa en el poema 5:

… Deliras una tierra y cubres el oleaje

con un sosiego vegetal, más verde quizás

por la dilación del día y tu pupila.

A lo que ahora buscas como una vuelta

al hogar de las palpitaciones:

acaso encuentres una versión de ti

que no incluya el miedo oriundo

o la consecución de nombres.

Acaso halles allí una versión del viaje

que finalmente te excluya.

Pero en el último tercio del poemario, las señales de la cercanía a la tierra empiezan a aparecer – como es de costumbre en diarios de viaje y de descubrimiento – hasta finalmente avistar y arribar a la isla que, luego nos enteramos, resultó ser también el punto de partida. A veces hay que darle media vuelta al mundo para cerrar el círculo.

12

Avistamiento de una isla.

Desembarcas el corazón,

tus acordes bruñidos por la inesperada

adversidad de cada uno de los puntos

cardinales. Tus ojos, dos brújulas…

… Qué será una isla

si no un bastión de seguridades simuladas,

donde caminar continuo es maniobrar giros,

toparse en la arena con la huella anterior,

ligeramente cambiada

por todo lo que compromete el paso

de un minuto sobre las cosas. Por eso,

puede que una isla sea comprender

la comedia del rodeo, la sorpresa

del círculo que no encuentra

otro círculo que se le parezca.

Fíjate ya, cómo vas de vuelta a tus pasos.

La isla parece también haber sufrido una transformación durante el transcurso del viaje a bordo del sujeto poético. Hay dos maneras de interpretar este hecho: o se lee una identificación y, por lo tanto, una transformación mutua entre sujeto poético e isla, que afectó la sensibilidad de ambos (“Nadie te preparó para el color de las amapolas”; “La incomprensión, se te ocurre, / es tu ceño arribando calmo sobre la arena”; “Todo nublado como si te acabaras / de frotar la mirada”); o se piensa que la transformación es un elemento inherente a la constitución de la isla, continuo como el movimiento de las olas y totalmente indiferente al destino del sujeto poético (“Olvida la permanencia / donde el tránsito es sitial. Hazte / sede prologada por los adioses… porque nunca despedimos aquello / cuyo timbre fue fragancia / de amapola sin visión de amapola”).

Quizá el recurso final de “Versión del viaje” sea acercar el poemario a la experiencia real de sus lectores isleños y diaspóricos, tan acostumbrados al ir y venir. Ahora se abre una tercera vía (que, por supuesto, no cancela las anteriores) a la interrogante inicial sobre el destinatario. El “tú” que inicia el poemario cobra un tono distinto en la medida en que, en estos últimos poemas, parecería que se dirige a los propios lectores, y que, sin haberse dado cuenta, quizás fueron los lectores quienes atravesaban una transformación durante el propio proceso de lectura, una lírica Fenomenología del espíritu isleño donde el lector, al final del texto, no es el mismo que lo inició. Porque, ¿cómo no identificarse con el regreso, casi siempre agridulce, al país natal?

Llegaste justo cuando todos se iban.

Vuelve, pues, a tus motivaciones.

… Cuán simpática la isla cuando no es

sino puerta que abre hacia fuera.

Y tú que finalmente comenzabas

el arribo, con tu flota necia, pasiva,

sin consigna. Tú, tan dado de repente

a la orilla como un desenlace.

***

Versión del viaje es el primer poemario que publica Claudia Becerra. Con 18 poemas, “Versión del viaje” es la parte más extensa del libro. Solo a esta parte se ha hecho referencia en este escrito. Las otras dos son “ínsulas de invisible”, con 10 poemas, y “Otra vez el mar”, con 7. Algunos de los hilos temáticos aquí señalados se continúan a lo largo del poemario. Se puede decir que, si el inicio del poemario está compuesto de textos que provienen del mar, los restantes ya parecen ser poemas producidos desde la isla.

Esta primera parte del libro, “Versión del viaje”, podría considerarse como un “poema largo” – aunque no pase de las 30 páginas. Se une a una importante sucesión de poemas-largos-breves publicados en los últimos años en la isla (Entre tanto amarillo de Amanda Hernández; Larga jornada en el trópico de Amarilis Tavárez Vales; Adentro crían pájaros de Cristina Pérez Díaz). Como si se conjugara de manera dialéctica la tendencia del mercado escritural hacia lo breve y la contratendencia hacia lo extenso.

Comentaba con un amigo que el peor destino que pudiera tener Versión del viaje es que se considere como un texto primerizo, aunque el dato sea, en sentido estrecho, certero. Pero soy optimista – siempre hay que ser optimista –, y creo que, aunque ocurriera este pronóstico, a la larga se volverá a descubrir el poemario, y entonces se ubicará en su lugar apropiado: allá en aquella colección de textos clásicos y entrañables que, a la vez que nos conducen a un lirismo marítimo, se despliegan para dialogar con lo mejor de la literatura de los continentes. Siempre, siempre, desde la orilla inestable de una isla, de la que a veces se escapa y a la que a veces se regresa.

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