Solidaridad frente a la pequeñez

Por Manuel de J. González /CLARIDAD

En un artículo que escribí el 5 de enero de 2020 (que sólo circuló en la página web de Claridad) decía que en los once meses que faltan para las elecciones generales de 2020 ocurrirán muchas cosas que definitivamente impactarán el resultado electoral. Al escribir esa línea estaba pensando en eventos políticos y no en fenómenos naturales, pero al día siguiente la naturaleza se impuso y comenzaron las sacudidas telúricas que aún no terminan. La región suroeste de nuestro país ha quedado devastada, cientos de familias han perdido sus casas, miles pasan sus días a la intemperie, la economía se detuvo y la ansiedad de todo el pueblo luce desbordada porque toda la isla tiembla. 

Aun cuando, a diferencia del último huracán, sólo el sur y el suroeste están seriamente afectados por los terremotos, el impacto socioeconómico y emocional es en todo el país. En primer lugar, porque toda la isla se quedó sin electricidad luego del gran terremoto del 7 de enero y, en segundo lugar, porque los temblores, con menor o mayor intensidad, los sentimos todos. Pero los elementos que con mayor claridad unen la experiencia de ahora con la que vivimos posterior al huracán María, son la pasmosa incompetencia del gobierno puertorriqueño y el desdén que llega desde el Washington imperial. En ese crucial renglón, enero de 2020 se parece mucho a septiembre de 2017. 

En esta ocasión no está “Ricky” en Fortaleza ni tampoco “Bea”. Tampoco andan en constante media tour los funcionarios de la corte del gobernador, pero observamos el mismo desapego gubernamental que arropó a Puerto Rico después del 20 de septiembre de 2017. Tal como en aquella ocasión la estructura gubernamental apenas existe, salvo la de los alcaldes, y la gente tiene que resolvérselas como pueda. Durante los primeros cinco días posteriores al terremoto miles de personas pernoctaron a cielo abierto sin servicios sanitarios, sin atención médica y con la poca alimentación que ellos y el alcalde del pueblo podían conseguir. Como ocurrió hace tres años, el gobierno central luce ausente mientras las necesidades aumentan y la gente ocupa fincas para seguir viviendo de “camping”.

A pesar de la enorme cifra en millones de dólares que anualmente se gasta en asesores de todo tipo y los miles de contratos que se reparten para “consultaría estratégica”, ni en los municipios ni mucho menos en el gobierno central existía un plan que facilitara una respuesta organizada a la tragedia. Se respondió tarde, de forma improvisada y caótica. En 2017, esa misma ausencia de planes y la similar respuesta desorganizada y caótica, terminó provocando más de tres mil muertes. En 2020 aún desconocemos cuáles serán las consecuencias, pero el caos de tiendas de campaña y toldos que se observa en cada espacio descubierto de los municipios del suroeste, anuncia dificultades. 

A esta nueva tragedia se añade un elemento que, aunque existió, no se manifestó con la misma crudeza en 2017: la politiquería. Por ser año electoral, los funcionarios del Gobierno se han lanzado como fieras a aprovechar el ambiente y los resultados superan lo patético. La foto de los líderes legislativos junto a la gobernadora Vázquez, caminando pegaditos y vestidos de azul por una calle de Guánica parece una escena cómica, pero no lo es. Tampoco causa gracia que la comisionada residente Jennifer González, junto al alcalde de Bayamón, se apropien de los suministros que aportó la gente para repartirlos en bolsas con logos de campaña.

Pero lo que colmó la copa fue lo que ya quedó bautizado como el “debate de las letrinas”, iniciado por la gobernadora de ocasión Wanda Vázquez, quien creyó ver en la tragedia un filón para proyectarse como “líder” de cara a su primera experiencia electoral. Como la alcaldesa de San Juan ha sido criticada por insistir en celebrar las fiestas de la calle San Sebastián, Vázquez quiso sacarle partido a la controversia, pero escogió un tema muy pobre: el de las letrinas que se usarán durante el evento.  “Los baños, alcaldesa, los necesito para los refugiados”, dijo Vázquez ante periodistas nacionales y extranjeros, como si se tratara de un asunto de estado. Ni siquiera provocando ese debate mal oliente la pegó porque a minutos de su declaración una de las empresas que ofrece el servicio de letrinas advirtió que tenía cientos disponibles y que las de la alcaldesa de San Juan no eran necesarias. El debate de las letrinas no llegó a mucho, pero quedará como evidencia de la pobreza del actual liderato gubernamental y del afán politiquero en medio de la tragedia. 

En cuanto a la respuesta de nuestro otro gobierno, el metropolitano, el que retiene todo el poder sobre nosotros, no hay nada que informar. A veces el silencio es el mejor mensaje y en la ausencia de gestos y palabras se refleja el desdén. Ojalá el actual jefe de la maquinaria imperial – el innombrable – siga así, sin decir palabra, porque callado y distante luce mejor. 

Esa ausencia de los dos gobiernos, tanto del de mentira como del que concentra todo el poder, es, en última instancia, una buena noticia. Su distancia y su incompetencia han permitido que se manifieste el esplendor de la solidaridad puertorriqueña. Cuando ocurrió la tragedia del huracán María los vecinos nos ayudamos unos a otros y así sobrevivimos. Ahora, como el golpe se concentra en el sur y el suroeste, el resto del país se está movilizando en apoyo a sus hermanos. Las caravanas desde el norte, el este y el oeste, acarreando todo tipo de suministro, son el mejor testimonio de un pueblo vivo que es capaz de crecer en medio de la tragedia. Esa solidaridad no tiene el tinte sucio de la politiquería ni se enturbia con el desdén. 

Volviendo al principio, evidentemente esta tragedia y la pobre respuesta gubernamental se reflejará en el resultado de las próximas elecciones. Hasta ahora, la gran perdedora es la gobernadora Vázquez quien en su primera prueba ha quedado retratada en toda su pequeñez. 

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